El otro día, hablando con un amigo sobre su trabajo y la cantidad de horas que está haciendo desde que asumió nuevas responsabilidades en su empresa, me comentaba que todo eso lo hacía para asegurarse de que en un futuro podría descansar, relajarse, despreocuparse de todo y pasar tiempo con sus hijos. Precisamente ellos, un niño y una niña de pocos años, son los que más notan la ausencia casi permanente de su padre. O no. Porque donde nunca ha habido presencia es más difícil notar la ausencia. Pero ambos sabemos que algún día la notarán.
El caso es que este propósito de vida que tiene mi amigo no es un caso aislado. De hecho, he escuchado bastantes argumentos parecidos últimamente. Gente que corre y corre, que hace y hace, que lucha y lucha, para tener un vida próspera mañana, para darles lo mejor a sus hijos, para asegurarse un magnífico porvenir, para ser muy feliz en un futuro, para lo que sea, mañana… Y, aunque no lo he vivido, sospecho que así es como un día, cuando ya sabes que te queda poco tiempo de vida, echas la vista atrás y te preguntas: ¿Para qué todo esto? ¿Para qué tanto hacer y tan poco ser? ¿Por qué no paré antes? ¿Por qué no disfruté más de los míos? ¿Por qué no me arriesgué más? ¿Por qué no aproveché más el tiempo? ¿Por qué siento que no viví intensamente mi vida? ¿Por qué no me permití ser quien quería ser?
Las prisas, los malos tiempos, la omnipresente crisis, el estrés, los cambios, el miedo a lo que pueda pasar, el miedo a lo que pasó, el miedo a que no pase nada… Son muchas las cosas que pueden hacernos olvidar cuáles son nuestros valores (de cómo descubrir los tuyos te hablé aquí) y nuestro propósito en la vida y llevarnos a correr sin saber a donde. Correr para llegar a donde sea, aunque ni sepas a dónde vas, aunque siempre que llegues la meta haya vuelto a desplazarse otros veinte metros más allá, aunque te hayas atropellado a ti mismo en el camino…
Y así, un día, cuando la vida nos estampa contra un muro, ya sea en forma de un despido, una enfermedad, una separación o algo peor, entonces sí que frenamos en seco y tomamos conciencia de qué era lo verdaderamente importante. Para retomar el rumbo, si es que estamos a tiempo.
¿Y para qué esperar tanto?
¿Para qué entregar el presente a cambio del futuro?
¿Por qué no tener una vida plena hoy?
¿Por qué no permitirte ser feliz ahora mismo?
Como le dije a mi amigo, que a todo lo que le sugería me decía “es que no tengo tiempo”, cuando menos tiempo tenemos es cuando más atención deberíamos prestar a lo verdaderamente importante.
Y antes de despedirme le conté uno de mis cuentos favoritos, el del ejecutivo y el pescador.
Un día soleado, a eso de las dos de la tarde, iba un ejecutivo paseando por una bonita playa, muy bien vestido con sus bermudas, sus gafas de sol, su polo de marca, su reloj de oro, su calzado deportivo y un smartphone de última generación colgándole de la cintura.
A medio camino se encontró con un pescador que felizmente recogía sus redes llenas de pescado y amarraba su pequeña barca. El ejecutivo se le acercó…
– ¡Ejem! Perdone, pero le he visto llegar con el barco y descargar el pescado… ¿No es muy temprano para volver de faenar?
El pescador le miró de reojo y, sonriendo mientras recogía sus redes, le dijo:
– ¿Temprano? ¿Por qué lo dice? De hecho yo ya he terminado mi jornada de trabajo y he pescado lo que necesito.
– ¿Ya ha terminado hoy de trabajar? ¿A las dos de la tarde? ¿Cómo es eso posible? – dijo incrédulo, el ejecutivo.
El pescador, sorprendido por la pregunta, le respondió:
-Mire, yo me levanto por la mañana a eso de las nueve, desayuno con mi mujer y mis hijos, luego les acompaño al colegio, y a eso de las diez me subo a mi barca, salgo a pescar, faeno durante cuatro horas y a las dos estoy de vuelta. Con lo que obtengo en esas cuatro horas tengo suficiente para que vivamos mi familia y yo, sin holguras, pero felizmente. Luego voy a casa, como tranquilamente, hago la siesta, voy a recoger a los niños al colegio con mi mujer, paseamos y conversamos con los amigos, volvemos a casa, cenamos y nos metemos en la cama, felices.
El ejecutivo intervino llevado por una irrefrenable necesidad de hacer de consultor del pescador:
– Verá, si me lo permite, le diré que está usted cometiendo un grave error en la gestión de su negocio y que el “coste de oportunidad” que está pagando es, sin duda, excesivamente alto; Yo tengo un MBA de Harvard y puedo ayudarle. Está usted renunciando a un pay-back impresionante. ¡Su BAIT podría ser mucho mayor! Y su “umbral de máxima competencia” seguro que está muy lejos de ser alcanzado.
El pescador estaba un poco confundido con los términos y sin entender exactamente a dónde quería llegar aquel hombre de treinta y pico años ni por qué de repente utilizaba palabras que no había oído en su vida. Y el ejecutivo siguió:
– Podría sacar muchísimo más rendimiento de su barco si trabajara más horas, por ejemplo, de ocho de la mañana a diez de la noche.
