Puede ser que quieras que tu pareja cambie. O que se implique más. O que sea más cariñoso contigo. O lo que sea.
Y eso es legítimo.
Pero señalar al otro NO suele funcionar.
Lo que sí funciona, siempre, es mirar lo tuyo y ver cómo te estás relacionando tú.
Porque, si el problema solo fuera de tu pareja, tú no estarías con esa persona.
Así que te voy a contar cuatro síntomas que parece que tienen más que ver con el otro, pero que, en realidad, hablan de ti.
1.Te frustras porque no te quiere como a ti te gustaría.
Porque si te quisiera tendría que incluirte siempre en sus planes, estar siempre disponible para ti o pensar en ti antes de hacer algo.
Y, cuando eso no pasa, sientes que no te quiere lo suficiente.
Entonces miras a otras parejas y te parecen perfectas al lado de la tuya.
Vale, ¿y si fuera que tienes un ideal del amor que no se ajusta a lo que en realidad es una relación de pareja?
¿Y si estuvieras demasiado centrada en lo que tu pareja no tiene y en lo que le falta, y eso no te permitiera poner el foco en lo que pasa en vuestra relación?
Muchas mujeres viven en una fantasía de lo que debería ser una pareja, anhelando que llegue esa persona ideal que les haga felices, imaginando lo maravilloso que será compartir con él, cuánto va a cambiar su vida, todo lo que esa persona hará por ellas… Como si fuera un príncipe azul que llegara a salvarlas.
Y, claro, de tanto soñar ese ideal que satisfaga sus necesidades y cumpla con sus expectativas, cuando se topan con una persona real que no cumple con todo eso, se frustran y asumen que el problema es que el otro no es suficiente.
Vale. ¿Y si el problema fuera que te has montado una fantasía tipo pelí de Disney con la mejor versión de George Clooney como protagonista?
2.Todo tu esfuerzo es en vano.
Te esfuerzas un montón para que la relación funcione.
Te pones de salvadora y consejera de tu pareja, para conseguir que sea más maduro, o que sea más responsable, o que le vaya mejor en esto, o que se espabile con lo otro…
Y si un día está más callado, o menos cariñoso, o menos atento, o cualquier cambio de actitud que no tenga explicación, piensas que la culpa es tuya.
Sí. Cada vez que algo no funciona, sientes que estás haciendo algo mal.
Así que vas corriendo a intentar arreglar lo que sea que esté pasando, para que todo vuelva a estar bien.
¿Y si te estuvieras sobrecargando y haciendo responsable de lo que le pasa al otro, como si solo tuviera que ver contigo?
¿Y si eligieras a alguien que necesita que le salven para ocupar tu papel y sentirte imprescindible a su lado?
Mira, ¿sabes lo que sentí la primera vez que no me lancé corriendo a salvar a alguien cuando me envió señales de que lo necesitaba? Me sentí mala, como si le estuviera abandonando, como si le dejara tirado en la estacada.
Como, en vez de correr a solucionar sus problemas como hacía antes, simplemente le mostré mi apoyo, conecté con la sensación de estar haciéndolo mal, porque el antiguo patrón de tener que salvar al otro tiraba de mí.
Y, detrás de todo ese esfuerzo, siempre está el miedo a que el otro te deje de querer si no eres todo lo perfecta e indispensable que crees que tienes que ser.
3.Siempre tenéis los mismos conflictos y no cambia nada.
Puede ser que explotes y te quejes con mucha rabia cuando algo no te gusta.
O que termines echándote a llorar de la impotencia, cuando en realidad lo que estás es enfadada.
O que tragues para no tener una bronca, pero en el fondo estés a la defensiva y deseando que el otro se dé cuenta de que algo te ha molestado.
O que le digas mil veces cómo tiene que hacer las cosas, pero le entre por un oído y le salga por el otro.
La cosa es que las discusiones se repiten como en un bucle y, por más que lo habláis, os sigue pasando lo mismo.
¿Y si el problema fuera que no estás siendo clara porque no te haces valer y no te colocas como una mujer adulta en la relación?
Que te quede claro: cuando un conflicto es recurrente, el verdadero problema tiene mucho más que ver con cómo se está colocando cada una de las partes que con el conflicto en sí.
Ya sea por que te pones modo madre perseguidora o modo niña pequeña indefensa, pero esto siempre tiene algo que ver contigo.
4.No te sientes segura de que esté implicado en la relación.
Tú estás implicada y le pones muchas ganas, pero parece que él no tanto. Y te preguntas si será que tiene poco interés o que no le gustas lo suficiente.
Si tarda en contestar a un mensaje, miras mil veces el móvil y repasas lo que pusiste, por si has dicho alguna tontería.
Y, cuando por fin te contesta te calmas, pero la tranquilidad desaparece en cuanto respondes y la pelota vuelve a su tejado.
Es como si algo dentro de ti te dijera que en cualquier momento va a desaparecer, como si no confiaras en que va a seguir ahí.
O como si todo el rato le estuvieras poniendo a prueba para ver si lo siguiente que hace es señal de que sí o de que no.
“A veces tardo en contestarle porque así siento que sigue ahí, esperando mi respuesta, y eso me calma. Pero, en cuanto contesto, es como si perdiera el control y se lo entregara a él. Y ahí siento como si me quedara sola y ya no hubiera nadie”, que me decía una coachee a la que le ocurría esto.
Si a ti también te pasa, que te quede claro que tiene más que ver contigo y con que te valoras a través de la mirada del otro, que con él.
Y la prueba es que te asustas pensando si será que no tiene interés o que le has puesto una bobada en ese mensaje, en vez de escucharte y pensar si a ti te gusta alguien que se comporta así.
Mira, cuando la necesidad de que el otro te vea y se quede es tan grande que la ansiedad te sube por las paredes, es como si tuvieras dentro un pozo sin fondo.
Y, por más que te demuestre y vuelva a dar señales de que sí, tú seguirás sintiendo que en cualquier momento eso se termina.
Porque no hay demostración de amor suficiente para llenar el vacío de alguien que no se ve ni se ama a sí misma.
…
¿Dispuesta a hacerte cargo de tu parte del problema? Si te has sentido identificada con alguno de estos patrones y quieres dejar de funcionar así, cuéntamelo AQUÍ.


