¿Eres consciente de la huella que dejan tus palabras?
¿Te das cuenta del daño que puede hacer lo que a veces dices sin pensarlo demasiado?
Recuerda un momento en el que le dijiste algo a alguien de lo que después te arrepentiste.
Un momento en el que, enfadada, rabiosa o llena de ira, dejaste salir sapos y culebras por la boca.
Seguro que a ti también te ha pasado. A todos nos ha pasado alguna vez.
El problema no es que nos pase, sino que permitamos que nos siga pasando.
A menudo escucho a personas decir cosas como “es que yo tengo muy mal carácter”, “uy, ten cuidado que yo tengo un pronto que alucinas” o “algo que odio de mí es el genio que tengo”.
¿Te suena? ¿Y si en vez de juzgarte/rechazarte/criticarte/odiarte por ello, si en vez de creer que tú eres así y que no hay nada que hacer, te pararas a ver qué está pasando debajo de ese mal carácter, de ese pronto y de esa rabia acumulada?
Las emociones están ahí para algo, y son perfectas como son. Lo que muchas veces no es perfecto es lo que hacemos con ellas.
¿Y si comprendieras que tienes derecho a sentir lo que sientes, pero no a escupirlo encima de los demás?
A menudo, por no saber gestionar nuestras emociones, por no escucharlas, por mirar hacia otro lado, por hacer como que ahí no pasa nada, terminamos vomitando espinas encima de alguien.
Y, como siempre, lo que nos pasa no tiene tanto que ver con los demás como con nosotras mismas…
Con querer controlarlo todo y estar esperando que los demás sean como creemos que deberían ser…
Con guardarnos las cosas, con no decirlas a tiempo y terminar explotando un día con toda la fuerza y la rabia acumuladas…
Con no aceptar una crítica o pensar que el otro lo dice para hacernos daño…
Con esas heridas y ese miedo a que nos abandonen, a que nos rechacen o a no ser suficiente, que en vez de aceptar y escuchar, para poder sanarlas, reprimimos y tapamos pensando que así nadie se va a dar cuenta… Que si no miramos hacia eso que tanto nos duele es como si no existiera…
Pero sí, la rabia acumulada existe, y hace daño. Se lo hace a los demás y te lo hace a ti misma. Todo deja huella, siempre deja huella.
Como cuenta esta historia…
LAS HUELLAS DE LOS CLAVOS
Esta es la historia de un niño que tenía muy mal carácter.
Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta.
Las semanas que siguieron, a medida que el aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.
Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Y así llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día.
Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter.
Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.
Su padre lo tomó de la mano y lo llevo hasta la puerta.
Le dijo: has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma.
Cada vez que tu pierdes la paciencia, puedes sin pretenderlo dejar cicatrices exactamente como las que aquí ves.
Tú puedes insultar o faltar al respeto a alguien y retirar lo dicho, pero el modo en cómo se lo hayas expresado podrá dejar una huella indeleble en el otro que perdure en el tiempo, aunque tú no pretendieras eso. Recuerda que una ofensa verbal puede llegar a ser tan dañina como una ofensa física (o más).
Esto sirve para que te des cuenta de la huella que dejan tus palabras en los demás. Para que comprendas lo que está pasando ahí y te hagas responsable de sanarlo. Para que te escuches y te des lo que estás necesitando. Y para que elijas cómo decir las cosas y desde dónde quieres decirlas (si desde la rabia o desde otro lugar).
Pero también sirve para que entiendas que cuando alguien te hace daño a ti, también se produce una herida que deja huella.
Me refiero a que a veces trabajo con personas que quieren que no les afecte lo que hacen los demás, que no les duelan sus palabras, que no causen ningún efecto en ellas.
Y eso no es posible. Porque tienes sentimientos y todo deja huella en ti. Igual que la deja en los demás. Siempre deja huella…
…
Como siempre, me encantará que compartas tus reflexiones conmigo en los comentarios aquí debajo. Estaré encantada de responderte.
Eres tan sabia!
Cada articulo tuyo es como que fuera escrito para mi!
Es cierto, aún tengo huellas que no se borran y es probable que yo haya dejado varias por ahí.
Por eso es importante gestionar las emociones, dejar que fluyan desde el amor, no desde el ego.
Así es, las emociones han de fluir, ese es su sentido… Escucharlas, comprenderlas, abrazarlas y dejarlas fluir, desde el amor. O al menos observando el ego sin dejar que se apodere de nosotros :-).
Un abrazo,
Vanessa
Mil gracias, Susana. Me alegro de que lo sientas así :-).
Un abrazo,
Vanessa
Efectivamente, así es, la huella se queda, igual que cuando arrugas una hoja de papel ya no vuelve nunca a su forma original. ¡¡Me ha gustado tu post!! Saludos
Muchas gracias, Marisa. Muy bueno el ejemplo de la hoja de papel.
Un abrazo,
Vanessa
Naci en el seno de una familia desestructurada y aberrante. Las palabras eran hirientes y los a tos más aun. Desarrollé tiempo despues un complejo de culpabilidad enorme y una buena falta de autoestima.
Claro que dejan huella.
Muchas gracias por compartir, Carmen. Así es, lo que vivimos de niños, cuando somos especialmente frágiles y vulnerables, deja una huella imborrable en nosotros. Pero eso no significa que no puedas aprender a amarte y a darte lo que no recibiste en su momento. Claro que puedes, ahora depende de ti sanar esas heridas. Seguirán ahí, pero ya no te dolerán igual.
Un abrazo,
Vanessa
El saber amarse, quererse es más importante que tener una colección de títulos universitarios. Permitir que otros te ultrajen con palabras tan hirientes como un hierro incandescente es fatal para tu vida. El resto de tu convivir será así… pareciera que la persona tuviese en la frente una marca que dice pateame, trátame mal. Quizá ser la pequeña de a mi edad adulta mayor, sigo viviendo en casa materna… Nací en una familia que los hermanos mayores siempre tenían la razón, la tuya por tener la desgracia de ser la ultima (8 hermanos), la raspadura de la olla, tu voz no vale nada. Soy una mujer adulta mayor, por decisión propia no tuve hijos. Pues cuide a todos mis sobrinos y los hijos de mis sobrinos… quedé exhausta. Ahora ellos y sus familias se vinieron a vivir en casa. Soy profesional y si tengo algunos títulos universitarios, soy excelente en mi trabajo, a pesar de tanto odio y rencor, chismes de parte de mis colegas y jefes. La eficiencia ha sido una constante en mi vida. Pero… nunca me atreví a vivir a parte. Fui cómoda viviendo en la casa materna que me dejo mi padre (lamento haber aceptado ese regalo de mi padre) Ya a mi edad solo queda seguir haciendo mi trabajo bien y vivir… esperar la muerte. Al paso que voy no queda de otra. Mi voz sigue ahogada sin eco.
En mi opinión nunca es tarde para ser uno mismo y dejar que tu voz se escuche, empezando por escucharla tú misma. No es para nadie, es para ti. Todo sirve si aprendemos de ello, y nada es en balde si no dejamos que lo sea.
Un abrazo,
Vanessa