El pescador entonces se encogió de hombros y le dijo:
– Y eso, ¿para qué?
– ¡¿Cómo que para qué?! ¡Obtendría por lo menos el triple de pescado! ¡¿O es que no ha oído hablar de las economías de escala, del rendimiento marginal creciente, de las curvas de productividad ascendentes?! En fin, quiero decir que con los ingresos obtenidos por tal cantidad de pescado, pronto, en menos de un año, podría comprar otro barco mucho más grande y contratar un patrón…
El pescador volvió a intervenir:
– ¿Otro barco? ¿Y para qué quiero otro barco y además un patrón?
– ¿Que para qué lo quiere? ¡¿No lo ve?! ¿No se da cuenta de que con la suma de los dos barcos y doce horas de pesca por barco podría comprar otros dos barcos más en un plazo de tiempo relativamente corto? ¡Quizá dentro de dos años ya tendría cuatro barcos, mucho más pescado cada día y mucho más dinero obtenido en las ventas de su pesca diaria!
Y el pescador volvió a preguntar:
– Pero todo eso, ¿para qué?
– ¡Hombre! ¡¿Pero está ciego o qué?! Porque entonces, en el plazo de unos veinte años y reinvirtiendo todo lo obtenido, tendría una flota de unos ochenta barcos, repito, ¡ochenta barcos! ¡Qué además serían diez veces más grandes que la barcucha que tiene actualmente!
Y de nuevo, ahora riendo, el pescador volvió:
– ¿Y para qué quiero yo todo eso?
Y el ejecutivo, desconcertado por la pregunta y gesticulando exageradamente, le dijo:
– ¡Cómo se nota que usted no tiene visión empresarial ni estratégica ni nada de nada! ¿No se da cuenta de que con todos esos barcos tendría suficiente patrimonio y tranquilidad económica como para levantarse tranquilamente por la mañana a eso de las nueve, desayunar con su mujer e hijos, llevarlos al colegio, salir a pescar por placer a eso de las diez y sólo durante cuatro horas, volver a comer a casa, hacer la siesta,…?
El pescador respondió:
– ¿Y eso no es todo lo que tengo ahora?
¿Qué te inspira este cuento? ¿Sientes que, como mi amigo y el ejecutivo del cuento, tú también estás posponiendo algo en tu vida para mañana? ¡Me encantará que me lo cuentes en los comentarios!
Estimada Vanessa,
No fue casual que llegue a tus comentarios, soy un hombre de 53 años y he encontrado mucha sabiduría en ti, hoy te sigo y podido fortalecer mis convicciones, gracias a los artículos escritos por ti.
Este último es muy relevante ya que soy un individuo que ha caído en la trampa de construir sin disfrutar el camino. Ahora entiendo el orden de las prioridades y mi visión está cambiando gracias a tus inspiradas palabras.
Muchas gracias
Atte.
Luis Jaque A.
Muchísimas gracias, Luis. Me han llegado muy adentro tus palabras…
Eres muy joven, así que felicidades por haber entendido el orden de las prioridades y cambiar tu visión tan pronto. El camino que no disfrutaste, bienvenido sea si a día de hoy te ha servido para aprender todo lo que transmiten tus palabras. Hay quien nunca se da cuenta de nada de esto.
Te queda mucho tiempo por delante, disfrútalo 🙂
Un fuerte abrazo
ES curioso pero las personas que llegamos acá sin importar la edad, género, raza y demás lo hicimos por una sincronización que está más allá de nosotros y que por supuesto no es casualidad ni coincidencia sino que ya estaba hecho para que fuera así dependiendo el nivel espiritual que hayamos alcanzado. Es pleno saber que luego de leer el cuento mes siento tranquilo porque vivo este ahora sin importar nada más porque sé que ya hay recompensa si lo hago a consciencia, es decir, totalmente liberado. Muchas gracias por seguir tú propósito.
Muchísimas gracias por tu comentario. Y enhorabuena por vivir ahora y con consciencia. Eso que dices es algo mágico y a lo que desgraciadamente no todo el mundo llega. Y claro que sí, la recompensa es muy, muy grande.
Un abrazo
Inicié hoy a seguirte y está genial. Tengo 50 años y espero vencer mis miedos y lograr el objetivo de vivir el ahora. A veces nos dedicamos a pensar más allá sin saber en realidad qué nos va a pasar. Tengo un trabajo, pago mis cuentas y estoy relativamente bien, pero me pongo a rumiar qué pasaría si pierdo el empleo, o qué pasaría si…,etc. Gracias por tus consejos y trataré de aplicarlos en mi vida. A ver si por fin me enfoco en hacer lo que quiero en mi vida.
Hola Javier,
Si me lo permites, fíjate qué manera tan absurda de sabotear nuestro presente. Cuando es difícil, por no decir imposible, saber qué va a pasar en un futuro. Además de que, pase lo que pase, el momento de resolverlo es cuando esté pasando, no ahora. Ahora sólo puedes imaginar, pero no puedes crear soluciones para problemas que todavía no existen.
Si estás bien en tu vida, date permiso para disfrutarlo y aprovecharlo ahora, que no te arrepientas de no haberlo hecho en un futuro. Cada cosa a su tiempo.
Un abrazo grande,
Vanessa