La ira aparece sin avisar. El corazón te late deprisa, tu cuerpo se tensa, se te acelera la respiración, sientes calor… Te conviertes en un volcán a punto de entrar en erupción. Y explotas.
¿Sabes a lo que me refiero? Probablemente sí. La ira es una de las emociones básicas, una de las peor vistas y a la vez una de las más habituales en muchos de nosotros, hasta que aprendemos a gestionarla.
La ira te hace perder el control. Sin saber muy bien cómo, dejas de decidir sobre lo que dices y lo que haces. Es como caer rodando por una montaña. Eres incapaz de frenar. Ella te controla a ti en vez de controlarla tú a ella. Gritas, te enfureces, pierdes los nervios, dices cosas sin pensar… Y después, muchas veces, te arrepientes.
Porque cuando estás llena de ira eres incapaz de ver las cosas con claridad y sólo quieres hacer daño al otro para compensar lo que tú has sentido.
Y así es como cuando te quieres dar cuenta las consecuencias, sobre ti o sobre los demás, se vuelven mucho más grandes que las causas de esa ira.
¿Te ha pasado alguna vez eso de terminar preguntándote cómo empezó todo esto? ¿Cómo es posible que algo tan tonto se convirtiera en un huracán capaz de hacer y hacerte tanto daño?
Normalmente sucede cuando nos sentimos atacados o amenazados, cuando vemos que vamos a perder algo que teníamos o cuando uno de nuestros deseos se ve frustrado. No hace falta que eso sea realmente así, tan sólo que lo estemos interpretando así. Porque antes de cada reacción de ira ha habido un pensamiento o una forma de interpretar las cosas que la han provocado, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Lo mismo que no siempre nos paramos a observar la tensión muscular, el pulso acelerado o los cambios en nuestra respiración.
Por ejemplo, un amigo me había prometido algo y no lo cumple. Yo me digo “eso es que no le importo” y me lleno de ira, rabia y enfado que descargo contra él.
O algo tonto y habitual como que alguien se cuele en la cola del supermercado o que un conductor me adelante sin poner la intermitencia. Me digo que esa persona lo hace para fastidiar o que la gente está loca y yo misma alimento mi emoción tóxica con mi diálogo interno.
Lo curioso es que a veces la ira es sólo el síntoma de lo que realmente sucede. Así me sucedía a mí, especialmente en mis relaciones con dos personas cercanas. Con una la ira venía después, porque no había sido capaz de posicionarme delante de esa persona y de tanto callar terminaba explotando. Con la otra la ira era mi manera de exteriorizar el rencor y la rabia que sentía hacia esa persona.
Es decir, con la primera tuve que darme cuenta de mi derecho a expresar lo que sentía y pensaba y empezar a hacer uso de él. Y con la segunda tuve que ser capaz de verbalizar mi dolor y curar las heridas que había en mí.
En mi ira también había mucho de respuesta aprendida. Había aprendido a expresarme así y casi me salía sólo, por ejemplo con mi pareja. También es bastante habitual y cuando te pasa te da igual tener motivo o no, porque sólo sabes responder así. No sabes hacerlo con calma y tranquilidad. Tu cerebro se ha enganchado a la química que esa emoción produce.
También hay quien aprende lo contrario: no enfadarse. Tal vez porque le dijeron que no era bueno o no le estaba permitido. Y sepulta en su interior lo que siente, llenándose por dentro de resentimiento y malestar.
O también puede haber quien piense que para que el otro se dé cuenta de que está enfadado tiene que gritar y ponerse furioso.
O quien usa esos enfados para soltar la frustración o la tristeza que siente por aspectos de su vida con los que no está satisfecho y que no se está atreviendo a enfrentar.
Y muchas veces porque no hemos aprendido a ponernos en el lugar de los demás, porque nos cuesta entender otros puntos de vista o comportamientos, porque nos falta flexibilidad…
Motivos puede haber miles. Lo importante, más que entender el tuyo, es decidir si quieres seguir alimentando una emoción tan tóxica. Darte cuenta de que la ira no es una manera eficaz de comunicarte y aprender a dialogar desde otro estado más sano y efectivo.
