El otro día me escribió una alumna de mi curso Amor para preguntarme si alguien que se opera los pechos puede tener una buena autoestima. ¿Tú qué crees?
Te copio y pego lo que le respondí:
“Sí, alguien que se opera los pechos puede tener buena autoestima. Igual que puede no tenerla. Eso es solo un dato, pero hay que ver desde dónde lo hace. Puede haber una mujer que nunca se haya pintado, ni ido a la pelu, ni vestido bonita, y cuando aprenda a quererse empiece a cuidarse más. Pero también puede ser que alguien que antes quería ir siempre de punta en blanco desde un lugar de exigencia o de sentirse segura por su apariencia, al aprender a quererse se permita más ir sin maquillar o cosas así.
Quiero decir que no es lo que haces, es desde dónde lo haces, qué le lleva a la mujer de tu ejemplo a operarse los pechos, si nace del amor a sí misma (lo mismo que la que va a la pelu o empieza a maquillarse) o de la necesidad de gustar”.
Es mi opinión, por supuesto, no la verdad absoluta.
Pero sí, hay personas que necesitan gustar para gustarse, porque se ven a sí mismas a través de los ojos de los demás.
La mayoría de las mujeres con las que trabajo dependen de que los demás las aprueben para sentirse a gusto consigo mismas. Y, desde esa necesidad, lo mismo se ponen a hacer mucho y hacerlo todo muy bien, que a ser complacientes y simpáticas con todo el mundo o a intentar adivinar lo que necesita el otro para poder dárselo y gustarle.
Lo mismo dicen que sí a todo lo les piden, que se preocupan mucho por su imagen física o que intentan llevarse bien con todo el mundo.
Y todo esto, cualquiera de estos síntomas, porque en el fondo hay una necesidad de gustar. De sentirse aprobadas y reconocidas por los demás y de saber que los demás tienen una imagen positiva de ellas.
¿Cuándo empezó a generarse esta necesidad de gustar para gustarse?
Pues imagínate a una niña a la que, como a todas las niñas, le gusta que la vean y que la valoren, pero sus padres no saben hacerlo. Porque están demasiado ocupados, porque solo se fijan en lo que la niña no hace o porque tienen muchos problemas…, la cosa es que no saben verla. Y, cada vez que viene alguien de visita a casa, la niña se pone a bailar y el invitado se ríe y la aplaude. Y, en ese momento, todos se paran a mirarla, y la reconocen. Y la niña, por fin, se siente vista.
Vale, ¿crees que esta niña está aprendiendo a gustarse por sí misma? ¿O, más bien, está aprendiendo a gustarse cuando gusta a los demás?
Pues sí, está aprendiendo que para que la quieran y le den el afecto que necesita (¡que cualquier niña necesita!) tiene que hacer algo, tiene que ser algo, tiene que esforzarse…
Que no la quieren cuando no hace nada, que la quieren cuando demuestra algo.
Y es como si, inconscientemente, interiorizara que “cuando hago x recibo el amor que necesito, así que tengo que hacer x para que no me dejen de querer”.
Así es como esa niña se convertirá en una adulta para la que su sentimiento de valía no depende de gustarse a sí misma, sino de gustar a los demás.
Y que, de adulta, tendrá mucho miedo al juicio ajeno, porque le pone en riesgo de perder esa aprobación.
Así es como aquella niña se habrá convertido en una mujer con el foco puesto fuera y completamente olvidada de sí misma y de su propia valoración.
E imagínate que, ahora de adulta, una conocida no le avisa de una celebración que va a hacer y ella se entera por una tercera persona. Pues claro, ahí se activará su miedo al rechazo, a no gustarle a esa conocida. Porque hay una herida profunda de falta de afecto que hace que se sienta menos valiosa si no le gusta a alguien.
Es decir, donde otra persona podría escuchar cómo se siente cuando esa conocida no le invita a su celebración… escucharse que eso le ha dolido, o que tampoco es alguien hacia quien ella sienta aprecio, o que merece la pena expresarle algo a esa conocida, o que no…
Donde otra persona podría valorar todo eso sin por ello dejar de gustarse a sí misma o de desconectarse de su sentimiento de valía, aquella adulta volverá a conectar con esa necesidad de agradar de su niña y ese pánico a ser rechazada o a perder el afecto del otro.
