Todos nos hemos encontrado alguna vez a alguien que se empeñaba en tener la razón. ¿O no?
Una de esas personas que ve las cosas a su manera y no se plantea que otro pueda verlas diferentes. ¿A que conoces a alguien así?
Pues hoy no voy a hablarte de ellas. Hoy voy a hablarte de ti (y de mí). De cuando tú (y yo), vemos la rigidez en el otro y no somos capaces de verla en nosotros mismos. Es algo que nos pasa mucho ;-).
Queremos tener la razón en una discusión. Queremos que las cosas se hagan a nuestra manera y como nosotros digamos. Queremos que el otro reconozca que las cosas han pasado como nosotros las estamos contando. Nos empeñamos en tener la última palabra sobre quién lo hizo bien, quién cometió un error o de quién fue la culpa.
Todo con tal de tener la razón.
Eso sí, el cabezota siempre es el otro. ¿Rígida e inflexible yo? No, no, ¡eso nunca!
Y lo cierto es que todos tenemos un punto de rigidez, aunque sea más fácil verla en el otro.
Recuerdo una reflexión de la psicóloga Jenny Moix que me encantó. Decía que el mundo está lleno de libros que hablan de cómo convencer al otro, pero ninguno de cómo dejarte convencer. Y así es: la mayoría, cuando tenemos un conflicto, lo que queremos es que el otro cambie su forma de pensar y se venga a la nuestra. ¿O no? 😉
¿Por qué? Porque partimos de la base de que nosotros tenemos siempre la razón y el que está equivocado es el otro.
¡Y es mentira!
¿Sabes cuál es la verdad?
Que todos tenemos razón. Sí, todos tenemos razón, pero es nuestra razón y desde nuestro punto de vista. El problema es que intentamos imponer nuestra razón y nuestro punto de vista a los demás.
A mí misma me pasaba esto. Antes necesitaba tener la razón siempre y que los demás estuvieran de acuerdo conmigo en todo. Era como si el hecho de no tener la razón hiciera que yo valiera menos…. Una de esas trampas del ego que usas para engañarte cuando te sientes insegura. Te crees que por tener la razón vales más y en realidad lo que haces es volverte inflexible, cabezota e infeliz.
Ni te imaginas la paz mental que me da ahora saber que no necesito tener la razón. Entender que mi opinión es mía y que el otro puede tener la suya. Sus razones tendrá y no necesito estar de acuerdo con ellas ni que él esté de acuerdo con las mías.
Tener claro que nada es cierto, más que en la mente de quien lo piensa. De hecho, la mayoría de las personas evolucionamos y cambiamos de manera de pensar muchas veces a lo largo de nuestra vida. Y eso no significa que lo que pensábamos ayer haya dejado de ser válido. Simplemente hemos dejado de entenderlo así.
Por ejemplo, yo antes pensaba que una pareja “normal” tenía que convivir bajo el mismo techo. Que dos personas que llevasen juntas muchos años y quisieran seguir así, en el fondo no se querían. Y hoy, como tantas normas y rigideces que he ido dejando en el camino, pienso que depende.
Que la vida no es rígida, que nuestro punto de vista no es siempre el correcto y que las cosas no tienen que ser blancas o negras.
Que unos eligen vivir su amor de una forma y otros de otra. Que unos se compran una casa y otros se gastan su dinero en viajes. Que unos educan a sus hijos de una manera y otros de otra. Que unos ahorran y otros viven al día. Que unos van al gimnasio en coche y otros salen a andar y no van al gimnasio.
Que nada tiene que ser de una sóla forma y, sobre todo, que nada tiene que ser de mi forma.
El problema son nuestras creencias
El problema es que, de tanto repetirnos que las cosas tienen que ser de una determinada manera, a lo largo de nuestra vida acumulamos creencias y opiniones y nos atamos a ellas como si nada pudiera ser diferente. Llegamos incluso a confundir nuestra identidad con nuestras creencias. Confundimos lo que somos con lo que pensamos. Y a partir de ahí es cuando, si alguien no está de acuerdo con lo que pienso, lo vivo como si me estuviera atacando a mí.
Y me defiendo cada vez que alguien ataca mis ideas porque creo que me está ofendiendo y minusvalorando.
Y, en vez de contrastar lo que pienso, me ato aún más a ello, convencida de que los demás deberían pensar igual y ver las cosas de la misma forma.
