¿Cuántas veces al día te sientes culpable? Fíjate que puede ser algo tan sutil que ni te des cuenta. Como si tuvieras una sensación de no estar haciéndolo bien que está ahí todo el rato, perturbándote en silencio… ¿Te suena?
Pues lo primero que quiero que sepas es que, cuando te sientes culpable, siempre es porque hay una parte de ti que te culpa.
La culpa no tiene NADA que ver con lo que te digan los demás, con haber decepcionado a alguien o con haber cometido un error. La culpa siempre es el resultado de algo que tú te estás diciendo, de una bronca que te estas echando, de un “debería” que te estás imponiendo…
Y hay personas que es como si cada día se preguntaran “a ver, ¿de qué tengo la culpa hoy?”, y siempre encontraran una respuesta: que si de la cara del vecino, que si de que mi madre esté deprimida, que si de que mi pareja esté de mal humor, que si de no haber terminado eso que tenía que hacer, que si de que no haya leche para desayunar…
Personas que se culpan por TODO: por decir algo, por no decirlo, por haber puesto mala cara, por haberme quedado callada, por ser demasiado lanzada, por no atreverme, por enfadarme, por no enfadarme…
Cuando lo cierto es que la culpa no resuelve nada. Porque nada cambia por sentirte culpable, ni lo que pasó ayer, ni lo que pasó hace un mes, ni lo de hace cinco años. ¡Nada!
Cuando el único antídoto efectivo para la culpa es la autocompasión. Y de esto, en mi opinión, estamos muy carentes.
Por eso, siempre que empiezo a trabajar con alguien, sea lo que sea lo que esa persona quiere conseguir, lo primero y lo más importante es que deje de culparse y de juzgarse a sí misma y que aprenda a aceptarse y a ser compasiva.
Porque cualquier cosa que quiera lograr en nuestro proceso, ya sea sentirse segura de sí misma, dejar de compararse, atreverse a tomar decisiones o defenderse de los ataques de alguien, no va a funcionar si no sabe ser compasiva consigo misma.
Lo sé bien porque la culpa es mi tema. Cada uno tiene su tema. El tuyo puede ser el miedo al rechazo, el miedo a no gustar, el evitar los conflictos, el perfeccionismo, el no querer sentirte vulnerable… Y el mío es la culpa, que todavía sigue apareciendo de vez en cuando…
Por ejemplo, tengo unos zapatos de hace años que están nuevos, pero que ya no me gustan. Y el otro día me di cuenta de que me estaba sintiendo culpable por no haberlos usado y que de alguna manera me estaba obligando a ponerlos.
Pues eso, que la culpa es muy traicionera y se cuela por donde menos pensabas.
Y una cosa es la culpa de cuando fallas a uno de tus valores, cuando le mientes a alguien, cuando le haces daño, cuando te equivocas, y te pones en su lugar, comprendes que le haya dolido, le pides disculpas y ya, asunto resuelto.
Y otra es esa culpa de la que te hablo, esa que algunas personas llevan puesta a todos lados, como una sensación de que todo el rato estás haciendo algo mal, como que hubiera algo erróneo en ti, como que no estás a la altura de que lo que se espera de ti, y que se activa cuando alguien no te habla tan simpátíco como otros días, cuando algo te sale mal, cuando te proponen algo que no te apetece, cuando alguien se enfada y te dice que siempre estás igual… y tú, automáticamente, te sientes culpable.
Pero, ojo, que, como te decía, por más que alguien te culpe tú solo puedes sentirte culpable si hay una parte de ti que también te culpa. Si no la hay, si tú no te reprochas ni te recriminas, por más que te digan no te sentirás culpable.
Por eso hay quien se siente culpable sin que el otro le haya dicho nada y quien no se siente culpable ni cuando el otro le dice que le ha hecho daño.
Vamos, que sentir culpa depende de ti y de cómo te tratas, no de lo que has hecho o de que el otro te culpe.
“Me siento culpable por todo, por lo que dije, por lo que no dije, porque tendría que haberlo dicho de otra forma… Me digo que soy tonta, que tendría que ser más abierta, que lo estoy haciendo mal”, que, más o menos con estas palabras, me dice alguna coachee todas las semanas (ya sabes que si quieres trabajar conmigo puedes rellenar este formulario para tener una sesión de valoración).
Claro, si tienes miedo a que los demás te dejen de querer, te sentirás culpable por priorizarte, por pensar en ti, por valorarte ante alguien, por decir que no…
Lo mismo que si tienes miedo a que te rechacen estarás muy pendiente de la imagen que das ante los demás, de gustarles, de no hacer nada que les pueda molestar…
Así que te culparás por todo lo que creas que puede llevarte a que te dejen de querer o a que te rechacen.
