¿Alguna vez has pensado que te gustaba más la que eras antes?
¿Que antes eras más alegre, más libre, más espontánea, más segura de ti misma, más fuerte o atrevida?
¿Y qué ahora te ves más negativa, más irascible, más impaciente, más insegura o que te preocupas mucho más por todo?
Te pregunto esto porque me encuentro a muchas mujeres que anhelan algo de su pasado, de la que fueron, de cómo eran antes…
Y se estancan pensando en lo que fue, en lo bien que estaban, en lo fuertes que se sentían cuando tenían unos cuantos años menos…
“Quiero volver a ser la de antes, alegre, optimista y auténtica. No me gusta la que soy ahora”, que me decía el otro día una coachee en su primera sesión (si tú también quieres trabajar conmigo puedes rellenar este formulario para tener una sesión de valoración en la que me cuentes lo que te pasa y lo que te gustaría conseguir).
¿Te suena? Entonces quiero contarte algo importante.
¿Y si la de antes no era real?
Todos en algún momento podemos sentir que estábamos mejor antes.
Y, cuando en el presente estás mal, es cuando más puedes recordar aquellos maravillosos años en los que estabas bien.
El tema es que muchas veces ese “estar bien” que recordamos no es del todo real.
Me refiero a que, cuando tienes heridas de la infancia sin resolver, estas pueden estar “dormidas”, y tú creer que estás bien.
Porque tus heridas están dormidas. O porque hasta ahora has ido sobreviviendo y te ha funcionado ignorarlas. O porque esa buena autoestima que tú creías tener estaba apoyada en que las cosas te iban bien, en que eras una buena estudiante, en que te movías bien con los chicos, en que te sentías parte de tu grupo de amigos… Es decir, era una falsa autoestima que iba “tirando” porque las cosas a tu alrededor la sostenían.
Pero entonces, ya de más adulta, empiezan a pasar cosas que te remueven, que te tambalean, que te ponen patas arriba. Y esas heridas que ya estaban ahí, aunque estuvieran “dormidas”, se activan.
Y se te despiertan miedos, inseguridades, sensaciones de no ser suficiente, de no ser valiosa, de no sentirte vista, de no estar haciéndolo bien, de tener miedo a quedarte sola…
Puede ser al haber sido madre, puede ser por estar en una relación que te hace daño, puede ser el separarte de tu pareja, puede ser por quedarte sin trabajo, puede ser por tener un jefe que no te trata bien o por tener un problema con una amiga…
La cosa es que pasa algo que hace que esas heridas se despierten con mucha fuerza.
Pero no es que antes estuvieras bien y ahora mal.
Lo que sale ahora ya estaba de antes, solo que estaba “dormido”.
Por ejemplo, puede ser que de pequeña no tuvieras unos referentes que te dieran seguridad y confianza en ti misma, pero que hayas ido tirando con esas carencias hasta que tienes 40 años. Sin sentirte del todo bien, pero sin darte cuenta de ello, porque no había ocurrido nada que despertara esas heridas. Y ahora tienes 40 y llega una persona que te remueve todo eso y lo saca a la luz. Y tú te cuentas que quieres volver a ser la de antes.
O, como le pasaba a una coachee, que me contaba que ella antes se sentía bien con sus amigos, que no tenía ese miedo a que la rechazaran ni estaba pendiente de lo que pensaran de ella. Y ahora, que sí que se encuentra dificultades en sus relaciones, se cuenta que todo esto es nuevo y que la de antes no era así.
O mismamente como me ocurría a mí, que recuerdo que con veintipocos años pensaba que algún día, cuando me pasara algo grave y lo necesitara, haría terapia. Y después, cuando la hice, comprendí que hacía muuuucho tiempo que la estaba necesitando porque tenía muchas piedras en el zapato, pero no me había dado cuenta porque vivía “dormida”, en automático, silenciando todo eso que me pasaba, acostumbrada y creyendo que era normal sentirse así. Estaba taaan “dormida” que no era ni consciente de estarlo.
