Cada vez que eliges una cosa, estás renunciando a otra.
La vida funciona así. Porque no se puede tener todo y porque vivir implica saber elegir, pero también implica saber renunciar.
Compro los yogures de siempre o pruebo otros.
Me quedo en esta relación o me voy.
Termino esto ahora (y ya no voy al gimnasio) o lo termino mañana.
Sí, vivir es una elección constante y toda elección conlleva renunciar a algo.
Y tienes un gran problema cuando no quieres asumir esto.
Cuando no tomas una decisión porque no estás dispuesta a renunciar a nada.
¿Sabes qué pasa cuando no quieres renunciar a nada?
Pasa que no avanzas, pasa que pierdes la confianza en ti y pasa que no te sientes satisfecha contigo.
Y te sientes insatisfecha precisamente porque no estás avanzando. Pero el problema es que lo quieres todo, y TODO NO SE PUEDE.
Si estás en un trabajo que te da seguridad, tendrás que renunciar a eso para apostar por un proyecto que te genera ilusión. O aceptar que te quedas con la seguridad y renuncias a la ilusión.
Si te vas de vacaciones cuando se va todo el mundo, pues todo estará más caro y más petado. Y si vas cuando no va nadie, pues igual no te hace tan buen tiempo o te encuentras sitios cerrados.
Si sigues en esa relación porque quieres a esa persona y estás bien con ella, pues tendrás que renunciar a ser madre, porque sabes que él no quiere. Y, si quieres serlo, tendrás que renunciar a él.
Y puedes pensar en el ejemplo que te dé la gana, que verás que siempre que eliges una cosa, te va a tocar renunciar a otra.
Y no hay otra forma de hacerlo más que aceptar que no se puede tener todo y que el que no quiere renunciar a nada no avanza.
Está aquí pensando en cómo sería estar allí, porque no quiere perderse nada, pero no avanza.
Y tal vez se cree que está eligiendo, pero no. Porque dejarse llevar o quedarse quieto “a ver qué pasa” NO es elegir.
Elegir es ponerle consciencia y aceptar que me quedo con esto y que, en consecuencia, renuncio a aquello.
Ser jefa o llevarse bien con todos
Por ejemplo, tengo una coachee que llevaba mucho tiempo queriendo promocionar en su trabajo. Y, cuando por fin lo ha conseguido, se ha dado cuenta de que hay una renuncia con la que no había contado: la relación con sus compañeros.
Claro, es mucho más difícil ser amiga de todos y llevarte bien con todo el mundo cuando eres la jefa y la que pone límites…
O otra coachee que sentía que siempre había hecho lo que su familia esperaba de ella. ¿Qué ha obtenido con ello? Su aprobación.
¿Qué pasa ahora? Que no es feliz y se ha dado cuenta de que tiene que elegir entre andar su propio camino y arriesgarse a que no les parezca bien o seguir viviendo una vida que no le llena ni le corresponde.
Así que le toca elegir y renunciar…
O la que quiere hacer una actividad nueva e integrarla en su rutina, pero no se ha planteado qué es lo que va a sacar. Y claro, así no le funciona y la rutina nueva se cae por su propio peso.
Porque no se ha hecho la pregunta clave: “si quiero meter algo nuevo en mi vida, ¿a qué estoy dispuesta a renunciar para meter eso?”.
(Y esta pregunta la puedes aplicar a lo que quieras, a cualquier decisión vital que quieras tomar, no solo a los objetivos de año nuevo tipo “hacer más deporte” o “pasar más tiempo con mi familia”).
Los únicos que no eligen
En realidad, si lo pienso, todos los procesos de mis coachees implican una elección y una renuncia, porque todo en la vida lo implica:
O sigo siendo la buena y nunca tengo conflictos, o me doy mi lugar en mi vida.
O no tengo hijos y soy la dueña de todo mi tiempo, o renuncio a esa libertad para cumplir con el sueño de ser madre.