Cuando crees que la culpa es buena
A veces, cuando escucho a una coachee, me doy cuenta de que en el fondo cree que se merece culparse a sí misma. Como que, “si no soy perfecta, me merezco culpa y castigo”.
Porque sí, siempre que hay culpa, también hay castigo. Uno es consecuencia de la otra, porque nos han enseñado a castigarnos cuando cometemos un error, desde esa creencia de que la manera de cambiar en algo es hacernos sentir mal por ello.
Cuando éramos pequeñas nos lo hacían otros, y eso nos generaba mucho dolor y mucha rabia, y ahora nos lo hacemos nosotras mismas. Ya ves tú.
“Si soy culpable de algo merezco castigarme, y gracias a ese castigo, a quitarme de algo, a reprocharme en algo, a descuidarme en algo, a no hacer lo que quiero, es como si redimiera esa culpa y así pudiera sentirme medio buena, medio digna”, que me decía una coachee.
Incluso me encuentro a personas que se culpan por querer dejar una relación en la que no se sienten bien, en la que no crecen o que les hace daño. Y, ¿cuál es su autocastigo? Pues seguir sufriendo en la relación ☹.
Claro que, al hilo de esto, también hay muchas veces en que la culpa tiene un beneficio implícito, en que culpándome consigo algo o evito otra cosa que me haría más daño.
Por ejemplo, recuerdo a una coachee cuyo padre nunca le había demostrado cariño, por quien nunca se había sentido aceptada ni valorada y de quien siempre había recibido criticas y juicios. Y ella se sentía culpable, como si no fuera suficiente para que él la quisiera.
¿Sabes para que le servía culparse? Pues porque desde ahí se esforzaba en ser como él quería que fuese, y eso le daba una cierta esperanza de que un día su padre la reconociera. Por supuesto que era doloroso vivir para agradarle, pero menos que aceptar que su padre nunca podría quererla como ella necesitaba y que eso no tenía nada que ver con ella.
Es un buen ejemplo de cuando la culpa esconde una ilusión de control. Es como que “si me culpo por algo, si la culpa es mía, entonces la solución también está en mi”. Y eso me da una cierta sensación de poder y me evita el dolor de aceptar la situación como es y de enfrentarme al miedo a que nada cambie.
Y otras veces la culpa tiene que ver con querer dar una imagen de buena persona, humilde, que reconoce sus errores y que tiene en cuenta a los demás (cuando, en realidad, hay mucho más orgullo en quien se culpa por no ser perfecto que en quien acepta y reconoce que no lo es).
Es como que “si me siento culpable, me querrás” o “pobrecita de mí que me siento culpable”.
Como que sentirse culpable es de buenas personas, mientras que sentir resentimiento o ser poco exigente con uno mismo tiene mala prensa.
Sí, lo mismo que te digo que nos falta autocompasión, te digo también que nos sobra exigencia. Creemos que exigirnos es bueno, porque así conseguimos cosas y sin exigencia no haríamos nada.
Vale, pero entonces no lo llames exigencia. ¿O te parece algo bonito decir que eres exigente contigo misma o con alguien? ¿Te parece algo agradable y amoroso? Que claro que es bueno querer avanzar en la vida, pero desde un lugar que te haga sentir bien. Y ese lugar nunca se va a llamar exigencia. Puede ser motivación, apoyo, deseo de superación, compromiso con uno mismo… pero no exigencia, porque la exigencia siempre conlleva culpa.
La clave de todo: la autocompasión
Vale, vamos con la clave de todo: la autocompasión.
Si me culpo y sufro por algo que ha pasado o que yo he hecho mal, necesito resolverlo. Y para eso he de ser compasiva y proactiva.
Y si me culpo y sufro por algo que tiene que ver con mi propia exigencia de cómo debería ser o comportarme, la solución vuelve a ser la compasión.
La compasión es el profundo deseo de comprenderte, de aceptarte y de perdonarte, siempre y sin excepciones.
Es permitirte sentir lo que sientes; es tener unas expectativas razonables hacia ti; es reconocer tu derecho a equivocarte; es escuchar tus necesidades como algo sagrado y sentirte merecedora de cuidarlas; es apoyarte y ser empática contigo misma; es abrazarte cuando algo te duele; cuando te sientes pequeña o cuando fracasas en algo; es no juzgarte ni criticarte en lo que no te gusta de ti, es perdonarte por no haberlo hecho bien o por no hacer todo lo que podrías hacer…
Ser compasiva contigo implica saber que lo que vales es indiscutible y que no tiene nada que ver con lo que te pasa o con cómo haces las cosas.
