Nos pasamos el día sintiendo un montón de cosas.
Pasamos por cientos de estados emocionales en veinticuatro horas.
Sí, cientos, como lo lees, aunque de unas emociones seamos más conscientes y de otras ni nos enteremos.
Y aunque con unas nos encontremos más a gusto, en plan “qué bien estar contenta”, “qué guay sentirme tranquila” o “qué bonito sentir amor”, y con otras menos, y no queramos sentirnos así, en plan “no me gusta estar triste”, “no quiero enfadarme” o “esto no debería afectarme así”.
Dicho esto…
El otro día una coachee, en su segunda sesión (si tú también quieres trabajar conmigo, solo tienes que rellenar este formulario), me preguntaba cómo saber si lo que estaba sintiendo era lo correcto, lo que tenía que sentir en esa situación.
¿Lo sabes tú? ¿Sabes si, cuando sientes X, es eso lo que deberías sentir, o debería ser otra cosa?
Quiero explicarte esto porque es suuuper importante para que puedas aprender a gestionar tus emociones. Es como una lección de 1º de primaria en lo que a inteligencia emocional se refiere :-).
Así que voy a intentar hacerlo de la manera más sencilla posible.
Primero, lo que sientes siempre está bien, en el sentido de que no se trata de que lo juzgues, sino de que lo aceptes y lo escuches.
Siempre, siempre, siempre, sin excepciones, necesitas aceptar lo que sientes. Porque lo estas sintiendo, y punto. Y porque, solo cuando lo aceptas, puedes empezar a escucharlo y a gestionarlo.
Pero, dicho esto, es verdad que hay situaciones en las que lo que sientes es adaptativo, es sano y es lo que necesitas sentir en ese momento para gestionar esa situación…
Y otras en las que no. En las que lo que sientes no es adaptativo, no es sano y no es lo que necesitas sentir en ese momento para gestionar esa situación…
Por ejemplo, supongamos que pierdo una pulsera que era de mi madre y que tenía mucho valor sentimental para mí.
Si ahí empiezo a decirme que vaya despistada, que soy un desastre, que cómo me ha podido pasar esto, que no tengo remedio, que siempre me pasa lo mismo, y bla bla bla, pues es probable que sienta culpa. Y en este caso NO es una emoción adaptativa, porque no me ayuda a gestionar lo que me está pasando.
En cambio, si no me digo nada, si soy comprensiva conmigo y acepto lo que me ha pasado y me dejo sentir lo que estoy sintiendo, pues tal vez simplemente me sienta triste. Y eso SI está bien.
Sentirme triste es adaptativo si pierdo algo que valoro mucho. Es una emoción sana, es así como necesito sentirme, ¡no tengo que cambiar nada!
No es que tenga que cambiar esa tristeza, contarme que no es para tanto y sentirme contenta, ¡es que no puedo sentirme contenta en una situación así!
¿Te vas dando cuenta de cuándo lo que sientes te sirve y cuándo no?
Vale, seguimos.
Entonces, ¿qué marca la diferencia, en el ejemplo de la pulsera, entre cuando me siento culpable y cuando me siento triste? ¿Qué hace que, en el primer caso, llegue a una emoción que no me sirve y, en el segundo, a una que sí?
Pues, fácil y sencillo: lo que marca la diferencia son los pensamientos.
Porque hay veces en las que tus pensamientos te apoyan y te acompañan, y otras en las que te limitan y te hacen daño.
Volviendo al mismo ejemplo, si me digo que está bien que me sienta triste porque para mí esa pulsera era muy especial, pues mis pensamientos me están acompañando y apoyando, ¡están legitimando mi emoción!
En cambio, si me digo que soy tonta por haberla perdido o que no debería estar triste por esto, pues está claro que mis pensamientos me están haciendo daño y no me están dejando sentir lo que siento. Y, cuanta más cuerda les dé, peor me iré sintiendo y más enganchada me iré quedando en ese malestar.
Una emoción es como que se me hubiera encendido una pequeña hoguera dentro de ti. Y esa hoguera está bien, porque te habla de algo que te está pasando. No se nos encienden hogueras emocionales de la nada, se encienden por algo, ¡y está bien!
