¿Sabes qué errores cometes cuando hablas? ¿Sabes qué expresiones de las que usas con más frecuencia hacen que te sientas mal?
Y, sobre todo, ¿sabes cómo hablar para aumentar tu bienestar?
De todo lo que podemos cambiar para sentirnos mejor, seguramente una de las cosas más sencillas de modificar y a la vez más efectivas sea el lenguaje.
Si te digo que si cambias tu manera de hablar, cambiará tu vida entera, te puede parecer que estoy exagerando, pero te aseguro que no.
Porque lo que dices influye muchísimo en cómo te sientes.
(Si no te lo crees, prueba a pasarte un día entero hablando de forma pesimista y negativa, criticando a todo el mundo y quejándote por todo).
Y porque es mucho más fácil cambiar tu manera de hablar que cambiar tu manera de interpretar lo que te pasa o las creencias que tienes sobre ti.
El lenguaje simplemente requiere que te lo propongas con consciencia y constancia.
Consciencia para escucharte, para observarte y para darte cuenta de lo que te dices y lo que dices cuando hablas con otras personas.
Es decir, el hacernos conscientes del lenguaje que usamos es imprescindible para salir del automatismo de pensar y hablar siempre de la misma forma… De esa manía que tenemos las personas de repetir siempre los mismos pensamientos y las mismas expresiones cuando estamos en circunstancias similares.
Por ejemplo, los típicos comentarios de pésame y desgracia cuando alguien vuelve de vacaciones, como si volviera al matadero. ¿De verdad crees que eso te ayuda a motivarte y a retomar con buen ánimo tu trabajo?
Y, en segundo lugar, constancia para repetir y repetir, una y otra vez, hasta que hayas conseguido cambiar tu manera de hablar.
Porque una y mil veces volverás a caer en tu antigua manera de expresarte y una y mil veces tendrás que reconducirte hacia esa nueva manera de hablar.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?
¿Qué crees tú que va antes, el lenguaje interno o el externo?
Es decir, ¿nuestra manera de pensar condiciona nuestra manera de hablar? ¿O nuestra manera de hablar condiciona nuestra manera de pensar?
Pues resulta que esto es como lo del huevo y la gallina, que los dos están tan relacionados que no pueden separarse.
Porque hablas como piensas (de ahí que escuchando a alguien puedas darte cuenta de qué tipo de persona es).
Pero también piensas como hablas.
Porque tu manera de hablar puede hacer que pongas el foco en lo positivo o en lo negativo.
Puede hacer que te fijes en los problemas o en las soluciones.
Y puede ayudarte a ganar confianza y seguridad en ti o a perderla.
De hecho, te diría que cómo hablas influye más en cómo piensas que al revés.
Y que a fuerza de usar un nuevo lenguaje acabarás construyendo un nuevo pensamiento, en la misma dirección que ese lenguaje que has integrado.
Por ejemplo, si hablo con un lenguaje más optimista, acabaré teniendo un pensamiento más optimista.
Y no sólo eso. Es que como consecuencia de cambiar tu manera de hablar, también cambiarán tus relaciones con los demás.
Porque el lenguaje es energía, así que los demás reciben buena o mala energía cuando nos escuchan hablar. Y por eso nos apetece más estar con personas que usan un lenguaje potenciador.
Es decir, el lenguaje genera realidades, y no sólo las representa.
Es algo que veo y trabajo continuamente con mis Coachees. Por eso en este post he querido recoger los tres errores más comunes en nuestra forma de hablar (y también los que más malestar nos causan):
1.El tengo que (y otras expresiones del tipo)
Hay personas que usan un “tengo que” cada tres minutos.
Como me decía el otro día una clienta, vivo en un constante “tengo que”.
Tengo que hacer esto, tengo que ir a aquel sitio, tengo que acabar aquello, tengo que hacer lo otro…
Hay quien dice tengo que hasta cuando habla de disfrutar más o de pasar más tiempo con sus hijas.
¡Lo usamos un montón sin darnos cuenta de lo tóxico que es!
En primer lugar porque nos exime de responsabilidad. Cuando digo “tengo que” es como que no soy dueña de mi vida ni de mis actos, como si alguien me obligara a hacer lo que hago, como que no soy libre para elegir.
En segundo lugar, porque el “tengo que” hace que sienta que estoy obligada a hacer cosas y que no me merezco disfrutar. Por eso, como me decía el otro día esta clienta, alguien que vive en el “tengo que” constante no deja espacio en su vida para el disfrute.
