¿Qué crees que hace que unas personas sepan disfrutar y otras no?
¿Qué crees que hace que, en un día normal con sus imprevistos y sus cotidianeidades, una persona se sienta bien y otra no?
¿Qué hace que unas personas integren tan bien lo que les pasa y otras tropiecen una y otra vez con la misma piedra?
Una y otra vez me doy cuenta de que siempre es lo mismo, de que lo que marca la diferencia es la maldita exigencia.
El no darte permiso para estar mal, para equivocarte, para derrumbarte, para decir que no, para hacer lo que te apetece, para hacerlo poco a poco, para no correr, para no llegar a tiempo…
El “no debería sentirme así”, “¿cómo puedo ser tan débil?”, “esto no está bien”…
Ese autocastigo continuo pensando que es así como tienes que tratarte, que te mereces castigarte por no cumplir con lo que te exigías…
¡Somos durísimos con nosotros mismos!
Si te paras a observar tu diálogo interno te darás cuenta de que está lleno de exigencias: tendría que ser más fuerte, ser más eficiente, hacer más cosas, más esto, más de aquello…
Nuestras exigencias casi siempre encajan en uno de estos formatos:
“Debo hacer esto pero no lo he hecho, no puedo hacerlo, no soy capaz”. Así que me culpo y me siento mal por ello.
“No debo ser así pero lo soy, no puedo ser diferente, no soy capaz”. Así que me vuelvo a culpar y a sentir mal por ello.
“Si no me sale esto bien, es que soy un desastre” (y donde pone desastre puedes poner cualquiera de los juicios negativos que cada día haces sobre ti, desde incompetente a tonto, ineficaz, débil o lo que sea). ¿Adivinas qué viene después? Pues que me vuelvo a culpar y a sentir mal por ello.
Por ejemplo, tuve una Coachee que era tan exigente consigo misma que le resultaba muy difícil cumplir con sus propios estándares, así que acababa diciéndose que todo lo hacía mal. ¿Y qué conclusión puede sacar sobre sí misma una persona que se dice que todo lo hace mal? Pues “como siempre me equivoco, es que soy un desastre”.
Incluso cuando ya era capaz de observar y reconocer su excesiva autoexigencia, volvía a pasarle algo y volvía a caer en ella. Y después se automachacaba y se castigaba, porque creía que se merecía un castigo por ser así.
Le costó mucho salir de ahí. Tuvo que trabajar mucho, cambiar muchas creencias limitantes y aprender a ser mucho más disfrutona y permisiva consigo misma.
Después de los años que llevo acompañando a otras personas a que se quieran más a sí mismas, después de las cientos de personas con las que he trabajado, me doy cuenta de que una de las cosas que más nos limita, sino la que más, es la maldita autoexigencia.
El “debo hacerlo todo muy bien” y todos sus derivados.
Ese crítico interior que está siempre pidiéndonos más y más.
Siempre pidiéndonos tanto que se nos hace imposible alcanzarlo.
Que hay que hacerlo todo muy bien, y llegar a todo, y parecer siempre muy inteligente, y tener la respuesta correcta, y ser perfecta, y no fallar nunca, y no equivocarte jamás, y estar siempre haciendo algo, y ser muy productiva, y no perder el tiempo…
Y tener una familia perfecta, unos hijos perfectos, una casa perfecta, un trabajo perfecto, un perro perfecto, una cara perfecta y un cuerpo perfecto.
¡Todo perfecto de la A a la Z!
Y, claro, como tanta perfección es imposible, después siempre tienes algo por lo que criticarte y castigarte.
No sabes, no puedes, no vales, no sirves, no llegas, no tienes solución, no mereces…
Como si ese autocastigo fuera lo que te mereces por no ser perfecto o por no hacerlo todo como deberías.
Como si tuvieras que castigarte para sentirte un poco menos culpable por no llegar a lo que te habías exigido.
Y así, una y otra vez diciéndote que deberías ser diferente, pero que no eres capaz.
Cansino no, ¡lo siguiente!
Ays, ¿pero es que nadie se da cuenta de lo mala que es tanta exigencia?
¿No te das cuenta de que lo peor de todo lo que te pasa es lo que te haces tú tratándote así?
Felicidad y autoexigencia son extremos opuestos
Que por supuesto que querer superarte, mejorar en algo o conseguir algo es maravilloso.
Que por supuesto que no pasa nada por querer cambiar algo en ti o querer hacer las cosas de otra forma.
Pero para eso ¡no hace falta que te exijas tanto!
De verdad que cada día alucino con el crítico interior tan severo que tienen algunas personas (tal vez porque ya me he olvidado de cómo era la mía, que también la tuve y de tiempo en tiempo todavía quiere pasarse a saludar, pero ya nunca le hago caso :-)).