Sin darse cuenta de que lo que hace el otro no tiene nada que ver con su valor como persona, pero sí tiene el poder de activar sus heridas…
Por ejemplo, el otro día presenté un trabajo ante mi grupo de Gestalt. Me sentía satisfecha con el trabajo que había hecho y con la presentación, pero recibí algunas críticas por parte de mis compañeros. ¿Eso significa que ya no puedo sentirme satisfecha? ¿Mi valoración del trabajo ha de basarse en lo que yo pienso o en lo que piensan los demás? Pues el tema es que, si yo dudo de mí, todo el poder estará en lo que piensan ellos. Si me dan su aprobación, sentiré que lo he hecho bien. Y si no, dudaré de mí y de mi trabajo.
¿Te das cuenta?
Que por supuesto que podemos escuchar lo que alguien opina de nosotras o de nuestro trabajo. De hecho, es sano hacerlo. Pero NO si le damos más valor a eso que a lo que opinamos nosotras mismas.
Que claro que todos queremos gustar y a todos nos gusta sentir que agradamos a otra persona. El problema es cuando es cuando esa necesidad de agradar es algo obligatorio y necesario para que tú te sientas a gusto contigo.
Cuanto más necesitas gustar, más te enganchas al rechazo
¿Sabes cuál es una de las consecuencias más habituales de quien necesita gustar a los demás? Pues que te enganchas al rechazo. Que, cuanto menos sientes que le gustas a alguien, más se exagera tu necesidad de conseguir gustarle a esa persona.
Por ejemplo, te fijas en un chico que parece que te presta atención. Y entonces te sientes vista y, por lo tanto, te gustas más. Pero un día ese chico parece que pasa de ti. Y, entonces, ¡tu niña interior entra en pánico!
Así es como, muchas veces, nos enganchamos a alguien que un día nos ve y al día siguiente no nos ve, y entramos en lucha para sentirnos vistas y que le gustamos a esa persona.
Sin darnos cuenta, una vez más, de que lo que hace el otro no tiene nada que ver con nosotras, y que tan solo mete el dedo en nuestras heridas…
Claro, imagínate que yo necesito que el otro me vea para sentirme válida. Pero resulta que tengo a mi lado a alguien incapaz de verme, alguien que no es una buena influencia para mí. ¿Qué pasará? Que me engancharé en gustarle a esa persona, sea mi padre, mi pareja, o quien sea, sin darme cuenta de que estoy luchando contra un imposible y que el origen del problema está en que yo no me valoro a mi misma.
Y, ojo, que es lógico y normal que necesites sentirte aprobada y aceptada por las personas más cercanas a ti. Vaya, que el problema no es que necesites gustar, ¡el problema es que necesites gustar para gustarte!
Pero, si eres una persona sana, es totalmente normal que necesites sentir que tu entorno te valora y te quiere como eres.
Y ¿cómo se percibe eso? ¿En qué notas que alguien te valora y te quiere? Pues de muchas formas: porque sientes que te tiene en cuenta, porque te dice lo que le gusta de ti, porque te reconoce el trabajo bien hecho, porque es cariñoso contigo, porque te demuestra que le importas, porque valora tus cosas buenas y acepta tus carencias o tus errores, porque está pendiente de ti cuando estás pasando un momento complicado, porque te comprende cuando fallas, porque te protege de lo que te hace daño… Bueno, hay muchas formas de sentir que a alguien le gustas como persona.
La pregunta del millón es: ¿eso mismo lo haces contigo? ¿Te tienes en cuenta? ¿Te dices lo que te gusta de ti? ¿Te reconoces el trabajo bien hecho? ¿Valoras tus cosas buenas por encima de tus carencias o errores? ¿Te abrazas con compasión cuando estás pasando un momento complicado?
Pues ahí está la clave de todo lo que te estoy contando: en que cuando no hay un sentimiento de aprobación y valoración interna que te haga actuar en consecuencia contigo misma, toda tu necesidad de aprobación la han de cubrir los demás.
Vaya, que si tú no te gustas de verdad y tal y como eres (que no estoy hablando de tenértelo creído), dependerás de gustar a los demás para cubrir tu necesidad de aprobación (que, insisto, todos tenemos, pero que ha de estar equilibrada entre gustar al otro y gustarme yo).
Y desde ahí solo le darás valor a lo que los demás piensan de ti, en vez de ser capar de escuchar lo que piensan los demás, pero sin dejar de tener en cuenta lo que piensas tú.
Y todo porque, desde ahí, tu valor, tu sensación de merecimiento y tu lugar en el mundo está puesto en manos de los demás.
Tres preguntas para tu necesidad de gustar
Antes de terminar quiero hacerte tres preguntas que te ayuden a reflexionar, si es que te sientes identificada con esta necesidad de gustar para gustarte:
1.¿Que es eso que haces para que los demás te vean?
Y puede ser algo tan sutil como ir siempre a la contra y mostrarte muy independiente, fuerte y poderosa.