El problema es cuando, ante esa hoguera, en vez de observarla y dejar que siga su curso hasta que se apague, empiezas a echar troncos y más troncos (y con troncos me refiero a los pensamientos) y entonces la hoguera no solo no se apaga, sino que cada vez se hace más grande y acaba quemándote por dentro :-(.
Mi pareja me planta, una vez más
Es decir, cuando sientes algo, lo primero es que aceptes eso que estás sintiendo.
Y, una vez que lo aceptas y que lo escuchas, que te preguntes si eso que sientes tiene que ver con lo que ha pasado o tiene que ver con lo que tú te estás contando sobre lo que ha pasado.
Eso es lo que te llevará a descubrir si es una emoción adaptativa, que te sirve, o no lo es.
Y si sí lo es, si es adaptativa porque tiene que ver con lo que está pasando, simplemente respirar eso que sientes y dejarlo estar, que siga su curso, hasta que la hoguera se apague solita.
Y, si no lo es, si no tiene que ver con lo que está pasando, sino con tus pensamientos, si te das cuenta de que estás contaminando la emoción sana con tus pensamientos (o, dicho de otra forma, echando más leña al fuego), entonces lo que necesitas es cambiar lo que te cuentas para poder cambiar lo que estás sintiendo.
Otro ejemplo. Supongamos que mi pareja lleva tres semanas diciéndome que me va a acompañar a un sitio y hoy ya es la cuarta vez que me dice que lo dejemos para otro día. Esta vez, porque está muy cansado. Dos días fue porque salió tarde de trabajar y, el otro, porque le cambiaron el partido de paddle.
Y yo estoy enfadada. Según leo su mensaje en el móvil siento mucho calor en el cuerpo y muuucho enfado.
Si ahí empiezo a decirme que es un desconsiderado, que no me tiene en cuenta, que siempre me hace lo mismo, que pasa de mí, que eso es porque no le apetece, que en realidad no quiere ir, que soy idiota por seguir esperando a que me acompañe… pues es posible que acabe sintiendo ira y mucho resentimiento hacia él.
Y, tal vez, cuando le vea sea desagradable, o le castigue, o me ponga a la defensiva.
En cambio, si simplemente me dejo sentir ese enfado, si lo acepto, lo escucho y lo legitimo, si entiendo que es adaptativo y que es así como necesito sentirme, pues cuando le vea simplemente estaré enfadada, o triste, o decepcionada, pero podré expresárselo desde un lugar más sano que en el primer caso.
Podré decirle cómo me he sentido y podré preguntarle si de verdad quiere acompañarme o prefiere que busque a otra persona que pueda venir conmigo. Porque ya no estoy contaminando la hoguera de mi enfado con pensamientos sobre el otro, sino que estoy validando cómo me siento y pidiéndole al otro una explicación y una solución.
Y porque ya no estoy dando por hecho que si no viene es que no quiere venir o que me está tomando el pelo, y me estoy planteando otras opciones.
Que muchas veces la hoguera se agranda porque nos pasa algo y nos quedamos con la primera explicación que nos hemos contado. Porque la damos por válida sin buscar otras alternativas.
Por ejemplo, “si no me llama, es que no le importo”, cuando también puede ser que no esté bien, que no haya podido, que no haya tenido tiempo, que se le haya olvidado…
Y, de nuevo, igual que en el ejemplo de la pulsera, si estoy enfadada, lo que siento está bien.
Porque lo que no puedo pretender es que alguien haga algo que me molesta y yo me sienta feliz y contenta.
Cuando alguien hace algo que me hace daño y me dejo sentir ese dolor, sin exigirle al otro ni empezar a contarme barbaridades sobre él, pero reconociendo que eso me ha dolido y que tengo derecho a sentirme así, es cuando puedo empezar a gestionar ese enfado. Cuando puedo dejarme sentir lo que estoy sintiendo y escuchar lo que necesito.
Dos claves para pillarte a ti misma
Vale, ¿quieres saber cómo darte cuenta de si, cuando te pasa algo y te sientes de determinada manera, el problema es lo que tú te estás contando?
Pues hay dos claves.
La primera, por cómo te sientes cuando cambias el pensamiento.
Si cambiando el pensamiento sigues sin sentirte bien, es muy probable que esa emoción fuera adaptativa. Por ejemplo, si alguien hace algo que te ha molestado y empiezas a decirte que deberías ser más comprensiva y que no tendrías que enfadarte por eso, pero sigues sin sentirte bien, seguramente sea que tu enfado es adaptativo.