¿Te das cuenta?
Es como si quisiéramos protegerles de su equivocación y llevarles por el buen camino: el nuestro. Pasa mucho, por ejemplo, en las parejas, ya sea hablando de algo que ha salido en la tele, de una decisión que van a tomar o de eso en lo que uno de los dos debería cambiar. Porque sí, aunque parezca increíble, hay quien cree que sabe cómo debería ser el otro y se lo repite constantemente con la intención de hacerle ver lo erróneo de su manera de ser y comportarse.
Yo tengo razón y tú estás equivocado.
¡Cuánta energía desperdiciada a lo tonto!
Porque resulta que tú puedes tener tu opinión y mantenerla, pero no necesitas defenderla como si se te fuera la vida en ello o como si alguien estuviera dudando de ti sólo por no estar de acuerdo contigo.
Lo que no puedes es ser feliz en la lucha constante. De hecho, si la felicidad es estar en paz, la lucha es todo lo contrario. Es estar en guerra.
Y, como en todas las guerras, las relaciones se deterioran. Porque cuanto más te atas a tus ideas y cuanto menos dispuesta estás a cambiarlas, más te molesta que los demás piensen diferente… No te das cuenta de que cuando eso pasa, en realidad, lo que te enfada no es que los demás opinen diferente, sino la esclavitud que estás mostrando hacia tus propias ideas.
Y, además, vivir así es agotador. Te debilita, te desmotiva y te apaga por dentro. En mi caso hacía que desperdiciara muchísima energía que ahora utilizo para pensar en mí, para hacer cosas que me apetezcan, para alcanzar mis objetivos y para disfrutar de la vida.
Cómo dejar de necesitar tener la razón
La mejor manera de quitarnos la necesidad de tener razón es dejar de reaccionar cuando los demás opinan otra cosa. Porque, cuanto más seas capaz de abrirte y de escuchar opiniones diferentes a la tuya, menos te perturbará que existan.
Esta toma de conciencia es fundamental para dejar de vivir necesitando tener la razón. Pero, además, hay otras tres muy importantes:
1. Deja de ver la vida en términos de verdades absolutas. Todo es relativo. Por ejemplo, esta tarde he visto a un chico caminando por la calle en camiseta, chancletas y pantalón corto. ¿Estaba loco? ¿O los locos éramos los demás por ir con abrigo con lo bueno que hacía? :-).
Todos tenemos opiniones y es lógico que no coincidan, porque no somos la misma persona. Yo puedo ver algo como “lo más lógico y normal” y que eso no lo sea para ti. O al revés, lo que tú ves normal no tiene que serlo para mí. Y no pasa nada. El mundo es perfecto, entre otras cosas, por esa variedad.
2. Reconoce y respeta la verdad del otro y recuerda que todos tenemos una parte de razón en lo que pensamos.
Dale libertad a cada uno para que sea como quiera ser y opine como quiera opinar. Lo mismo que tú no quieres que otro te diga como deberías opinar tú, no se lo digas tú a él.
Quiérele y acéptale sin exigirle, sin imponerle y sin esperar que tenga que pensar como tú. Incluso, aunque sus ideas sean tan extremas que no quieras aceptarlas, siempre podrás aceptar a la persona al saber que es mucho más que sus ideas.
Así que deja de reaccionar a los comportamientos y las ideas que son diferentes a las tuyas. Simplemente manifiesta tu opinión con tranquilidad y deja que el otro tenga la suya.
3. Utiliza las opiniones de los demás para crecer, en vez de para limitarte. Es decir, si alguien opina diferente y tú te atas a como lo ves tú, te estás limitando. En cambio, si honestamente te preguntas qué puede haber de válido en su manera de ver las cosas -aunque finalmente no encuentres nada- te das permiso para crecer y mejorar.
Haz todo lo posible por flexibilizar tus rigideces. O, dicho de otro modo, todo eso que piensas que es de una forma y que nadie podría convencerte de lo contrario.
Y cuando alguien no comparta tu opinión y eso te produzca malestar, para y obsérvate. ¿Qué me está pasando? ¿Qué es eso que me molesta tanto? Esto que me pasa, ¿me está diciendo algo de mí? ¿Realmente es tan importante? ¿Es algo de vida o muerte? Reconoce que tú también te puedes estar equivocando, relativiza y no te lo tomes todo tan en serio.