Claro, es que, por regla general, no son las mismas las dificultades a las que se enfrenta alguien con 20 años que a las que se enfrenta alguien con 40 o con 50. A medida que avanzamos en la vida nos van pasando cosas que nos mueven, perdemos una parte de inocencia, nos toca ser responsables de nosotros mismos, surgen problemas que antes ni nos imaginábamos… Y, así, desaparece esa sensación de que puedes con todo y de que la vida es un camino de rosas y empiezas a enterarte de que hay muchas cosas que duelen.
Cuando lo que te falta sale a la luz
Lo que te quiero decir es que, si tenías heridas sin resolver, sin sanar, no podías estar perfectamente. Podías pensar que sí, pero no era del todo real.
Alguien que de verdad se gusta y se valora, alguien que se respeta de verdad de la buena, alguien que se escucha y se prioriza con amor, no llega un día con 40 años en el que deja de hacerlo. Si un día se da cuenta de que no lo hace, es porque antes tampoco lo estaba haciendo, pero por lo que sea no era consciente de ello, tal vez porque no le estaban pasando cosas que le desencajaran o que tocaran sus heridas.
Y que, más bien, lo que suele pasar, es que nos falta conocernos, que nos falta querernos, que nos falta valorarnos, que nos falta saber relacionarnos… Que tenemos una base normalita, de ni fu ni fa, con la que vamos tirando y que en situaciones no demasiado complejas nos va funcionando.
Hasta que nos hacemos adultas y nos van pasando cosas más serias, tenemos más problemas y responsabilidades, y ya no somos capaces de ir tirando. Y nos encontramos mal, y no tenemos herramientas, y vemos que no podemos, y empezamos a contarnos que “yo no soy ésta, y no entiendo como he cambiado tanto si yo antes no era así”.
Pues no, no es que hayas cambiado. Es que para lo que te pasaba antes te valía con las herramientas que tenías, y ahora ya no. Pero la carencia estaba antes. No es que haya aparecido ahora. Ya estaba, pero no te dabas cuenta.
Igual que quien sale a correr media hora con unas zapatillas de batalla y se va arreglando, pero un día tiene que correr una maratón y ya no le sirven…
“Desde que me separé ya no se actuar ni relacionarme, y yo antes no era así”, que me decía otra coachee.
Claro, porque antes estaba en una situación que le daba seguridad, y por eso pensaba que estaba bien, porque no había la incertidumbre de ahora. Pero esa seguridad tenía más que ver con lo externo que con algo interno. Y, ahora que le falta esa seguridad, piensa que el problema es que ella ha cambiado.
“No me siento capaz de tomar decisiones, no sé qué me ha pasado. Yo siempre fui muy independiente y ahora no me reconozco”, que me decía otra coachee.
Pues lo mismo, que tienes idealizada a aquella que eras, pero seguramente ni todo era tan bonito, ni tú estabas tan bien.
Lo más importante: valora a la que eres hoy
En resumen, ni la vida es lineal, ni las personas lo somos. Continuamente nos están pasando cosas que nos afectan y que nos dejan un poso, y si eso no lo vamos trabajando, si no lo gestionamos, si no vamos soltando ese poso, pues se acumula y cada vez es más difícil sostener el escenario, hasta que un día revienta.
No somos máquinas que cuando les pasa algo aprietas un botón para que se reseteen y todo sigue igual. Más bien somos de arcilla, y cuando una tormenta nos destruye, hace falta reconstruir lo que ha destrozado, sin juzgarnos por ello y sin pensar que nos gustaba más la que éramos antes.
¿O acaso crees que esa parte de ti que está en constante cambio y a la que le mueven las cosas que le pasan se puede sentir bien cuando la menosprecias y valoras más a la que eras antes?
No, claro que no.
Y cuando te gusta más tu yo del pasado, estás rechazando a la que eres ahora mismo.