Lo que sea, lo puedes reconocer en uno de esos momentos en los que te pillas diciendo algo que te hace sentir rara, como si no fueras tú, como si fuera tu máscara hablando por ti.
Claro, porque estás esperando gustar a los demás por encima de gustarte tú. Y, desde ahí, te pierdes. Y no sabes si eso que has dicho está bien, si deberías haber actuado diferente, si no está bien ser así… Por eso, porque te has perdido de ti misma.
2.Eso en lo que tienes miedo a no gustar, ¿qué es exactamente?
Porque lo más probable es que eso en lo que no te gustas tú, en lo que no te aceptas o en lo que te rechazas, lo estés proyectando en el otro y pensando que es el otro quien te va a rechazar por ello, cuando en realidad eres tú la primera que se está juzgando.
Sí, no lo dudes que cuando tienes miedo a que los demás te rechacen por algo es porque, de alguna forma, tú te estás rechazando en eso mismo.
3.¿Cómo sería sostener el dolor de no gustarle a alguien?
A veces intentamos escapar de ese dolor diciéndonos que “son cosas mías”, que “en realidad no tengo pruebas de que no le guste a esa persona”, que “tal vez esté demasiado agobiado y se olvidó de avisarme”…
Y es verdad que muchas veces este cambio de pensamientos es útil, sobre todo en alguien que tiene tendencia a montarse películas y ver rechazo donde no lo hay.
Pero, y te lo digo por propia experiencia, lo más sanador es atreverte a conectar con el dolor de no gustarle a alguien.
Que claro que duele, y más en las personas que tenemos mucha herida de rechazo o mucho miedo al abandono. Pero será mucho más adaptativo y realista poder sostener ese dolor de no gustar que ir siempre buscando la manera de gustar.
Porque el hecho de que no le gustes a alguien no dice nada malo de ti, igual que el hecho de que alguien no te guste tampoco dice nada malo de esa persona. Puede ser alguien maravilloso y que, sencillamente, no conecte contigo.
Piénsalo, si alguien no te invita a una celebración, ¿eso significa que eres menos valida como persona? Incluso, aunque esa persona tenga una opinión negativa de ti o haya habido algo que le ha molestado, ¿eso significa que tú no eres una persona digna de valoración y afecto? Pues no, por supuesto que no.
O si una amiga, en un determinado momento de su vida, necesita tomar distancia o estar mas alejada de ti, ¿eso significa que tú eres una persona rechazable o poco importante para los demás? No, por supuesto que no.
O, mejor todavía, dale la vuelta y piensa en que eso que te pasa le está pasando a otra persona a la que aprecias mucho. Por ejemplo, si tienes una amiga a la que su pareja la ha dejado por otra mujer, ¿le dirías que eso es señal de que ella no es digna de amor y de aprobación? ¿Le dirías que su valor como persona ha disminuido porque la han abandonado por otra?
Obvio que no. Que lo más probable es que le hablaras desde el amor y la aprobación incondicional, que le pidieras que no dude de sí misma y que le recordaras que lo que ella vale no depende de lo que otro la valore.
Pues eso, justo eso, es lo que necesitas hacer contigo. Y el curso para aprender a hacerlo, de verdad y para siempre, es ÉSTE.
Siempre me ha pasado esto que dices. Que un chico me dijera que le gustaba y entonces yo sentirme grande y que podía con todo. Y otro día otro chico o alguien me decía algo feo y sentirme que yo era una mierda. Supongo que por eso fue por lo que empecé a vivir para gustar, para que no hubiera más de esos días de mierda. Pero, ahora como dices, estoy perdida.
Gracias, me gustó mucho el post.
Gracias a ti, Lucía. Es muy importante eso de lo que te has dado cuenta. Solo podemos avanzar en aquello a lo que le vamos poniendo luz…
Muchas gracias por compartirlo.
Un abrazo,
Vanessa
Muy interesante y acertado; me he sentido muy identificada, asi que agradezco el haberme despertado para no seguir presa de la aprobación de los demás… “Cuanto más necesitas gustar, más te enganchas al rechazo”, me gustó mucho esa frase.
Un abrazo a la distancia y, una vez mas, gracias por aportarnos en nuestras vidas.
