Debería haber palabras prohibidas en nuestro vocabulario. Todas las que nos limitan, las que nos quitan energía, las que juzgan, las que presuponen lo que va a pasar, las que nos hacen acercarnos a algo como si fuera a salir mal… De que lo que nos decimos a nosotros mismos, nuestro diálogo interno, es muy importante ya te hablé en otro post. En este quiero centrarme en el lenguaje que usamos con los demás en nuestro día a día, porque si nos asomamos al mundo con un espíritu crítico, reactivo y pesimista, eso no solo contribuirá a que veamos el mundo más negro, sino también a que el mundo nos vea más negros a nosotros.
Hace unas semanas estuve en una conferencia sobre marca personal y la experta que la daba nos contó el caso de una muy buena amiga suya a la que no veía mucho porque vivía en otra ciudad, pero a la que le seguía la pista por Facebook. Resulta que la amiga estaba desempleada y que últimamente todo lo que comentaba en Facebook era para quejarse: que si la crisis, que si vaya panorama, que si qué mal vamos, que si vaya día más horrible que he tenido… Así que su amiga, la que nos lo estaba contando, la llamó para preguntarle si estaba bien, porque estaba preocupada por ella por los comentarios tan negativos que ponía en la red social. Y la otra le contestó que sí, que estaba estupendamente, y que solo usaba el Facebook para desahogarse con sus amigos. “¿Tus amigos? ¡Pero si tienes casi mil contactos en Facebook! Si los contactos son básicos para encontrar empleo, ¿de verdad crees que la imagen que estás dando antes esas casi mil personas es la de alguien a quien apetece recomendar para un trabajo?”.
Esto, que la ponente nos contaba al hilo de que la marca personal nos la construimos a cada instante y en cada momento, enlaza bien con la importancia del lenguaje que usamos, porque con él no solo creamos nuestra realidad (si hablas con negatividad te aseguro que verás más negatividad porque tu foco está puesto en eso), sino también la imagen que les estamos dando a los demás.
Piénsalo tú mismo. Piensa en alguien que conozcas que siempre esté quejándose, criticando, viendo el lado feo de las cosas (y de las personas) y pensando que todo va a salir mal. ¿A que se te ocurre alguien? ¿Y cómo te sientes cuando estás con esa persona? ¿Qué imagen te da? ¿Te apetece pasar tiempo con ella? Y ahora piensa en alguien que suela usar palabras amables, que sea optimista, alegre, que siempre le saque el punto positivo a lo que pasa… ¿Cómo te hace sentir esa persona? ¿Cómo la describirías? ¿Te apetece estar con ella? Y pensando en las dos personas que se te hayan ocurrido, ¿quién te hace sentir mejor? ¿Con quién te apetece más estar? Seguramente con el segundo, excepto si eres de los primeros y te encuentras más cómodo rodeado de gente negativa.
Y por supuesto que no hablo de que debamos vivir en los mundos de Yupi, cerrando los ojos a los problemas o creyendo no existen. No. La diferencia entre una persona positiva y una negativa, es que la primera, a pesar de tener grandes problemas, no los percibe como permanentes, y por ello mismo no se enfoca en el problema sino en la solución (si es que está en su mano, porque, si no lo está, ¿para qué preocuparse?). Optimismo proactivo, que lo llamarían en mi pueblo. Porque claro está que si nadie se quejara de nada, nada mejoraría. A lo que me refiero es al hábito de quejarse por quejarse y criticar por criticar. Pero desde luego que quejarse de vez en cuando, intentando hacer algo por cambiar eso de lo que nos quejamos de una forma constructiva, no tiene nada de malo.
Creo que no hace mucha falta que ponga ejemplos de lenguaje crítico, negativo y pesimista porque todos escuchamos alguno cada día, pero te voy a poner varios de formas de hablar o palabras poco constructivas que nos suelen pasar desapercibidas cuando las decimos.
- “Voy a intentar dejar de fumar” (o a intentar lo que sea). ¿Intentar? ¿Qué es intentar? Diciendo que lo vas a intentar lo que haces es darte permiso para no conseguirlo. Poniendo la mitad de la carne en el asador, vaya. Mejor di “voy a dejar de fumar”. No es que eso te garantice el éxito, el éxito depende de ti, pero te acerca mucho más.
- Si, por ejemplo, tienes un conflicto con alguien, “pensaré en hablar con él y decirle lo que siento”. Pensar y reflexionar están muy bien, pero siempre y cuando sea un paso previo a actuar. Si sabes que la solución es hablar con esa persona no lo pienses, hazlo (pensando antes qué le vas a decir y cómo… para eso te puede servir este otro post).
