A veces creemos que lo sabemos todo.
Que sé lo que te pasa, que sé lo que necesitas, que sé cuál es tu problema…
Que sé que esto está mal, que sé que no lo está haciendo bien, que sé que debería haber hecho lo otro.
Que tengo la respuesta perfecta, que fíjate cuánto sé de esto, no vayas a pensar que soy una ignorante.
Opinamos de todo, creyendo que ahí está nuestra fortaleza.
Desde nuestro ego, no nos atrevemos a decir “no lo sé”, porque eso sería como admitir que no somos todopoderosas.
Nuestra mente necesita hacernos creer que lo sabe todo, agarrarse a la falsa seguridad que dan las certezas, el saber, el tener una respuesta para todo…
Y no, no lo sabemos todo. Ni falta que hace.
Muchas veces ni siquiera sabemos lo que nos pasa a nosotras mismas. Y así está bien.
En realidad, la sabiduría empieza por reconocer que no sabemos nada.
Los grandes maestros son aquellos que se atreven a decir “no lo sé”.
Los que, en vez de atarse a demostrar todo lo que creen que saben, se dan permiso para reconocer su ignorancia.
Los que se vacían de lo que creen, de sus juicios, sus pensamientos y sus ideas preconcebidas, y se atreven a no saber nada.
Y, desde ahí, pueden aprender.
LA TAZA DE TÉ
Hace mucho tiempo un joven muchacho, deseoso de aprender nuevos conocimientos, acudió al viejo maestro con la esperanza de que lo tomase como discípulo.
El viejo sabio, tras escuchar las palabras del muchacho, decidió aceptarlo como alumno y enseñarle todos sus conocimientos.
“Muchacho, ven mañana al despuntar el alba y recibirás tu primera enseñanza”.
Y así lo hizo el muchacho. En cuanto el sol empezó a asomarse por el horizonte, el joven discípulo se presentó en la casa de su maestro.
“Ven muchacho”, le dijo el joven sabio. “Tomemos una taza de té”.
Puso delante del joven una taza y empezó a servir el té. Sin embargo, en vez de pararse cuando la taza estaba llena, siguió vertiendo el líquido hasta que la tetera quedó completamente vacía.
El muchacho se quedó sorprendido ante la situación que acababa de ver, pero por respeto a su maestro no quiso decirle nada.
“Por hoy ya hemos acabado”, le dijo el maestro. “Ya puedes volver a tu casa. Mañana te espero a la misma hora que canta el gallo”.
Al día siguiente el joven discípulo se presentó en casa de su maestro con la ilusión de que ese día empezasen las enseñanzas.
Sin embargo, el viejo le sentó de nuevo a la mesa y le puso la taza de té delante llenándola hasta que la tetera quedó completamente vacía.
Y así pasó un mes. Un día, el joven alumno reunió fuerzas y se animó a preguntarle al maestro cuándo empezarían las enseñanzas.
“Muchacho”, le dijo el sabio. Hace un mes que empezamos con las lecciones.
“¿Cómo es posible?”, preguntó el joven. “Desde hace un mes lo único que hago es sentarme y ver como se derrama el té de la taza”.
“Al igual que la taza, estás lleno de opiniones y especulaciones. ¿Cómo vas a aprender si no empiezas por vaciar tu taza?”, respondió el viejo sabio.
Cuento adaptado del publicado en el libro “Cincuenta cuentos Zen” José J. de Olañeta.
¿Y tú? ¿Te atreves a decir “no lo sé”? Pruébalo hoy, date permiso por un día.
Prueba a sentir que no sabes nada, que no necesitas saberlo.
No sé lo que me pasa. No sé qué hacer. No sé de eso. No sé lo que necesitas.
¿Te atreves a sentir esa libertad?
Estoy de acuerdo contigo Vanessa, yo era una de las que quería saber de todo y hablar de todo, incluso me costaba aceptar que no lo sabía todo y que no siempre tenía razón en algunas cosas. Tal vez pensaba que valía porque sabía, y ahora que estoy en este proceso de sanar mi autoestima, me doy cuenta de lo importante que es vaciar mi taza para que entre el conocimiento nuevo, este post me hizo recordar que Sócrates decía “solo sé que nada sé”, y era considerado como el hombre más sabio por el oráculo de Delfos. Muchas gracias por tu post.
Hola Debbie,
Cuando de niños nos valoran más por lo que hacemos y por lo que sabemos que por lo que somos, aprendemos a valorarnos por eso mismo… No es raro lo que comentas, nos pasa a muchas personas. Pero, en ese proceso de sanar tu autoestima, seguro que ya estás empezando a quererte desde otro lugar…
Muchas gracias por la cita de Sócrates, encaja muy bien con el post.
Un abrazo,
Vanessa