Veamos algunos pasos que pueden ayudarte si tú también decides que vale ya de tanta ira:
- Aprende a verla venir. Identifica sus síntomas corporales y cómo te hace sentir. A esto te puede ayudar el mindfulness o alguna técnica de relajación.
- Escucha su mensaje. ¿Por qué me he sentido así? ¿Qué me ha hecho daño? ¿Qué me ha dado miedo? ¿Cómo he interpretado esto que ha pasado? Resuelve el problema que está debajo de tu ira y no la dejes pasar como si nada hasta la próxima vez que te vuelva a pasar lo mismo.
- Quédate en silencio. Aquí te puede funcionar el “piensa dos veces lo que vas a decir”, el “cuenta hasta diez” o, mejor todavía, guardar silencio durante al menos un minuto.
- Reflexiona. ¿De verdad es tan importante esto que ha pasado? ¿Merece la pena que me ponga así? ¿Quiero hacerle daño a esta persona? ¿Quiero seguir con este enfado y hacerlo más grande? Piensa que tú no puedes cambiar el comportamiento de la otra persona y que al que peor le va a sentar esa emoción es a ti.
- Cambia tus pensamientos. Dado que lo que nos altera es cómo interpretamos los hechos, mucho más que lo que ha pasado, deja de hacer asociaciones tipo “si me dice esto es que no me quiere”, “es horrible”, “no puedo quedarme callado”… Cambia ese diálogo por uno más amable como “es mejor hablarlo tranquilamente”, “no es para tanto” o “no me quiero llevar un mal rato”. Incluso puedes pensar una palabra que te sirva para calmarte.
- Juega a descolocarte. Si normalmente cuando sentimos ira reaccionamos gritando, moviendo los brazos o frunciendo el ceño, engaña a tu cerebro haciendo todo lo contrario. Baja el tono de voz, habla más despacio, siéntate si estás levantado, relaja el cuerpo, quédate quieto, sonríe…
- Busca otra forma de desahogarte. Coge lápiz y papel y escribe lo que necesitarías cambiar para dejar de tener esas reacciones de ira: “decir las cosas antes”, “no adelantarme a hacer interpretaciones”, “pararme y coger aire”, “salir de la habitación y esperar a calmarme”, “decir cómo me he sentido”… Y, llegado el caso, piensa qué necesitas para resolver ese enfado y enfócate en eso. Podrías decir algo como “yo esperaba que hoy hiciéramos eso y me he sentido frustrada y enfadada al ver que te habías olvidado”. O pregúntate qué haría alguien tranquilo a quien conozcas en esa misma situación.
- Empieza a expresar lo que te pasa, cuando te pase, desde la calma y la tranquilidad y sin guardarte las cosas. Cuanto más sumas y más te callas lo que te duele o lo que necesitas, más fácil es que algo pequeño te haga saltar con toda esa furia acumulada en forma de juicios y acusaciones…
- Vete poco a poco. Acepta que tal vez la próxima vez tu reacción aún no sea la deseada. No pasa nada. Sigue esforzándote y dando pequeños pasos. A mí me llevó tiempo, pero lo importante es que ahora digo las cosas tranquilamente y elijo cómo me siento en cada momento.
- Recuerda que nadie tiene el poder de hacerte reaccionar así si tú no se lo das. Solo tú eliges como reaccionas en cada momento. No vale decir “si ellos no fueran así yo no reaccionaría de esta forma”.
Y si quieres seguir aprendiendo a gestionar tus emociones para convertirte en la persona que quieres ser puedes apuntarte a mi boletín semanal aquí y descargarte de regalo la guía “Los diez pasos clave para mejorar tu autoestima”.
Increíble post. Estoy trabajando en ello. Y creo que atacas todas las opciones de por qué y abarcas casi todas las formas de trabajarlo. Muchas gracias por compartirlo
Muchas gracias, Elena. Si hay alguna forma de trabajarlo que te esté sirviendo te invito a que la compartas si te apetece.
Un abrazo y mucha suerte,
Vanessa
Expresandolo y aceptando el momento…y tratar de entender porque ocurre…Un abrazo!!
