¿Te has fijado alguna vez en la cantidad de etiquetas que ponemos a lo largo del día? Etiquetamos como está siendo nuestro día por una cosa que nos ha pasado (¡una entre miles!), cómo es un amigo por algo que hizo ayer, cómo es alguien por la ropa que lleva, cómo es el vecino por cómo nos ha saludado hoy, cómo es esa persona que acabas de conocer por cómo te ha respondido a algo que le has preguntado…
Todos ponemos etiquetas. Se las ponemos a los demás y nos la ponemos a nosotros mismos, sin darnos cuenta del poder ilimitado que tiene etiquetar a alguien, especialmente si es algo negativo (vago, cobarde, irresponsable, etc.), pero también cuando es algo supuestamente positivo (valiente, fuerte, alegre, etc.).
Cada vez que etiquetas a alguien limitas sus posibilidades de ser porque de algún modo le conviertes en eso que dices que es. No le dejas más opción. Si etiquetas a alguien como “cobarde”, ya solo verás cobardía en sus actos y solo le permitirás que encaje en la imagen que tú te has formado de él. Y lo mismo si le etiquetas de “fuerte”. ¿Cuántas personas “fuertes” se derrumbaron un día mientras los demás decían “¡con lo fuerte que era!”? Pues igual no era ni tan fuerte ni tan débil, igual solo intentaba ser fuerte para encajar en la etiqueta que los demás le habían puesto.
Lo que quiero decir es que las personas no somos. ¡Las personas estamos siendo! Podemos decir una mentira un día y eso no nos convierte en mentirosos. Podemos llorar un día y eso no significa que seamos unos lloricas. Podemos ser egoístas una vez y eso no nos convierte en egoístas.
No soy una egoísta. Hoy puedo haber sido egoísta, mañana tal vez no lo sea.
Por eso a los niños es especialmente importante hablarles de su comportamiento, nunca de su identidad. Es decir, si un niño no le presta su juguete a otro no le dices que es malo o un egoísta. Porque no lo es. Solo se ha comportado así en este momento. Y por eso es mejor decirle algo como “tu comportamiento ha sido poco generoso” o “no ha estado bien que hoy no le dejaras ese juguete al otro niño”.
Y ya no te digo un niño al que siempre le comparan con su hermano/a o con su amigo, porque uno es el bueno y el otro el malo, uno el estudioso y otro el que pasa de los libros, uno el responsable y otro el travieso gamberrillo… O ese al que el profesor etiquetó de mal alumno y a partir de ahí empezó a tratarle como el mal alumno que ya había decidido que era… Yasí es como después la profecía autocumplida hace que la predicción se cumpla. Porque a veces, y más en la infancia, las etiquetas pueden llevarnos a actuar de forma que los resultados que se esperan de nosotros se conviertan en realidad. ¡Recuerda que nuestras creencias son capaces de crear nuestra realidad!
- Cuando etiquetas a alguien te quedas solo en lo que crees que conoces de esa persona, das por hecho algo que tal vez no sea y no te permites descubrir lo que pueda ser diferente…
- Cuando etiquetas a alguien le estás diciendo que no le apruebas cómo es, pero también que no le permites poder ser diferente.
- Cuando etiquetas a alguien estás poniéndote en un lugar de juicio y de superioridad ante esa persona.
- Cuando etiquetas a alguien le estás haciendo algo que seguramente no quieras que te hagan a ti.
- Cuando etiquetas a alguien, por ejemplo de ser “mentiroso” o “caprichoso”, le atribuyes una cualidad que lo encierra en esa definición (precisamente por eso la PNL propone hablar sin utilizar el verbo Ser, para evitar esas afirmaciones tan radicales).
Y al final, ¿para qué? Si quizás eso que hoy ves como algo triste, mañana lo veas como algo enriquecedor. O quizás esa persona que hoy te parece temerosa, mañana la veas como alguien prudente… O hasta te des cuenta de que en algunos contextos es genial ser prudente y en otros es preferible ser temeroso…
Como decía Aristóteles, “somos mas dados a juzgar que a explorar”.
