Eso fue lo que me dijo el otro día una amiga, que estaba harta de hacer siempre lo que los demás le decían. Harta de sentirse fatal porque nunca hacía lo que a ella de verdad le apetecía, sino lo que los demás opinaban que debía hacer.
En concreto esta explosión de sinceridad estaba relacionada con su trabajo. Hace meses que ya no le ilusiona lo que hace, que está desmotivada y deseando que la despidan. Pero eso no pasa y cada vez se siente peor. Y claro, cuando cuenta que está pensando en dejarlo, siempre hay alguien que le dice:
-¡Pero tú estás loca! ¡Dejar un trabajo según están las cosas! ¿Sabes la de gente que mataría por estar en tu lugar?
“Es verdad, tiene razón, no es el momento”, piensa ella. Así que decide seguir, aunque en el fondo le parezca un martirio levantarse cada mañana para ir a la oficina.
Pero lo peor es que, cuando parece que ya ha tomado la decisión de aguantar, llega alguien que, al verla tan triste y desilusionada, le suelta:
-¡Tú lo que tienes que hacer es dejarlo! Ese trabajo no se merece que lo estés pasando tan mal, encontrarás algo mejor y puedes permitírtelo.
“Claro que sí, claro que puedo. ¡Yo me largo de este infierno!”, piensa ella. La cara se le ilumina y se siente más feliz que unas castañuelas. Lo ha decidido, deja el trabajo.
¿O no? Porque siempre aparecerá alguien que le vuelva a decir que si está loca.
O que tiene que ser más consecuente, ¡según está el panorama!
O que aguante, que las cosas cambiarán.
Y ella volverá a cambiar de idea. Y la historia volverá a empezar.
Así que, como te puedes imaginar, mi amiga estaba harta.
Harta de no hacer nunca lo que de verdad le apetece.
Harta de vivir pensando todo el tiempo en el qué dirán.
Harta de hacer siempre lo que a los demás les parece bien.
Harta de no atreverse a tomar sus propias decisiones.
Harta de necesitar que los demás aprueben todo lo que hace.
Y no es la única. A mí también me pasaba y en mi trabajo como Coach ayudo a muchas personas a las que les pasa esto.
¿O a ti nunca te ha pasado?
¿Cuántas veces cambias de opinión por lo que decía otra persona? ¿Cuántas veces has pensado en hacer algo hasta que alguien opinó lo contrario y cambiaste de idea? ¿Cuántas veces te dejaste llevar por lo que pensaban los demás y abandonaste esa idea que tanto te motivaba?
Hasta que un día revientas y dices, ¡hasta aquí”. Ya no más. Me he cansado de no ser yo.
Es cuando te das cuenta de que es imposible seguir los consejos de todo el mundo. De que no puedes tener a todos contentos y de que al final siempre habrá alguien a quien no le parezca bien. Porque, si alguien quiere criticarte, siempre encontrará un motivo para hacerlo, ¡puedes estar segura!
Pero sobre todo entiendes que la primera por la que deberías preocuparte es por ti misma. Por hacer lo que a ti te haga sentir bien y lo que te apetezca. Lo que te dirija hacia lo que tú quieres, no hacia lo que quieren los demás.
Y así es como coges las riendas de tu historia y empiezas a seguir tu intuición, tu instinto, tu corazón o, dicho de otra forma, a hacer lo que te dé la gana.
Y te sientes de maravilla, oye. De maravilla.
Pero es que aún hay más. Porque lo mejor es que cuando te das cuenta de esto también te vuelves más respetuosa con los demás, con sus deseos, con sus decisiones, con lo que les motiva. En vez de estar siempre esperando que hagan lo que tú harías, aceptas que son diferentes y que pueden hacer las cosas de otra forma.
Que cada uno es cada uno. Y yo soy yo. Y tú eres tú. Y él es él.
Y no, no somos todos iguales.
Así que, ¡vale ya de pensar que los demás saben más que tú!
El padre, el niño y el burro
Un padre acompañado de su hijo de corta edad y su burro, tenían que cruzar semanalmente la plaza principal de un pueblo para dirigirse a realizar unos trabajos en una aldea un tanto distante. Un buen día, en que el niño iba montado en el burro y el padre caminando cerca del mismo, pasaron por la plaza del pueblo, un tanto concurrida de vecinos, que miraban con curiosidad la escena que se presentaba ante sus ojos. Una vez rebasada la plaza principal, los vecinos comenzaron a criticar ácidamente: “¿Será posible? ¡El niño, fuerte y robusto sobre el burro y el pobre padre, un tanto mayor y achacoso, caminando! ¡Qué poca vergüenza!”.
Habiendo llegado estos comentarios a oídos de este hombre, la siguiente semana, era él mismo el que iba sobre el burro y el niño caminando, azuzando al animal. Los vecinos del pueblo al ver esto, arremetieron con sus críticas hacia el padre: “¡Qué poca vergüenza! ¡El pobre crio caminando y él tan contento sobre el burro! ¡Qué padre más despiadado!”.
Con el fin de no recibir tantas críticas, a la semana siguiente, ambos pasaron delante de los vecinos del pueblo montados en el burro. Al ver esto aquellos que estaban sentados en la plaza mostraron abiertamente sus críticas: “¡Cómo es posible que tengan tan poca consideración por el animal! Los dos sentados tranquilamente y el pobre animal, derrengado, ¡llevándolos sobre su lomo!”
Al pasar el tiempo, y tener una vez más que pasar por el pueblo, con el fin de evitar de una vez por todas todo tipo de crítica, el padre y el hijo iban caminando y llevando al burro atado con una cuerda. Al ver esto, los vecinos del pueblo exclamaron: “¡Serán estúpidos! ¿Para qué quieren el burro si van los dos caminando y el burro moviéndose a sus anchas? ¡Qué poco cerebro tienen!”
Y así fue como el padre y el hijo, al igual que mi amiga, se dieron cuenta de que es imposible satisfacer a todos en todo momento y de que lo único importante es hacer lo que a ti te haga sentir bien en cada situación.
Entonces fue cuando, por fin, dejaron de estar hartos.
¡¡Me encantó esta reflexión!!
Muchas gracias, Adriana. Me alegra mucho :-).
Un abrazo