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¿Cuánto dirías que vales?

Anillo de oro

Sí, tú. ¿Cuánto crees que vales? ¿Y cómo lo sabes?

Es decir, ¿en qué te basas para decidir cuánto vales?

Seguramente elijas una de estas dos opciones:

La primera es que sepas lo que vales porque lo sientas. Porque valores lo que haces y de lo que eres capaz. Porque te reconozcas tus fortalezas y tus logros sin vergüenza. Porque creas que puedes y mereces alcanzar tus objetivos. Entonces sabes lo que vales porque te gustas, te quieres y tienes una buena autoestima.

La segunda opción es que te bases en lo que digan los demás para decidir cuánto vales. Si alguien te dice que lo has hecho muy bien, empiezas a creértelo un poco. Y te sientes bien.

En cambio, si nadie te dice nada bueno, eso significa que no lo has hecho bien. Que no vales nada. Y te sientes fatal.

Si nadie te dice lo que vales te sientes una mierda (perdón por la expresión, no se me ocurre un sinónimo mejor de lo que se siente en ese momento). Te crees incapaz, débil y muy poca cosa. Insignificante.

Es algo muy común –y muy doloroso- creer que valemos lo que nos valoran los demás.  

En esas también estaba yo. Yo era de las de la segunda opción. Creyendo que valía lo que me decían los demás. Basando mi autoestima en mis éxitos, pero sólo cuando eran reconocidos por el resto.

Si ellos no los veían, yo tampoco.

Si ellos me criticaban, yo también me criticaba.

Si ellos no estaban de acuerdo conmigo, eso es que yo estaba equivocada.

Lo que yo opinaba o sentía daba igual. Porque no me daba valor.

Hasta que entiendes que lo que tú vales no tiene nada, nada, que ver con los demás.

Lo que tú vales sólo tiene que ver contigo.

Este es un cuento muy especial, uno de esos que deberíamos recordarnos todos, cada día.

EL ANILLO DE ORO

Iba un día un discípulo a buscar consejo al hogar de su maestro:

– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:
– Cuánto lo siento, muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- Y haciendo una pausa agregó -Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

– Encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

– Bien- asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y solo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En su afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación.

– Maestro – dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

– Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. Quién mejor que él, para saberlo. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examino el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo: – Dile al maestro, muchacho que si lo quiere vender ya, no puedo darle más de 58 monedas de oro por su anillo.

– ¡¿58 monedas?! -exclamó el joven.

– Sí, replicó el joyero- Yo se que con tiempo podríamos obtener por el cerca de 70 monedas, pero no se… Si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

– Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Jorge Bucay

Pues lo mismo te digo a ti. Porque tú también vales mucho. Tú también eres una joya valiosa y única. Y la única que puede valorarte eres tú.

Que no se te olvide nunca.

 

 

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Acerca de Vanessa Carreño

Trabajo con mujeres que se sienten inseguras, no se valoran ni tienen confianza en sí mismas, le dan muchas vueltas a la cabeza y se preocupan mucho por lo que piensen los demás.

Con mis programas de Autoestima, Relaciones Personales y Dependencia Emocional consiguen ganar confianza en sí mismas y sentirse seguras y capaces de alcanzar sus objetivos. Aprenden a valorarse, se atreven a ser ellas mismas y empiezan a disfrutar de su vida y de sus relaciones.

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