En serio que hay dictadores en la historia que podríamos tachar de benévolos al lado del crítico interior que tienen muchas personas.
De esos que no descansan nunca, que siempre te están pidiendo más y más, siempre recordándote que “esto no es suficiente”, que “esto te pasa por ser así”, que “esto te pasa por no hacer las cosas bien”, que “deberías ser de otra forma”…
Personas que se hablan fatal, se juzgan, se reprochan, se echan la culpa de casi todo… En un bucle permanente de “deberías” y “no deberías” rondando por su mente.
No debería ser tan tímido.
Debería ser más disciplinada.
Debería decir siempre lo que pienso.
No debería ser tan insegura.
Debería valorarme más delante de los demás.
Debería ser más natural y espontánea.
No debería tener miedo.
Debería ser más independiente de los demás.
Debería esforzarme mucho más y dar mucho más de mí.
No debería sentirme así, parezco tonta.
Por ponerte diez ejemplos de autoexigencias que escucho una y otra vez…
Buf, de verdad, vivir así es tremendamente agotador.
¿Es que nadie les ha dicho a estas personas que no hace falta ser perfecto, ni hacerlo todo muy bien ni darlo todo, todo el día y a todas horas, para ser feliz?
La exigencia es una de las cargas más pesadas para quien la lleva, porque es una trampa que no te permite estar nunca satisfecho con nada, porque siempre tienes la sensación de que nada es suficiente, y porque todo esto te genera culpa por no ser o no hacer lo que se supone que deberías.
Y encima es que muchas veces la exigencia va por dentro. Tu crítico interior está ahí escondido, sin que nadie lo vea. Y ya te he explicado que, por regla general, lo que nos escondemos ante los demás nos hace mucho más daño que si lo mostráramos.
Las creencias más habituales de quien se exige demasiado
¿Qué pasaría si no hubiera que ser de ninguna manera ni hacer las cosas de ninguna forma concreta? ¿Qué pasaría si no necesitaras ser diferente o hacerlo perfecto para sentirte bien contigo misma? ¿Qué pasaría si pudieras ser como quieras ser y hacer lo que te apetezca en cada momento?
Vale, que igual no siempre puedes hacer lo que te apetezca, pero ya te digo yo que siempre puedes elegir “desde donde” haces algo que no te apetece hacer. Y siempre puedes elegir no hacerlo desde la exigencia y hacerlo, por ejemplo, desde el disfrute, el placer o la calma.
El problema es que ni nos planteamos que las cosas se puedan hacer de otra forma. El problema son todas esas cosas que creemos que tienen que hacerse así, porque si no las haces así no va a funcionar.
Todas esas cosas que nos hemos creído como verdades absolutas, esas normas rígidas que nos hemos convencido de que tenemos que cumplir siempre, y que ni nos hemos planteado que puedan ser diferentes.
Sobre todo, en alguien que se exige, sus creencias limitantes suelen encajar en alguna de estas dos:
1.Para hacer las cosas tengo que exigirme. Tengo que darme órdenes, estar detrás de mí, diciéndome “tienes que” y “deberías”, empujándome todo el rato, esforzándome siempre al máximo…
Por ejemplo, porque de pequeño te decían “ay, es que a ti si no te estoy diciendo que hagas esto al final no haces nada”.
Así que de mayor te lo dices tú. Sin darte cuenta de que con tanta exigencia lo único que consigues es hacer las cosas desde la obligación, con menos ganas, sin disfrutarlas, y con miedo a fallar.
A parte de que cuando te has dicho que deberías ser así o hacer las cosas asá, pero después no lo cumples, porque no puedes o porque en el fondo sabes que no quieres, es de cajón que termines sintiéndote culpable.
¿Qué es lo que falta aquí? ¡Confianza! Confianza en ti y en que no necesitas exigirte tanto para hacer las cosas.
Es decir, un equilibrio entre tu capacidad de compromiso y darte permiso para disfrutar en cada momento.
2.Si me dejo fluir al final no voy a conseguir / hacer nada. Si voy escuchándome y haciendo lo que me apetece, al final será un desastre. Mi vida será un caos.
Cuando lo cierto es que si dejas de obligarte a hacer las cosas, si dejas de exigirte hacer lo correcto o hacerlo perfecto, te sientes mucho mejor y eres más capaz de priorizar lo importante.
Cuando haces las cosas desde el disfrute, desde lo que sientes en este momento, desde lo que te apetece, sabiendo que te mereces darte ese permiso, te salen mucho mejor, te permite sacar cualidades que desde la exigencia no pueden aflorar (véase la creatividad o la autenticidad) y las disfrutas más.