Y es que el “tengo que” es fruto de las obligaciones autoimpuestas y de la exigencia machacona para ser más esto, para llegar a todo lo otro y para cumplir con lo de más allá.
Y donde te digo “tengo que”, te digo “debería / no debería” y “puedo / no puedo”, que vienen a ser lo mismo.
Debería comer mejor, debería ser más segura, debería controlar mejor mis emociones, debería ser más valiente, debería haber estudiado lo otro, tendría que ser más capaz, tendría que hacer más cosas, tendría que trabajar más, no puedo hacer lo que me gusta, no puedo decir que no…
Es decir, todo lo que implique culpa, obligación y exigencia…
Tengo que poner la lavadora.
Tengo que hacer la declaración de la renta.
Tengo que ir a comer a casa de mis padres los domingos.
etc,.
Creemos que tenemos que hacer muchas cosas, pero no es así. De hecho, la mayoría de ellas las hacemos porque queremos.
¿No me crees? Prueba a escribir una lista de todo lo que tienes que hacer… ¡Todo tus “tengo que”!
Después cambia cada “tengo que” por “elijo”.
Y al final de la frase añade un “porque quiero…”.
Por ejemplo, “elijo poner la lavadora porque quiero tener ropa limpia”.
O “elijo ir a comer a casa de mis padres los domingos porque quiero verles al menos una vez a la semana”.
¿Te encaja esta nueva manera de expresarte? Entonces no necesitas volver a decir “tengo que”.
Y, si por algún motivo no te encaja, si sigues sin sentirte bien, renegocia o reformula. ¿Y si pudieras ir a ver a tus padres los martes por la tarde? ¿Dejarías de sentirte obligado a ir los domingos?
Es decir, si haces algo porque de verdad quieres hacerlo, bienvenido sea.
Y si lo haces para que te quieran, para que no se enfaden o para no sentirte culpable, entonces tal vez deberías replantearte otra manera de ver a tus padres que te apetezca más y no te haga sentir que estás obligado a hacerlo.
Sea como sea, por favor, ¡destierra el tengo que de tu vocabulario!
2.Hablar mal de ti
Me alucina las cosas que somos capaces de decirnos a nosotros mismos.
Estoy segurísima de que la persona a la que más hemos insultado y faltado al respeto, cada uno de nosotros, es a nosotros mismos.
Soy un desastre, nunca me sale nada bien, no valgo para esto, no voy a poder, siempre me equivoco…
No sé tanto como ella, yo no sería capaz, no tengo ni idea, soy lo peor, todo lo hago mal, se van a dar cuenta, pensarán que soy tonta…
¿Cómo puedo ser así? No tengo remedio, qué mala suerte tengo, no podré soportarlo, lo mío no tiene mérito, esto lo hace cualquiera…
Nos culpamos, nos criticamos, nos menospreciamos y nos tratamos fatal a nosotros mismos… Muchas veces con la idea errónea de que con uno mismo no es tan malo hacerlo, porque nos ayuda a espabilar y ponernos las pilas.
¿De verdad crees eso? ¿De verdad crees que a ti te puedes decir lo que nunca le dirías a nadie? ¿En serio crees que eso va a funcionar?
No, ya te digo yo que no.
Y precisamente ahí tienes la medida, en no decirte nada que no le dirías a alguien a quien quieres.
Porque querer tener una buena autoestima es lo mismo que querer quererte.
Y a alguien a quien quieres no le dirías nada que le hiciera daño.
No le dirías ni que qué fea está, ni que vaya pelos, ni que qué egoísta, ni que todo te sale mal, ni que no sabes hacer la o con un canuto.
Así que hazme el favor de hacer lo mismo contigo y no vuelvas a decirte algo que no le dirías a tu mejor amiga.
Incluso con críticas más sutiles y menos despiadadas que éstas, pero que también condicionan cómo te sientes… Por ejemplo, recuerdo a una Coachee que cambió el “antes de tomar una decisión necesito preguntarles a los demás” por “antes de tomar una decisión me gusta comentarlo con los demás”.
Y a otra que cambió el “cuando voy a tomar una decisión le doy muchas vueltas” por “me gusta analizar las cosas antes de decidir algo”.
Y a otra que cambió el “perdona, que igual esto que voy a decir es una tontería” por el “en mi opinión…”.