Y, en cualquier situación que se te ocurra, la compasión hacia ti misma es fundamental.
Porque te permite cerrar una situación dolorosa, más grande o más pequeña, sin engancharte a la culpa.
“Ya está, así es, así me siento, y está bien. Me abrazo y me recojo en ello”.
Lo que pasa es que a veces confundimos esta autocompasión sanadora con la autocompasión tóxica del “pobrecita de mí”, “qué pena doy”, “nadie me quiere” o “todo me pasa a mí”…
Y no, la compasión que cura es la que tendrías con una niña pequeña que estuviera sintiéndose culpable por lo mismo que te estás sintiendo culpable tú.
No la recriminarías, ni la juzgarías, ni la culparías, ni le dirías nada que pudiera hacerle daño.
Al revés: le invitarías a comprender por qué se siente así o porque se ha comportado de esa forma, qué miedo, qué inseguridad, qué angustia la ha llevado a eso…
Le recordarías que todo lo que hace es un intento de satisfacer alguna de sus necesidades legítimas, tanto si es una conducta aceptable como si no lo es…
La acompañarías en su dolor, en su sentimiento de fracaso o en su necesidad de cariño y de sentirse vista…
Le recordarías su intención, su esfuerzo, su deseo de hacerlo lo mejor que puede o que sabe en cada momento…
La apoyarías en sus opiniones, en sus decisiones, en sus motivaciones y en su manera de ver las cosas.
Le recordarías sus cualidades, todo lo que te gusta de ella y todo eso por lo que sabes que es valiosa…
Le dirías que se merece pensar en ella, cuidarse y ser amorosa consigo misma…
Que todos somos humanos y todos nos equivocamos, y no merecemos castigarnos por ello, sino ser comprensivos y compasivos.
Piénsalo, piensa en una niña pequeña a la que conozcas.
Seguro que le dirías que tiene derecho a equivocarse, que tiene derecho a no ser perfecta, que puede aprender de lo que le ha pasado, que puede hacerse responsable de subsanarlo y que necesita perdonarse porque lo ha hecho lo mejor que ha podido.
Esa es la clave: lo has hecho lo mejor que has podido, porque si hubieras podido o sabido hacerlo mejor, lo habrías hecho.
Así que deja de pensar que para demostrar que algo te importa, que tienes en cuenta al otro o que eres consciente de tus equivocaciones, necesitas sentirte culpable.
Pues no, puedes estar en paz contigo siendo compasiva, desde ese saber que eres humana e imperfecta, y que a la vez que te importe el otro.
Cuando te permites ser todo, ser tú
Piensa en eso que te dijeron que tenías que cumplir y por lo que te culpas cada vez que no cumples, cada vez que te sales del camino que otros te marcaron.
Y esos mandatos pueden tener que ver con cómo eres o con cómo haces las cosas:
Tengo que ser X, y si no lo soy me siento culpable. Y en X pon lo que sea que a ti te enseñaron que tenías que ser: responsable, buenecita, cumplidora, trabajadora, servicial…
Por ejemplo, “tengo que ser una persona atenta”, por eso cuando llevo tiempo sin escribir a alguien me siento culpable (así que me da vergüenza escribirle o, cuando lo hago, me justifico por no haberlo hecho antes).
Tengo que hacer las cosas de X manera, y donde pone X pon lo que sea que aprendiste: hacer las cosas muy bien, esforzarme mucho, decidir pensando en los demás, hacerlas rápido, hacerlas para agradar al otro…
Por ejemplo, tengo una coachee que tiene una amiga que tiene una zapatería, y mi coachee se siente culpable por no ir a comprarse el calzado allí (así que se aleja de su amiga o termina yendo y se compra algo que no le gusta).
¿Ves de qué manera nos negamos a nosotras mismas? ¿Ves cómo alimentamos la culpa con nuestros pensamientos? ¿Lo rígidas y duras que somos con cómo debemos ser y comportarnos?
Nos decimos que tenemos que ser eso, atentas, responsables o lo que sea, y que tenemos que serlo siempre y sin excepción.
Nos decimos que tenemos que hacerlo todo bien, siempre teniendo en cuenta a los demás y sin cometer ningún fallo.
¡Nos sobra exigencia y nos falta flexibilidad y compasión!
¡Necesitamos darnos permiso para ser algo y también para no serlo!
Y empezar a preguntarnos de qué somos responsables, en vez de preguntarnos de qué somos culpables.
Tú eres responsable de ti, de cómo te sientes tú, no de cómo se siente el otro. Si algo te duele, eres responsable de gestionarlo y, si quieres, de decírselo al otro. Igual que el otro es responsable de decirte si algo le molesta.