Genial, Elena. Expresar lo que nos ocurre amansa a nuestras fieras internas. Aceptar y entender también son grandes bálsamos. ¡Muchas gracias!
Gracias Vanessa. Personalmente me haces reflexionar un montón!!
¡Me encanta, Nuria! ;-). Es de lo mejor que alguien me puede decir. ¡Mil gracias!
Muchas gracias por compartirlo, me ha gustado mucho.
Lo he compartido a traves de mi blog espero que no te importe.
Gracias a ti, Eva. Me alegra que te haya gustado y encantada de que lo compartas.
Un beso
Hola Vanessa! Sé que este post es muy antiguo, no sé si me leerás pero quería darte las gracias porque me ha venido fenomenal. El caso es que atravieso un enfado con mi hermana que me tiene sumida en un sufrimiento extremo. Nuestra relación es como una montaña rusa. Incluso una vez estuvimos 3 años sin hablar. Ahora llevamos un mes sin hablarnos y veo que la cosa va para largo.
Lo que pasó fue que ella estaba mal porque tenía roto el menisco y seguro tendrían que operarle y se pasó toda la semana de mal humor dando malas contestaciones o directamente ignorando. Quedé con ella y seguía irascible conmigo y acabamos discutiendo. Ella me dijo cosas horribles como que yo era cruel, victimista, que necesitaba palmeros en mi vida y que me encantaba enfadarme (justamente lo que yo pienso de ella). Yo me levanté y me marché sin decirle una palabra de lo que pensaba.
Por un lado siento que ella me culpa a mí dándole la vuelta a la tortilla y se lava las manos y por tanto es incapaz de pedirme perdón porque la culpable siempre soy yo. Tengo impotencia y un nudo en el estómago y en la garganta. Estoy harta, simplemente me resulta intratable y como trabajamos toda la familia en el negocio familiar imagínate la tensión diaria…si alguna se ha solucionado algo es porque yo me he acercado pero por otra parte estoy harta y siento que ya no puedo más… Ella solo me ignora y ya está, parece que no le afecta.
Gracias Vanessa por escucharme y tus increíbles artículos.
Un abrazo
Muchas gracias por compartir, Pilar. Me alegro mucho de que el post te haya servido. De verdad creo que en los conflictos entre dos personas, por regla general, no hay un solo culpable, y sí dos responsables. Porque cada uno de nosotros es responsable de lo que hace y de lo que no hace, de lo que dice y de lo que no dice, de su actitud, de su manera de hablar… Creo que no deberías sentirte mal por ser tú o haber sido tú quien ha dado el paso. Si en ese momento priorizabas el tener paz, por encima de tener razón, a mí al menos me parece estupendo. Al final, es de lo que acabamos sintiéndonos orgullosos.
Un abrazo,
Vanessa
Gracias Vanessa
No te imaginas lo importante que es para mi seguirte cada semana y lo que aprendo con tus escritos. Que te tomes el tiempo de contestar a cada comentario me parece increíble.
La cuestión es ¿por qué nos puede el orgullo? Creo que deberías escribir un post sobre esto…
Sinceramente pienso que las acusaciones de mi hermana fueron un reflejo de lo que es ella misma y no lo ve, ni lo verá. Adoptar el rol del que se acerca siempre es agotador y solo refuerza el carácter del otro que no hace ningún esfuerzo, porque sabe que el otro se acercará. Ella finge que es un encanto y yo sufro en silencio. Esta vez siento que no tengo fuerzas, Vanessa, pero me duele horrores tirar estos últimos años con ella.
Un abrazo grande
Muchas gracias, Pilar. Sí que he escrito algún post sobre el orgullo, como éste o éste. Creo que en general nos puede por miedo, después en cada persona habría que ver cuál es ese miedo en particular.
Está bien que te des permiso para hacer lo que sientas, nada es correcto o incorrecto mientras te seas fiel a ti misma. Todo se coloca y todo llega a su sitio, igual que tu hermana necesita hacer su propio camino para aprender, estoy segura de que esto para ti también será un aprendizaje y con el tiempo mirarás hacia atrás y comprenderás el para qué.
Un abrazo grande,
Vanessa