Que necesitas darte permiso para estar enfadada y molesta, para sentir lo que estás sintiendo, y legitimarlo y validarlo y desde ahí ponerle un límite al otro, o, al menos, decirle cómo te has sentido.
En cambio, si cambiando ese pensamiento y animándote a ser más comprensiva, te hubieras quedado en paz y tranquila, seguramente es que lo que te estaba haciendo sentir mal eran tus pensamientos
Es decir, cuando cambiando el pensamiento te quedas en paz, es que es por ahí.
Y cuando cambiándolo te quedas medio bien, pero al rato vuelves a sentirte mal, es que no es un tema de cambiar el pensamiento, sino de legitimar lo que estás sintiendo.
Y, la segunda clave, cambiar el pensamiento está bien cuando al cambiarlo te das cuenta de que sigues cuidando a tu niña interior. De que, por cambiar eso que te cuentas, no dejas de respetar a tu niña interior y que la sigues cuidando con ese nuevo pensamiento.
Por ejemplo, siguiendo con lo de que alguien ha hecho algo que me ha molestado y siento enfado, si al decirme que “debería comprender a esa persona, que no lo hizo con mala intención y que no tengo que enfadarme por esto” no siento que esté cuidando de mi niña, es que por ahí no es.
Ojo, esto no va de estar contenta todo el rato
Como puedes ver, gestionar una emoción no significa que vayas a terminar sintiéndote feliz y contenta. ¡No!
No se puede estar alegre si pierdes a alguien…
No puedes estar tranquila si alguien te hace daño…
Por eso, no se trata de cambiar los pensamientos para evitar los sentimientos dolorosos, porque el dolor hay que sentirlo. ¡Es sano y es adaptativo!
De lo que se trata es de distinguir cuándo tus pensamientos te ayudan a gestionar lo que te está pasando y cuándo no.
Pero sería tan desadaptativo decirte que no pasa nada si se te ha muerto el perro, como decirte que es lo peor que te ha pasado en la vida y que no vas a poder superarlo.
¿Te das cuenta?
Es decir, estar triste ante una pérdida, bien.
Pero estar deprimida, amargada o contenta, ya no bien.
Y un último ejemplo, esta vez de otra emoción que no nos gusta nada: el miedo.
Si me entero de que en mi trabajo van a despedir a gente, pues está bien que sienta miedo.
El problema es cuando empiezo a contarme que buuuf, que verás cómo me toque a mí, que no voy a encontrar otra cosa, que justo ahora, que qué van a pensar mis amigos de mí, que esto es horrible, que no voy a soportarlo… pues acabaré sintiendo mucha ansiedad.
¿Lo ves?
Resumiendo, hay momentos en los que toca sentirse mal, en lo que así es como te tienes que sentir. En los que necesitas dejar estar la emoción, sentirla, abrazarla e ir trascendiendo ese dolor hasta que, poco a poco, se vaya reduciendo la intensidad y la hoguera se apague. Y eso habrá sido gestionar tu emoción. ¡Chapeau!
Y hay otros en lo que ese “sentirte mal” viene de lo que te estás contando. Y entonces es ese pensamiento lo que necesitas cambiar. Y, una vez que lo cambias y vuelves a la emoción sana, al enfado, la tristeza, el miedo o lo que sea que estés sintiendo ese momento, volver a dejarla estar hasta que desaparezca. Y, tachaaaan, ¡de nuevo eso habrá sido gestionar tu emoción!
Y para llegar a esto, para distinguir lo que necesitas, siempre, siempre has de empezar por aceptar y escuchar lo que sientes.
…
Y, como éste es un post densito, estaré encantada de leerte y resolver tus dudas, en los comentarios aquí debajo.
Si, es denso pero muy bien explicado y como siempre da esa colleja virtual que a veces necesitamos para poder aprender a “sentirnos” y a aceptarnos!
Gracias Vanessa!!!
Gracias a ti, Miriam preciosa.
Un beso grande,
Vanessa
Ufff Vanessa! Bravo por tu post.