En cambio, cuando confías en la capacidad de alguien para ser de muchas formas distintas, le estás dando permiso para que sea lo que quiera ser en cada momento.
Cuando dejas de etiquetar, cuando miras a alguien sin ideas preconcebidas, sino con los ojos abiertos, como si le miraras por primera vez, permitiéndote descubrir algo que no habías visto o sencillamente percibirlo de una forma diferente, tapándole los ojos a tus juicios, es cuando de verdad puede surgir algo nuevo. Porque si cambias las etiquetas que le pones a una persona, cambiará tu relación con ella. Puedes estar seguro de ello.
¿Qué hechos te llevaron a ponerle a esa persona esa etiqueta? ¿En qué otros hechos podrías poner el foco para ver algo diferente? ¿Qué tiene esa persona de especial? Por ejemplo, ¿qué pasaría si mañana probaras a mirar diferente a tu compañero de trabajo? ¿Y si te fijaras en su lado generoso antes de clasificarle como un “vago redomado”? 😉 ¿Hasta que punto puede ser tu forma de mirar la que influye en que veas lo que ves? ¿Qué te sucede a ti cuando alguien te mira viendo solo una parte de ti? ¿O cuando tú mismo te miras así?
Todos etiquetamos alguna vez, es difícil no haber aprendido a hacerlo. De lo que se trata es de ser conscientes de ello, de darnos cuenta de cuando estamos poniendo una etiqueta a alguien y recordar que todos somos todo. Todos somos egoístas en un momento y generosos en otro. Valientes en un momento y cobardes en otro. Seguros en un momento e inseguros en otro. A lo largo del día pasamos por muchos comportamientos.
O como cuando decimos “eso a ti no te va”, “eso a ti no te pega”, “no es tu estilo”. Que al final es otra forma de etiquetar y de quitarle a alguien la libertad de elegir lo que le va, lo que le pega o lo que es su estilo en ese momento.
Y lo mismo sucede con las etiquetas que te han puesto a ti. Lo que la gente nos dice tiene muchísimo poder. Tanto que aunque creamos que tenemos claro que somos así o asá, muchas veces nos comportamos así porque le escuchamos a alguien que así éramos. Por ejemplo, “me comporto obedientemente porque me dijeron que era obediente”. Y es que, cuando lo que está en juego es que los demás nos acepten, somos capaces de amoldarnos a la etiqueta que nos hayan puesto como si fuéramos de plastilina.
Así, cuando la etiqueta sea tuya, ya sea puesta por ti o por otros (algunas son tan antiguas que ni recordamos su origen), pregúntate: ¿Cómo me hace sentir esta etiqueta? ¿Me gusta? ¿Me siento bien en ella? No importa si es buena o mala, positiva o negativa. ¡Lo importante es como te hace sentir a ti!
- De ti, y solo de ti, depende el creerte las etiquetas que otros te ponen. Por ejemplo, si te han dicho que eres muy responsable, de ti depende seguir encerrado en ese redil de tener que ser siempre responsable.
- De ti, y solo de ti, depende el etiquetar a otros.
- De ti, y solo de ti, depende dejar de etiquetar las cosas como blancas o negras, y mirarlas con una mirada limpia, capaz de ver la multitud de colores intermedios que pueden tener
Elige tus etiquetas.
Deja a otros elegir las suyas.
Rompe las que no quieras.
Como hacen en este vídeo:
Venga, te reto a no usar el verbo Ser durante todo un día. Y después, en los comentarios, me cuentas qué pasa. ¿Aceptas? 🙂
Me gusta todo lo que hasta ahora he leído.gracias por hacernos reflexionar con tus post.hay que leerlos y reelerlos muchas veces. Un abrazo y muchas gracias
Muchísimas gracias, Mamen. Me alegran muchísimo tus palabras y, sobre todo, saber que lo que lees te sirve 🙂
Estoy a tu disposición para lo que necesites.
Un abrazo
acepto el reto mañana te cuento
Muchas gracias, Jose. Espero impaciente que me cuentes tus resultados :-).
Un abrazo