- “Lo miraré a ver qué tal”. De algo así que le he escuchado a un amigo (que espero lo siga siendo después de esto 🙂 ) hace un rato, cuando le comenté que viera una página web, es de lo que me ha surgido la inspiración para escribir este post. Ese “a ver qué tal” te hace acercarte a las cosas en estado de juicio. ¿Y si nos acercáramos a las cosas con la mente limpia de presuposiciones y no como un crítico que lo va a valorar? Es como el experimento del “efecto pigmalión”, en el que un grupo de profesores vio mayores avances en los alumnos que ellos creían que eran los que tenían más potencial, cuando en realidad ese dato era falso. Vamos, que se habían predispuesto a ver la inteligencia donde ellos creían que estaba.
- “Tengo que limpiar mi casa esta tarde” o “tengo que terminar este trabajo hoy”. Los “tengo que” son uno de nuestros mayores enemigos. Fíjate, ¡los usamos muchísimo! Como si fuéramos esclavos de alguien, que no lo somos, y menos de nosotros mismos. Por eso en mis procesos de Coaching siempre animo a mis Coachees a que identifiquen las veces al día que dicen “tengo que” e intenten cambiarlo por “quiero”, preguntándose “¿quiero hacer esto?”. Las cosas que hacemos deberíamos querer hacerlas, si no es por lo que suponen en sí, al menos por el beneficio que nos van a acarrear. Por ejemplo, “quiero limpiar mi casa esta tarde porque quiero que esté limpia cuando vengan mis amigos” o “quiero terminar este trabajo hoy porque quiero tener libre el fin de semana”. Entonces, ¿tienes qué o quieres?
- “Es que yo soy muy nervioso” o “es que soy muy impuntual”. ¿Cómo que eres muy impuntual? Las personas somos altas o bajas, morenas o rubias, españolas o de otro país. El resto son comportamientos que nosotros hemos elegido y elegimos tener, pero se pueden modificar (aunque te parezca que siempre has sido así en realidad es porque siempre lo has elegido y ni te has planteado cambiarlo). ¿O es que nunca jamás has estado tranquilo o has llegado puntual a un sitio? Seguro que si lo piensas bien se te ocurren varias veces.
Hay muchos más ejemplos, estos son los primeros que me han venido a la mente. ¿Y a ti? ¿Qué palabras o expresiones te gustaría desechar de tu vocabulario? Si te apetece puedes compartirlas en los comentarios.
Todos tenemos total libertad para elegir las palabras que utilizamos y, según sean estas, así será como pensemos que es el mundo y como lo veamos. Los pesimistas lo ven oscuro y hablan de él con oscuridad. Los optimistas todo lo contrario. Es un círculo vicioso, y el lenguaje es la manera más efectiva de romper ese círculo y cambiar tus pensamientos. Por eso te animo a que seas consciente de un par de cosas:
1. Las palabras que utilizas. Fíjate, escúchate, a ver si dices alguna de éstas u otras que puedan estarte limitando… Si ves que alguna la repites mucho puedes apuntarla y poner al lado la palabra o la frase por la que quieres cambiarla. Y después hacerlo. Ni intentarlo, ni pensarlo, ni a ver qué tal, ni tengo que dejar de decir esto… ¡Quiero decir esto otro y lo voy a hacer!
2. Lo que escuchas a tu alrededor te influye, y si todo el rato estás escuchando comentarios y noticias negativas (ya sea en la tele o en tu entorno) es más difícil que tu lenguaje y tus pensamientos sean positivos. Por eso te animo a que hagas tanta dieta informativa como puedas. Y lo mismo con las personas negativas, pesimistas y críticas que tengas en tu entorno. Esas que siempre temen lo peor y que te animan a que hagas lo mismo: quejarte, quejarte y nada más. Si no puedes alejarte de ellas al menos escúchalas lo menos posible. Cambia de tema o desconecta tu mente cuando les veas venir. Elige cuánto quieres que te influyan.
Y después me cuentas cómo te ha ido, ¿vale?
Me despido con una frase que ya no recuerdo dónde escuché pero que se me quedó clavada: “Conviértete en la clase de persona que quieres tener a tu lado”.
ACTUALIZACIÓN
Te dejo otras palabras que usamos bastante y que tampoco tienen mucho de constructivas:
- Pero. El “pero” anula lo que hayas dicho antes. Por ejemplo, “me parece una propuesta muy interesante, pero ahora mismo no voy a aceptarla”. ¿Lo ves? Con el “pero” te cargas lo que sea que hayas dicho antes, le quitas importancia. Fíjate a partir de ahora cuando utilices un “pero” e intenta decir lo mismo de otra forma. Por ejemplo, “me parece una propuesta muy interesante y estoy seguro de que en otro momento la aceptaría”.
- Imposible. Si desde un principio te planteas algo como “imposible” le estás dando a tu cerebro el mensaje de que ni lo intente. Total, si es imposible, ¿para qué buscar opciones? Incluso con la palabra “difícil” ya te estás cerrando puertas. Mejor sustituir el “imposible” y el “difícil” por “va a ser un reto”, “será un desafío”, “llevará trabajo y esfuerzo”, o como quieras decirlo sin que eso te lleve a quedarte de brazos cruzados.