Yo soy de las que se cuenta películas. Y a veces me controla. Luego hablas con la persona y te das cuenta de que estaba en tu cabeza. Porque tengo heridas de rechazo. Así que al final acabo sintiéndome mal doblemente y con ansiedad. Pero a mi favor diré que a veces ellos también podrían dar más explicaciones…
Intentaré ser breve en mi caso: mi grupo de músicos queda con otra cantante 2 días después de que echen al bajista y al pianista. Pues yo me digo: cómo se atreven, seguro que están buscando a otra, estos se piensan que yo me chupo un dedo, se van a enterar. Y desde la ira les digo que qué está pasando. Ellos no querían prescindir de mi simplemente querían tocar más y por eso fundaron otro proyecto. Yo simplemente hubiera agradecido que me lo hubieran comunicado y así yo me quedaba tranquila… Y ahora después de todo este lío me siento incómoda y ridícula y con el miedo de qué pensarán de mi…
En fin que me ha encantado lo de des- adaptativo o adaptativo. Así es, nosotros decidimos si nos enredamos o nos comunicamos de manera sana.
Muchas gracias Vanessa, como siempre das en el clavo
Hola Pilar,
Lo primero es que las heridas se pueden curar para que al menos no perjudiquen a tus relaciones y no te hagan pasar esos malos ratos. Tenlo presente, que puedes trabajar eso si te hace daño:-).
Ya ves que todos nos podemos equivocar. Que tal vez lo que para ti es evidente que podría hablarse, para el otro en ese momento no lo ha sido. Y el ejemplo que pones de los músicos es un maravilloso ejemplo de cuando respondemos desde una herida, en vez de hacerlo desde lo que está pasando aquí y ahora, y comunicar cómo nos hemos sentido y pedir al otro desde ahí.
Es legítimo lo que sintieras, pero si no te gustó cómo respondiste puedes pedir disculpas, explicarte, decir cómo te estás sintiendo… El bálsamo de las relaciones es esa comunicación honesta y sentida. Y lo importante es que te quedes tranquila.
Muchas gracias por compartir.
Un abrazo,
Vanessa
Muchas gracias 🙂
A ti :-).
Un abrazo,
Vanessa
Yo mi caso que si a una persona le caigo mal o me da una mala contestación, o me hace una faena de cualquier tipo, pienso que es una persona que está enfadada con la vida, o simplemente le caes mal, no se lo tomo en cuenta, y es más le perdono, porque el perdonar es de personas fuertes como lo hizo Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Martín Luther King o Mark Twain, independientemente que esa persona no sepa que le disculpo sus malas acciones y positivamente sé incluso que no cambia su forma de ser conmigo. Por mi parte me estoy conociendo a mi mismo y me disculpo todos los fallos que cometo en mi vida actual y sinceramente el vivir sin rencor, odios y siguiendo mis valores basados en la virtud me hace más fuerte y, lo más importante, más libre, independientemente que la mayoría de la gente no sea como yo, reconocer mis errores y arrepentirme del mal que he hecho también me libera, y no hacer mal a nadie y ser empático con el prójimo me esta dando en esta etapa de mi vida una tranquilidad que nunca la tuve en mi niñez, juventud y edad madura. Tengo 52 años y estoy enfermo, el reconciliarse con el pasado y mejorarse a uno mismo y sobre todo, no procrastinar y vivir conforme a mis valores, soy católico, llevando una vida espartana los 365 días del año sin pedir nada a cambio, ni en este mundo ni el otro, me da una alegría que nadie se puede imaginar. La verdad, vivir sin nada, ni tan siquiera sin ningún capricho, solo totalmente y enfermo y ante una inestabilidad laboral, aceptándome las críticas y “pasando de las personas tóxicas” me hace sentir el hombre más feliz del mundo.
Hola Manuel Alejandro,
Eres un ejemplo maravilloso, ya te lo he dicho en otras ocasiones. Hay un gran aprendizaje en cada una de tus palabras, y admiro a donde has llegado y el lugar desde el que estás viviendo tu momento presente y tu enfermedad. Solo me gustaría animarte a cuidar de tus relaciones, porque de verdad creo que el amor compartido es un ingrediente muy importante para nuestra felicidad y nuestra satisfacción personal. Y te mereces rodearte de personas tan bonitas como tú.
Un fuerte abrazo,
Vanessa