O me quedo al lado de alguien con quien ya no soy feliz y mantengo a la familia “unida”, o me separo y les doy un ejemplo de coherencia a mis hijos.
Es decir, o voy hacia la izquierda y renuncio a ir a la derecha… O voy hacia la derecha y renuncio a ir hacia la izquierda.
Todo el rato es así, porque ser adulto consiste en elegir y en renunciar.
Los únicos que no quieren elegir y lo quieren tener todo son los niños.
Pero los adultos no tenemos esa opción.
“Ah no, yo es que quiero ser autentica y poder mostrarme como lo siento en cada momento, pero no quiero que me rechacen”, que parece que muchas veces, aunque sea con otras palabras, me dice alguna coachee.
Pues no, querida. Eso no existe.
Existe el no permitir que el miedo te impida ser tú misma, el aprender a estar contigo y el saber abrazar el dolor del rechazo si en algún momento eso pasa.
Pero no es posible la opción de VIVIR, así con mayúsculas, con la garantía de que nadie vaya a rechazarte.
Por eso mismo, porque no es posible elegir algo sin renunciar a otra cosa.
(Si te das cuenta de que estás estancada y no avanzas porque el miedo no te permite elegir o porque no quieres renunciar a nada, rellena este formulario).
Si te expones, te pueden rechazar
Mira, hace unos días le dije a un hombre que me gustaba. Y me rechazó. Y me jodió. Y, ¿sabes lo que me dijo mi terapeuta cuando se lo conté? “Claro, es que si te expones te pueden rechazar. Y tú sigues tu deseo y te arriesgas”.
Pues eso. Que si das un paso adelante, te puede salir bien o no.
Que la única forma de que no corras riesgos es que nunca des pasos adelante.
Pero esa no es una seguridad real.
Si te sientes segura porque no estás eligiendo, porque no te estás atreviendo y porque no estás renunciando a nada, esa seguridad no te pertenece.
Sentirte segura de ti misma es VIVIR escuchando tus tripas, atreverte a ir a por lo que quieres asumiendo las renuncias que ello implique y saber sostenerte si eso no sale como deseabas.
Que claro que no se trata de estar todo el rato en la cuerda floja, porque eso sería bastante kamikaze y poco sostenible.
Pero sí de asumir pequeños riesgos cotidianos.
Y cualquiera de ellos va a implicar que renuncies a algo.
Así lo hace quien toma decisiones con cierta facilidad: se mueve porque no se apega a ninguno de los dos lados y sabe que, para decir que SI, también hay que saber decir que NO.
Y no se queda en el miedo, ni en el “lo quiero todo”, ni en la parálisis por análisis.
Simplemente elige, y renuncia.
Y a partir de ahí suelta. Y confía. Y no se resiste. Y VIVE.
…
¿Y tú? ¿Cuál es esa pequeña decisión que no estás tomando porque no quieres renunciar a nada? Cuéntame la más pequeña que se te ocurra, te leo aquí debajo ;-).



Yo elegí hablar en lugar de callarme. He puesto una queja en mi trabajo por haber sufrido varios casos de acoso laboral. Puse en copia a varias jefas de mi trabajo, incluyendo la dirección. Me llegó un mensaje diciendo cosas como “huy, se me había olvidado, esto es una tontería, se solucionará, si eso la instaremos a denunciar, creo que sólo quiere que la atendamos, con suerte no querrá apelar a las supuestas agresoras”. Creo que no era para mí.
Con lo cual entiendo, Vanessa, que a veces se renuncia a tener cabeza y a no etiquetar a la víctima cuando estás demostrando una falta de empatía brutal, lo cual le viene muy mal a tu posición en el trabajo. ¡Un abrazo!
Hola de nuevo, Silvia.
No sé si es la misma situación de acoso laboral que has comentado en otras ocasiones o es algo nuevo. Pero sí, a veces hay situaciones injustas en la vida y contra las que no podemos luchar ni desgastarnos. Cuídate.
Un abrazo,
Vanessa