Enlazando con el artículo anterior: yo diría que ahora tengo otro monstruo. Es un monstruo que ha reconocido y superado todo lo que recoge este artículo. Es, también, un monstruo que está decepcionado, desencantado y triste. Es un monstruo que ha aceptado que así es como está. Es un monstruo que recoge sus cosas y se va, porque ya tiene asumido que nadie le va a querer. Es un monstruo que se ve de espaldas cuando camina solo por la calle, porque ve que está solo. Es un monstruo que está cansado de que no le quieran, que a pesar de todo a veces tropieza con las mismas piedras, que es torpe, que últimamente siempre está ahí, como un poso. Es un monstruo que seguirá adelante, aunque no tenga muy claro qué hay para él allí. Muchas gracias y un abrazo.
Hola Vero,
Es muy doloroso cuando conectamos con esa soledad, y sobre todo eso que dices de que “ya tiene asumido que nadie le va a querer”. Mi sensación al leerte es que hay alguna herida profunda de falta de amor, y solo puedo decirte que eso es legítimo y que ahora la primera que ha de amarse para poder también recibir el amor de los demás eres tú.
Si yo me dejo sola, me sentiré más sola que nunca. Si yo me abandono, los demás no podrán hacer otra cosa que abandonarme también.
Todo lo que pasa dentro, pasa fuera.
Un abrazo grande,
Vanessa
Muchas gracias por tu respuesta, Vanessa. Estos días, finalmente entendí que me siento así por el trabajo. No hay nadie de mi edad, ni sentía que pudiera fiarme de nadie. He entendido que al volver a casa lloraba a la mínima porque el trabajo me hacía sentirme muy sola. (Tengo pendiente cultivar una vida personal sana.)
Además, supongo que hace poco he empezado a sufrir mobbing. Una individua empezó a tratarme mal de manera descarada. Así que cuando fui a ponerle límites, montó una escenita y siguió sobrándose conmigo y burlándose de mí. Por lo menos la empresa tomó nota. Resumiendo, ahora voy al trabajo y la mayoría de la gente está en mi contra, pendientes de lo que hago a ver si fallo o “monto otro conflicto”, cuando yo no tengo la culpa de nada. Tengo mucho miedo de ir al trabajo y lo siento en la barriga. Y obviamente, no he recibido ninguna disculpa, y esta individua se siente víctima y sigue odiándome.
Supongo que tendré que irme, pero ella también, porque yo ya no me voy a callar. No es lo mismo sufrir maltrato por creer que tienes que aguantarte, que por haberte reivindicado. Si bien yo no me merezco nada de esto, y la culpa de todo, no la tengo yo, la tienen esta individua y todas esas personas que buscaban un chivo expiatorio y van a seguir sin tenerlo, porque yo no tengo nada que ver con ellos. ¿Por qué si soy yo la víctima se ponen en contra mía?
Sigo teniendo miedo e intranquilidad, pero ahora que he detectado cuál es el problema, puedo seguir adelante. Me da igual que gente estúpida no esté de mi parte, porque yo estoy de la mía. Un abrazo, Vanessa, y muchas gracias por contestarme.
Qué bien, Vero. Me alegro mucho de que tú estés de tu parte y de que vayas comprendiendo mejor lo que hace que te sientas así. Siempre hay un motivo para sentir lo que sientes, y siempre mereces abrazarlo.
Un abrazo,
Vanessa
Encantada de aportar, Leticia. Vosotr@s también me aportáis mucho en estos comentarios.
Me alegro de que estés caminando de nuevo hacia ti misma.
Un abrazo,
Vanessa
Yo me siento ofendida porque el otro día estaba en una sala de estudio, y cuando me puse a mirar a una esquina para descansar la vista dos niñatas se empezaron a reír de mí. Les devolví la mirada y no paraban, de manera muy evidente, así que al final le solté a una: ¿Te estás riendo de mí? Y me salió la voz temblorosa y encima se lo espeté. Se empezaron a hacer las buenecitas y a decir que no, al final les dije ‘venga, lárgate”. O sea, quedó como si yo fuera una pobrecita y por eso no deberían reírse de mí. Encima cuando me senté las dos tías de enfrente empezaron a burlarse también. Estoy harta de la alegría rabiosa que tienen ciertos tipos de tías.
Lo que quiero decir es que me sentí muy mal con el incidente y hoy he estado todo el día de bajona. Yo también creo que no pasa nada por mostrarse vulnerable, pero esta vez no me he sentido bien conmigo misma. Y sé que quienes actúan así son gente cacas e insegura, pero es como si les hubiera dado poder.
Les saqué fotos a estas chicas en el momento y se las he enviado a la biblioteca para que sepan de la situación, por sentirme mejor, pero no me ha funcionado.
Hola Susana,
No pasa nada. Acepta que respondiste como mejor supiste hacerlo en ese momento. Acepta lo que sentiste y lo que sientes y sigue adelante. Eso es el amor a una misma.
Un abrazo,
Vanessa