¿A que ves la diferencia en cada uno de estos ejemplos? Pues eso.
3.Hablar y hablar de lo que no quieres en tu vida
Hay personas que se pasan el día diciendo todo lo que no quieren.
No quiero salir tarde de trabajar.
No quiero estar triste.
No quiero ponerme nervioso.
No quiero gritar.
No quiero sentirme inferior.
No quiero que todo me afecte tanto.
Quejándose, hablando de todo lo que va mal y mirando a los problemas en vez de mirar a las soluciones.
Qué pena, qué horror, qué miedo, qué vergüenza, qué mala suerte, es muy difícil, no se puede hacer eso…
¿Para qué expresar con nuestras palabras lo que no queremos en nuestra vida? ¿Para qué poner tanta atención en algo que no queremos? ¿Por qué no hablar de lo que nos gusta, de lo que nos motiva, de lo que sí queremos que esté presente en nuestra vida?
Que ya te digo yo que si te repites “todo irá bien” te irá mucho mejor que si te dices “esto va a salir mal”.
Porque lo primero te transmite confianza y te pone en el modo “voy a hacer lo que esté en mi mano para que vaya bien”.
En cambio, lo segundo te transmite negatividad y desconfianza, y te pone en el modo “no hay nada que yo pueda hacer para evitar que salga mal”.
…
¿Te das cuenta de la diferencia tan grande que puede marcar tu manera de hablar en tu manera de sentirte? ¿Cuál de estos tres errores crees que cometes con más frecuencia tú? Me gustaría mucho que me lo contaras en los comentarios aquí debajo, prometo responder.
Te sigo desde hace tiempo y me encanta tus artículos. Este me ha dejado muy sorprendida porque hago las tres cosas! Tengo que poner en práctica los consejos que das. ¡Gracias por tu tiempo! Un abrazo
Qué bien, Raquel. Me alegro mucho de que te haya servido para darte cuenta. Ponlo en práctica, sí, pero sin “tengo que” ;-).
Besos y sonrisas,
Vanessa
Está muy bueno lo que explicás y es real que, sin darnos cuenta, cometemos esos errores y que después no sabemos porqué nos sentimos mal…
Así es, Griselda. Lo bueno es que si nos hacemos conscientes podemos cambiarlo.
Un abrazo grande,
Vanessa
¡Excelente post, Vanessa! Creo que cometo todos esos errores que describes, y hacernos conscientes de lo que decimos, de las expresiones que usamos, es más facil y efectivo que intentar cambiar nuestra manera de pensar. El solo hecho de detectar la expresión y poder imaginar otra opción ya empieza a transformar, porque dejamos de repetir y repetir sin consciencia de ello, porque podemos de a poco ir eligiendo otras formas de decir, de hablar y hablarnos. ¿”Tengo que” cambiar mi forma de hablarme? No, mejor “elijo” hacerme consciente de cómo me hablo porque quiero quererme más :-).
¡Eso es! Elegir, porque no estamos obligados a nada, porque somos dueños de nosotros mismos y porque todo es para algo. Muy bien dicho, Magali.
Un fuerte abrazo,
Vanessa
Muy acertadas tus palabras. Yo me la pasó con el “tengo que”, y al cambiar al “quiero”, realmente le da un nuevo sentido y enfoque a las cosas, responsabilizándonos de nuestros actos como una elección que tiene un porqué, y que es grata y no obligada.
Así es, Karina. Hablar desde el “quiero” nos hace responsables de nosotros mismos. Y ese es un ingrediente fundamental para una autoestima sana.
Un fuerte abrazo,
Vanessa
Excelente post. Me sentí identificada porque caigo en esos tres errores todo el tiempo. Pondré en practica tus sugerencias. Gracias, Vanessa.
Me alegro mucho de que te haya servido, Mayerlin :-).
Un abrazo,
Vanessa
Hola. Excelente. Parece mentira cómo nosotros mismos nos maltratamos con tanto pensamientos negativos. Me parece muy bueno, comenzar desde ahora a repetirnos toda las cosas bellas que nos brinda la vida. Dejar atrás estas palabras como “tengo que”, que nos hacen esclavos del sufrimiento. Te felicito amiga, por esa luz en el camino.
Así es Damaris, hay muchas cosas bellas en la vida para valorarlas… Y, sobre todo, valorarnos a nosotros mismos, en vez de juzgarnos y criticarnos tanto.
Besos y sonrisas,
Vanessa