Por ejemplo, como me decía una Coachee que ya estaba aprendiendo a exigirse menos, “en el trabajo cuando no me exijo y soy más permisiva y hago lo que puedo, resulta que me siento más segura, y los demás también perciben esa seguridad en mí… Pero lo más curioso es que ahora a mí ya no me importa, estoy tan segura que no me importa si los demás me valoran o no”.
¿Lo ves? Cuando te das permiso para hacerlo como te salga, al final resulta que te sale mucho mejor, ¡porque no te estabas sometiendo a la presión de la exigencia!
Y en esto te voy a poner un ejemplo personal. Resulta que antes, cuando yo también tenía a mi dictadora severa, me bloqueaba, me quedaba en blanco y me avergonzaba de mí misma en un montonazo de situaciones. Todo eso era culpa de la exigencia, y dejó de pasarme en cuanto dejé de exigirme y me di permiso para confiar en mí.
Un día en la piscina vi claro cuánto había mejorado. Resulta que me iba a cambiar de calle pensando que la de al lado estaba vacía, pero de pronto vi que había un chico buceando y me quedé en la que estaba (con una chica). La cosa es que el chico de la otra calle me vio recular y me dijo “Jaja, no querías estar conmigo ¿eh?”. Yo le respondí riéndome y diciendo algo como “Jaja, prefiero estar con alguien a quien veo”.
En cualquier otro momento de mi pasado no habría sabido reaccionar a una broma así de un chico desconocido. Me habría quedado cortada y habría terminado pareciendo borde o supertimida. Y todo por culpa de estar exigiéndome soltar la respuesta perfecta, ocurrente y graciosa. Y como no me habría salido bien, después me habría estado culpando, diciéndome que era idiota por no haber sabido qué decir, que qué habría pensado el chico de mí…. Culpa, vergüenza, arrepentimiento, calor a lo “tierra trágame”…
Recuerdo perfectamente cómo eran aquellas sensaciones cuando tenía todos esos pensamientos de exigencia en mi mente, y lo diferente que es ahora cuando simplemente fluyo, digo lo que me sale y sonrío de forma natural.
Por eso, repito, a más te exiges peor te sale y a peor te sale más te culpas y más te exiges. Un círculo vicioso del que sólo sales cuando tomas conciencia de ello.
Así que espero que te haya quedado claro lo tóxica que es la exigencia.
Mucho, muchísimo más de lo que puedas imaginar.
Por eso quiero contarte cómo empezar a dejar atrás esa autoexigencia. Pero eso será en el post de la próxima semana.
Mientras tanto lo que me gustaría es que te observes y que vayas pillando a tu crítico interior, lo que suele decirte y las creencias que crees que se esconden detrás. Eso te servirá para lo que voy a contarte la próxima semana.
Y si quieres puedes compartir tus observaciones conmigo en los comentarios aquí debajo.
Hola Vanessa,
Hace muy poco que he descubierto tu blog y quiero felicitarte por estos post que tanto enseñan. Este en concreto me ha hecho pensar que estaba leyendo un autorretrato de mí misma, aunque creo que yo aún lo hago peor porque todas esas exigencias que me hago también se las hago a todo aquel que me rodea, autoprovocándome más frustración y desasosiego. Gracias por estas aclaraciones que me pueden ayudar a luchar contra mi propio yo exigente y avanzar hacia la felicidad.
Muchas gracias por tus palabras, Malena. La consciencia, el darte cuenta de algo, es el primer paso para poder cambiarlo. Con amor, con comprensión, con paciencia, con lo que vayas necesitando en cada momento… hacia ti y hacia los demás. No pasa nada porque hayas aprendido a tratarte / tratarles así, lo importante es que ahora puedes cambiarlo. Poquito a poco :-).
Un abrazo grande,
Vanessa
Vanessa este blog llegó en el momento preciso, la exigencia paraliza, te llena de cadenas, y cuán difíciles son de sacar.
Quedo a la expectativa del próximo blog.
Me alegro mucho, Lina. Espero que disfrutes del siguiente y te sirva para seguir avanzando hacia tu mejor versión.
Un cariñoso abrazo,
Vanessa
Hola Vanessa.
Tu post es un autorretrato de mi persona. Efectivamente, llevo un dictador dentro que no me deja vivir, y lo que es peor, tampoco deja vivir a los demás, con las consecuencias que ello acarrea. En mi caso todo va a peor y no consigo disfrutar de absolutamente nada. Insomnio, ansiedad, depresión, cansancio, mal humor, etc. son mis compañeros de vida. Un Doctor Jekyll que quiere acabar con Mr. Hyde. No puedo más, estoy desesperado.
Hola Alberto,
Entiendo que ya estás trabajando en ello con un terapeuta. Tu cuerpo te está hablando, con esos síntomas que comentas, de algo que necesitas trabajar dentro de ti. Y está bien, no pasa nada, lo importante es que le escuches y te pongas con ello.
Un abrazo,
Vanessa