Hace un minuto que decidí cambiar el tema del post. Iba a hablar sobre algo que no tenía nada que ver con la Navidad, por eso de no estar todos hablando de lo mismo en estas fechas. Que aunque unos para bien y otros para mal, al final decimos lo mismo. Las mismas conversaciones cada año.
Pero después me he dado cuenta de que hay muchas cosas que no se dicen. O que cada uno dice a su manera. Y que yo no he dicho a la mía. Y entonces he borrado lo que llevaba escrito y he decidido que sí que hay algo que quiero decir sobre la Navidad.
De las muchas cosas que oigo cada año cuando se acercan estas fechas, uno de los discursos más habituales, mucho más que el de “qué bello es vivir”, es el de “a mí esto no me va”, “nos ponemos todos muy falsos” o “más nos valdría ser así de buenos y generosos todo el año”.
Efectivamente, más nos valdría. Pero a veces, por la vorágine de la vida, por la falta de tiempo y espacio para reflexionar, por la poca conciencia y consciencia con la que vivimos, etc., etc., no damos para todo ni para todos. Porque ni la vida es perfecta ni nosotros lo somos. Y no pasa nada. Pero precisamente por eso a mí me parece estupendo que nos propongamos ser un poco más “buenas personas” en estos días.
Un poco más cariñosos, un poco más generosos, un poco más familiares, un poco más pacientes, un poco más bondadosos, un poco más auténticos…
Y un poco menos todo lo demás: quejicas, peseteros, cabezotas, estresados, refunfuñones, criticones, pesimistas…
Sobre todo porque así, practicando lo bueno, cabe la posibilidad de que no se nos olvide y llegue más allá de Navidad y de Reyes, y suba por la cuesta de enero y baje por la primavera y llegue al verano y, de ahí, carrerilla hasta el otoño y venga que ya es otra vez Navidad. Y así, como quien no quiere la cosa, ya seremos todo el año eso que repudiábamos ser solo unos días.
Porque, si nunca fuera Navidad ni nunca acabara un año para empezar otro, tal vez nunca nos pararíamos a pensar en quienes somos, en cuáles son nuestros valores, en si nos gusta nuestra vida, en si le encontramos sentido, en si vamos en alguna dirección o nos dejamos llevar por el viento y la marea… En definitiva, sin estas fechas de reflexión tal vez nunca tendríamos la oportunidad de mirarnos al espejo de la realidad y cambiar lo que no nos guste.
Así que, yo sí, me alegro mucho de esta oportunidad que nos pone a (casi) todos ñoños, bondadosos y un poco melancólicos.
Pero sólo si sirve para que después de la Navidad no se nos olvide lo que de verdad nos importa.
Para que después de la Navidad sigamos soñando y haciendo por ser felices y ayudar a los demás a que también lo sean.
Para que después de la Navidad sigan resplandeciendo en nosotros esos valores que en estos días nos visitan.
La gratitud. He hablado mucho de ella, sobre todo aquí… Gratitud a los demás y a la vida, a todo lo que ésta nos da, a todo lo que nos regala. Porque todo lo que hay en tu vida y en la mía es un regalo que no tendría por qué estar ahí. No lo des por hecho. Agradécelo a cada instante, porque todos, absolutamente todos, tenemos mucho que agradecer. La diferencia es saber verlo o dejar de verlo.
El altruismo. El hacer algo porque sí, porque lo sientes, porque algo es mucho, porque quieres ayudar, porque quieres ver a otro sonreír, porque quieres regalar felicidad… Y porque cuando se la regalas a alguien regresa a ti multiplicada por mil. Que por algo se sabe que el altruismo es una de las claves más seguras para ser feliz.
La coherencia. De ser como pregonas que quieres que los demás sean y de dejar a los demás que sean como quieran ser. De decir lo que sientes, hacer lo que piensas y sentir lo que haces. De regalarle a la vida lo que quieres que la vida te regale a ti.
La generosidad. Esa facilidad para dar, para contribuir, para darnos cuenta de que todos somos uno y de que si te ayudo, me ayudo. Que si te abrazo, me abrazo. Que si comparto contigo, yo también tengo más. Soy más.
La confianza. En uno mismo, sí, pero, sobre todo, confianza en la vida. Confianza en que cada tramo del camino está ahí para algo y merece la pena que sepamos disfrutarlo y aprender de todo lo que pueda aportarnos. Que no vamos a ningún lado, no te confundas. Ya estamos en ese lugar. Aquí y ahora es donde tienes que ser y estar. Feliz, tranquilo, o lo que tú quieras.
Y el amor. El amor, siempre, cada día del año, debería ser la fuerza que moviera el mundo. El amor a uno mismo, para luchar por lo que merecemos, para darlo todo, para dejar atrás lo que nos sobra. Y el amor hacia los demás, hacia los que nos rodean, hacia los que son como nosotros esperamos, hacia los que no lo son, hacia los que nos aceptan como somos. Incluso hacia los que quieren cambiarnos. Porque ellos, sobre todo ellos, son nuestros maestros y nuestra gran oportunidad para ser quien queramos ser.
Y hasta aquí el post que no iba a hablar de la Navidad y que termina deseándote, a ti, una muy Feliz Navidad.
Hace no mucho decidí justo lo que dices. Me gusta la Navidad, lo que implica aunque el resto me mirara con los ojos muy abiertos. Si te acercas unos días, por qué no puede continuar otros muchos más…
Muchas gracias por tu comentario, Elena. Efectivamente, si lo hacemos unos días y nos sienta bien, ¿por qué no continuar otros muchos más? :-).
Un beso y Feliz Navidad.
¡Muy buena intención y motivación, colega! ¡Coincido y creo que es nuestra responsabilidad de coaches, incentivar a esta acción de persistir en esta forma de estar siendo, todos y cada uno de los días de nuestra vida!
Salud!
Rita Tonelli Coach
Muchas gracias por tu comentario, Rita.
Un fuerte abrazo hacia Argentina.