Y ser compasiva contigo también es legitimar tu derecho a no ser perfecta: a ser mala persona, a ser mala hija, mala madre o una amiga egoísta.
A ser eso, y todo lo contrario.
Todavía recuerdo la liberación que sintió una coachee cuando se dio permiso para sentir que odiaba a su madre, cuando fue capaz de verbalizarlo sin juzgarse y sin sentirse culpable.
Eso es compasión, conectar con tu dolor, comprenderte en él y dejarlo estar.
Sin más, sin culpas.
…
¿Qué me dices? ¿Se te ocurre una situación en la que habrías necesitado ser más compasiva contigo? ¿Qué te habrías dicho? Si quieres, puedes compartirlo conmigo en los comentarios aquí debajo.
Simplemente maravilloso este post. Me identifico mucho con todo lo expuesto en él. Desde niña y desde que tengo uso de razón, sólo escuchaba pórtate bien cara a los demás. Nunca escuché de mis padres, que bien haces las cosas. Todo era obligación, porque si no, no eres buena.
Ahora me veo cuidando de mis padres, y con el tiempo me he dado cuenta de que ellos sí pensaban en ellos. Según ellos su obligación era darnos de comer y educación. Pero la carencia principal, el cariño hacia uno mismo, no recuerdo que no los enseñarán. También es cierto, que ellos vivieron una post guerra, la vida fue dura en su juventud para ellos… y en el fondo, creo que a pesar de todo, lo hicieron lo mejor que pudieron. Ya que a ellos tampoco hubo nadie que les demostrara cariño.
Hola Dulce María,
Creo que ese proceso de sanación y empoderamiento para darnos lo que no recibimos pasa por ser compasivos con el otro y entender que si no nos lo dio fue porque no supo hacerlo mejor, pero que eso no resta nuestro dolor. Es decir, que comprendas por qué tus padres hicieron lo que hicieron no quita que legitimes lo que tu niña no recibió, para que desde la adulta que eres seas capaz de dárselo. De dártelo a ti misma. De liberarte de las creencias que ahora te limitan y te impiden creer en ti y tratarte con respeto.
Un abrazo y feliz día,
Vanessa
Tuve una infancia de abusos, sin amor ni refuerzo. Mi padre biológico era narcisista y aprendi a culparme y autoexigirme la felicidad de todos. Me ha costado años quitarme esa culpa y empezar a darme permisos.
Por suerte, rompi la relación o no hubiera sobrevivido.
Hola Carmen,
Felicidades, no es un camino fácil el que comentas que has hecho. Requiere mucha fuerza y mucho valor para reconstruirte a ti misma y soltar lo que no era tuyo. Espero que te lo reconozcas y valores como te mereces.
Un abrazo,
Vanessa
Me gustó mucho este post ya que me confirmó algunas cosas de las que me he percatado al correr de los años. Al igual que a Dulce María y a Carmen, mis padres me educaron con muchas exigencias, aún cuando fueron muy cariñosos y ellos también hicieron muchos sacrificios para sacarnos adelante a mí y a mis hermanos. Mi “error” fue quedar embarazada cuando estaba a la mitad de la licenciatura que cursaba y aunque me casé y haciendo un gran esfuerzo la terminé; siento que decepcioné a mis padres ya que esperaban que llegara a más profesionalmente hablando. Yo también me culpé por ello y me castigué mucho obligándome a continuar mis estudios a la vez que limpiaba la casa, cocinaba, lavaba la ropa, cuidaba a mi bebé y daba clases para pagar la renta.
Como te podrás imaginar, lo hice sacrificando mi arreglo personal y mis horas de sueño (autocastigo), hasta caer en crisis de ansiedad y depresión al correr de los años.
Gracias a que me interesa mucho todo lo relacionado con las emociones y el desarrollo personal, ya me autoperdoné y como lo mencionas en este post me tengo autocompasión y acepto que no soy perfecta y que me puedo equivocar, y no por ello me dejo de amar y de cuidar de mí misma.
Gracias Vanessa!!
Qué bien, Silvia. Me alegro mucho de lo que dices y de que te hayas perdonado por ser humana, que en realidad si lo piensas no es nada por lo que tengas que perdonarte… La vida no son errores, son pasos y decisiones que nos van llevando a unos lugares y a otros. Pero en todos ellos, si así lo decidimos, hay un aprendizaje que nos servirá para conocernos, comprendernos, conectar más con nuestra esencia y con el amor incondicional a nosotros mismos.
Un abrazo,
Vanessa
Agradezco enormemente tus palabras y es muy cierto que la vida nos va poniendo retos y de la manera en que los enfrentemos depende nuestro crecimiento personal.