En definitiva, abre tu mente tanto como puedas, porque a más flexible sea ella, más feliz serás tú.
Viaja, escucha, observa, aprende y elige.
¿Quieres tener la razón o quieres ser feliz?
Espero tu respuesta en los comentarios aquí debajo ;-).
Ah, qué buena reflexión, aplicable en todo: en la vida personal y profesional, a cualquier edad, en cualquier circunstancia…. me viene como anillo al dedo. ¡Gracias!
Me alegro mucho de ese anillo, María :-).
Gracias a ti.
Un abrazo,
Vanessa
Lo que me parece mas aleccionador de este post, es cuando dices ” No hay verdad absoluta ” y debemos aprender a relativizar las opiniones. Eso es lo que mas nos cuesta cuando estamos teniendo una discusión, el ponernos en los zapatos de la otra persona y tratar de entender su opinión por muy diferente que sea de la nuestra. Y mientras mas cercano a nosotros sea esa otra persona mas difícil es aceptar una opinión diferente, por que creemos que si nos quiere debería aceptar lo que decimos, no nos damos cuenta que esa persona es un ser humano diferente a nosotros y por lo tanto tiene pensamientos y opiniones propios.
Muchas gracias por tus recomendaciones ya que me dan herramientas para evitar conflictos con mis personas amadas.
Es cierto, Rosa. Ayudaría que nos lo repitieran más veces de pequeños, que nos hubieran dicho que no pasaba nada por no estar de acuerdo con ese compañero del cole, o que nos dieran ejemplo y viéramos como nuestros padres se ponían en los zapatos de alguien con quien no estaban de acuerdo y hacían lo posible por entenderle… Todo eso habría ayudado. Lo bueno es que hoy somos nosotros los que podemos dar ejemplo a nuestros hijos. Enseñarles que se pueden aceptar opiniones diferentes, que podemos querer a alguien y no estar de acuerdo, que podemos no estar de acuerdo con alguien y aceptar lo que dice… Que, como bien dices, somos seres humanos diferentes y no somos robots. Por lo tanto es normal que tengamos pensamientos y opiniones propias.
Muchas gracias por compartir, me ha gustado mucho tu reflexión.
Un abrazo
Vanessa, totalmente de acuerdo contigo.
Tener razón, muchas veces resulta una victoria demasiado amarga.
Muchas gracias, Xavier.
Un abrazo
” sobre todo, generosidad en una relación es dar sin esperar nada a cambio y sin esperar que el otro cumpla tus expectativas”
Hola Vanessa, esta frase me deja confundida, mi relación de pareja está mal ahorita, paso mucho tiempo sola con mi hija, su padre prefiere estar en la finca de sus padres con sus otros hijos, no le permiten llevar a ninguna mujer diferente a su primera esposa así esté divorciado, esto de dar sin esperar nada a cambio suena muy injusto, mis expectativas de pareja son compartir en familia no estar cada uno por su lado, luego cuando se lo hago ver dice que exijo demasiado, si no pido que esto cambie es como resignarme a estar en pareja pero sola, como no esperar algo a cambio para mi y mi hija? Soy pendiente de él y mi hija, al menos así lo siento, mi tiempo libre me gusta pasarlo con ellos, hasta si hago algo para mi sola, los encuentro reclamando, como no esperar algo a cambio de tu pareja? Esto realmente me confunde y no se como hacerle ver nuestro deseo de pasar tiempo juntos, si al mes pasa un fin de semana con nosotras es mucho, es más, a él le parece demasiado. Agradezco tu consejo. Tambien te felicito por tu gran labor y tienes un blog Super, aportas mucho.
Paty,
Siento haberte confundido. La generosidad es muy importante, pero en equilibrio. Por las dos partes. Yo te doy y tú me das. Yo me hago feliz y te hago feliz a ti. En conjunto. A veces con ciertos sacrificios, por supuesto, pero por las dos partes. Y si me pides algo porque para ti es importante y yo te quiero y está en mi mano, haré todo lo posible por concedértelo. En equilibrio, nuevamente. Te doy y me das. Me sacrifico en esto y tú te sacrificas en aquello. Sin medirlo, pero en equilbrio.
Piensa en la relación que quieres para ti y el padre que quieres para tu hija. Piensa en lo que te mereces. Piensa en ti, para encontrar las respuestas.
Te dejo este post sobre la relación de pareja a ver si te ayuda.