Estás rechazando que esto te duela, que esto te remueva, que esto te afecte…
No hay amor incondicional en rechazar a la que eres y anhelar ser la que fuiste.
Así que deja ya de idealizar a aquella y deja de querer volver a lo que ya no puede ser.
Porque ya no eres la misma, porque te han pasado muchas cosas en el camino.
Suelta a aquella y hazte cargo de ésta, de la que eres ahora y de lo que necesita.
Trabaja con ella. Acompáñala. Escúchala. Aprende a quererla.
Dale las herramientas y las habilidades que esté necesitando ahora.
Y deja de mirar atrás.
Ahora eres más sabia, más real, más consciente de la vida.
DisfrútaTE y celébraTE, para que mañana no eches de menos a la que eres hoy.
…
¿Qué me dices? ¿Te has sentido alguna vez así? Si te apetece puedes compartirlo en los comentarios aquí debajo.
El que era antes y el que soy ahora!!!!
He recorrido algunas terapias (psicoanálisis, Constelaciones Familiares, Biodescodificación).
Lo que más veces recuerdo es el período entre los 30 y los 50 años, porque dejé las terapias a un lado. Curiosamente no me sentía peor durante ese tiempo.
Ahora tengo 64 años y estoy jubilado.
Tengo la sensación de que me falta alguna pieza del puzle de mi historial familiar y actualmente visiono muchos videos para encontrar algo que resuene en mi y “me transforme”.
Hola Jaime,
Me alegro de que te gusten ambos.
Claro, el hecho de estar haciendo terapia no significa que vayas a estar mejor, ni que por no hacerla vayas a estar peor. Las terapias y el autoconocimiento te dan las herramientas para gestionar mejor lo que te pasa y la claridad para vivir más alineado contigo mismo, con quien de verdad eres, y sentirte satisfecho contigo y con tu vida. Y puede ser que mientras haces una terapia te remuevas mucho, o que justo ahí estés pasando por un momento complicado, y que los frutos y los resultados los vayas notando después. Lo importante es que te sirva y que si, en algún momento, sientes que necesitas acompañamiento en algo, pidas de nuevo ayuda.
Un abrazo,
Vanessa
Yo creo que el principal motivo por el que te puede gustar más “la de antes” es porque “antes” eras más joven… Y claro, miras fotos de la juventud y por regla general, estabas mejor físicamente, tenías mejor cutis, mejor tipo, dormías mejor y aguantabas mucho mejor casi todo… Los desengaños, los despidos y las resacas.
Porque también tenías más energía y sobre todo, tenías más vida por delante que por detrás…
Pero en mi caso, cuando tenía 20 o incluso 30, era bastante ingenua y sufrí lo indecible por cosas que ahora que tengo 55 no me supondrían mayor problema (sabiendo lo que sé ahora, claro). Creo que a medida que llegas a la madurez exiges más de la vida, no te conformas con cualquier cosa.
Yo ahora ya no me tomo un vino corrientito tirando a malucho. Si verdaderamente me apetece un vino, me pido un vino bueno, y si no hay, bebo agua.
Yo comparo mi yo de ahora (más segura, más sabia, más exigente) con mi yo de antes, y ahora quiero vivir mejor, siendo más auténtica, y rodeada de gente auténtica también.
Me ha costado alejarme de gente que realmente no sumaba nada en mi vida, sí; pero es que creo que antes me conformaba con personas que ni fú ni fá, de la misma manera que me valía con un vino malucho.
A medida que voy ganando años, voy perdiendo lastre…
Muchas gracias, Fuen. Fíjate cómo tú misma le vas dando la vuelta. Empiezas hablando de lo que has perdido con el paso de los años pero después surgen muchas cosas que has ganado y que te pueden hacer sentir más satisfecha de la mujer que eres ahora. Es señal de que vas por buen camino, quitando capas que te sobran ;-).
Un abrazo,
Vanessa