Un abrazo fuerte,
Vanessa
No somos nuestros pensamientos, especialmente si esos pensamientos son involuntarios, pero, ¿hay una identidad esencial que no tiene que ver con el pensamiento? ¿Cómo llegamos a ella sin pensar?
Desde el Ser, Jesús. Que no es una idea fácil de explicar, ni tampoco de alcanzar… Pero creo que la respuesta a lo que preguntas es esa, el Ser auténtico, la persona que llevamos escondida debajo de todas esas capas que nos vamos poniendo… Donde sólo hay Amor y ya no hay Miedo.
Un abrazo grande,
Vanessa
Cuando busqué este tema para leer, el porqué de mi forma de actuar, fue gracias a unas amigas muy valiosas que me hicieron ver que yo no siempre tengo la razón, que todos pensamos diferente y que vale la pena ponerse en la situación del otro y aprender desde allí. Me llevo unos buenos elementos de este artículo, para practicarlos a diario, porque no es fácil cambiar de un día para otro. Pero en este momento sé que que soy poco flexible (lo acepto y soy consciente de esto) y que debo reconocer y respetar a los demás y aprender de ello para poder ser realmente feliz.
Gracias!
Felicidades, Natali. Es muy bonito ese proceso de “darte cuenta” que comentas. Date permiso para ir cambiando poco a poco hacia esa mejor versión de ti misma. No hay prisa, el paso más importante ya lo has dado ;-).
Besos y sonrisas,
Vanessa
Es un post estupendo y me doy cuenta de que es así , pero a mí me pasa que cuando, a menudo, no me dan la razón y opinan distinto a mí me siento como que mi opinión no cuenta y tengo la sensación de que me hacen sentir inferior, ¿por que me ocurre eso? Muchas gracias.
Hola María,
Pueden ser muchos los motivos, pero parece que hubiera una identificación entre lo que opinan los demás y el valor que tú te das a ti misma. Y esto no es así, tu valor no depende de que otros estén de acuerdo contigo ni de lo acertado de tus opiniones. Tu valor está en ti, en quién eres y en cómo eres. Ya vales y mereces por el simple hecho de existir, eso es lo que has de recordarte cada día ;-).
Un abrazo grande,
Vanessa
Es genial, me ha abierto un poquitín la mente pero necesito unas pautas. Mi pareja y yo somos muy, muy cabezotas e iguales, lo que ello conlleva a que las discusiones que tenemos sean por tonterías absurdas… Y cuando nos damos cuenta hasta dónde ha llegado esa discusión absurda es tarde. Lo hablamos para intentar arreglarlo y empezamos a justificarnos con algo que ha hecho el otro… y así pasa cada x tiempo. Ya sabemos que éste es el problema de las discusiones, la cabezonería, pero… ¿Cómo podemos llegar a un entendimiento? ¿Cómo nos frenamos?
Gracias.
Hola Patricia,
Pues priorizando el ego a tener razón, y volviendo a lo importante en cada momento… Creo que puede estar bien que cada uno lo trabaje por separado, o en una terapia de pareja que os trate juntos y por separado. Pero para eso hace falta que cada uno reduzca su ego, y ese es un trabajo personal de autoconocimiento.
Un abrazo grande,
Vanessa
Lo máximo. Entendí que mientras más quiero tener la razón menos utilizo el corazón. La razón no puede estar por encima del corazón ni el corazón por encima de la razón. Como decía el escritor Eduardo Galeano “Me gusta la gente sentipensante,
que no separa la razón del corazón.
Que siente y piensa a la vez.
Sin divorciar la cabeza del cuerpo,
ni la emoción de la razón
Nuestro problema es que calculamos los pro y los contras de cada situacion o manera de pensar, lo cual nos conlleva a juzgar según nuestra propia conciencia y conocimiento.
Tal vez somos muy competitivos en la mayoría de aspectos y por eso nos abruma el tener la razón, pero deberíamos filtrar estos momentos de competitividad, los cuales sólo en ocaciones se tornan sanos.
Recordemos que también nuestro mundo se rige de leyes espirituales tanto como físicas y mayormente nuestro problema está en el espíritu y no sólo en el alma, emociones etc.
Qué maravilloso ese texto de Galeano, muchas gracias por compartirlo. Así es, sería estupendo cambiar esos pensamientos de competitividad por otros de unión. Y dejarnos guiar por el corazón, siempre.
Un abrazo grande,
Vanessa