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Cómo rayarte menos y relativizar más

Rayarte menos y relativizar más - mujer enfadada

Atención. A ver si esto te suena.

“Quiero aprender a relativizar”.
“No quiero tomármelo todo tan a pecho”.
“No quiero darle tanta importancia a lo que me pasa”.

Esto se lo escucho casi todos los días a alguna coachee.

Y, en un principio, pueden parecer deseos normales, porque a veces nos rayamos por tonterías que nos amargan el día y después, cuando pasa la tormenta, nos damos cuenta de que no era para tanto.

Vale, esto te lo compro.

El problema es cuando lo que quieres es relativizar lo que hacen los demás para dejar de sentirte mal por ello.

Es decir, cuando algo de alguien te duele, te molesta, te entristece o te enfada, y tú, en vez de legitimar y validar cómo te estás sintiendo, lo que quieres es relativizarlo para que deje de afectarte.

Esto, perdona que te lo diga, es un error de campeonato.

Lo he contado aquí mil veces, y no me cansaré de repetirlo: no querer que algo te afecte es como tener una alarma de incendios en un edificio y no querer que suene cuando haya fuego. ¡DE LO-COS!

Vaya, es que igual que una alarma de incendios suena por algo, tus emociones también se activan por algo.

Y no, no hace falta que haya un incendio enorme para que esa emoción sea válida. ¡Lo es desde el momento en el que la sientes!

Quiero decir que no hace falta que tu cuñado sea un capullo integral o que tu suegra te haya hecho la gran ofensa de tu vida para comprender que puedas sentirte ofendida.

Así que igual no es que tengas que relativizar nada, sino, más bien, validarlo y dejarte sentirlo, para poder gestionarlo y darte lo que en ese momento estás necesitando.

(Tranquila, al final del post te cuento cómo).

Así era yo antes

Mira, el caso del que te estoy hablando podría ser el mío.

Yo misma podría ser cualquiera de las mujeres que vienen ahora para que les ayude a relativizar lo que hacen los demás y que, así, deje de dolerles.

Me he pasado la vida queriendo relativizarlo todo:

“Bueno, a ver, tiene mucho genio, pero no lo hace con mala intención”.
“En el fondo me quiere, pero es su forma de ser”.
“Es que yo soy muy sensible y todo me afecta demasiado… Es culpa mía, ¡no debería tomármelo así!”.

Cosas de este tipo me contaba yo, porque para mí todo lo que hicieran los demás siempre estaba justificado.

Y, ¿sabes qué es lo malo de relativizar lo que hacen los demás? Que, si relativizas, a ellos todo les está permitido.

Pero, ¿sabes qué es lo bueno de relativizar? Pues lo mismo. Que, si relativizas, como todo está permitido, ya no le tienes que poner límites a nadie.

Es decir, muchas veces relativizar sirve para, ¡¡¡atención que vienen curvas!!!, quitarle importancia a lo que hace el otro, contarte que no tienes motivos para sentirte así y no tener que decirle a esa persona que te está haciendo daño.

Tachaaaaaan.

Y ya está. ¿La rabia? Reprimida, como siempre. ¿El enfado? Ni rastro. ¿El dolor que eso me ha causado? Desaparecido en combate.

¿Resultado? Que he invalidado lo que sentía, y así ya no tengo que decirle nada a nadie ni que poner un límite.

¿Ves el magia potagia que puede suponer eso de relativizar para las personas a las que les cuesta poner límites?

Relativizar que esa compañera de trabajo siempre elige primero las fechas de sus vacaciones y le importa un pimiento cuando te las quieres coger tú.

Relativizar que tu padre es un poco déspota, que no te escucha y que no le vale si no lo haces como quiere él.

Relativizar que siempre que intentas contarle algo que te preocupa a esa amiga, ella te responde contándote algo suyo.

O que tu hermano nunca tiene tiempo para ayudar a tu madre y terminas haciendo muchas cosas porque sabes que, si no las hicieras tú, no las haría nadie…

(Y todos estos son ejemplos reales).

Hasta que un día explotas, ¡y te hartas de relativizarlo todo!

Porque te das cuenta de la función que tenía y de lo injusta que estabas siendo contigo misma cada vez que hacías eso…

De que relativizas, justificas y corres tupidos velos para no conectar con la rabia que te provoca que el otro haga eso.

De que te conviertes en aquella niña calladita en una esquina. Casi sin respirar, casi sin moverse, como si de su silencio dependiera que no explotara una bomba…

Y a veces parece que las cosas están mejor, que ya no hay tantos conflictos ni tantas discusiones… Sin darte cuenta de que lo que pasa es que has elegido anularte. De que, para que todo funcione, has tenido que callarte, censurarte, someterte… Y, otra vez, relativizar.

“Llevo días pensando que estamos mejor, y ahora me doy cuenta de que simplemente es que yo había optado por desaparecer para tener la fiesta en paz”, que me contaba hace dos días una coachee de esas que quería relativizar lo que le hacía daño de su pareja.

Distingue cuándo toca relativizar y cuándo no

Supongo que ya vas viendo el peazo melón que puede esconderse detrás de ese empeño “por relativizar las cosas”.

Que, muchas veces, lo que hay debajo son aquellos miedos tan profundos de cuando eras niña, como el miedo a que te abandonen o a quedarte sola.

Pero, de verdad, que ahora ya no es así. Ahora, más bien, es al revés.

Porque, tanto relativizar, lo único que hace es que a tu alrededor haya personas medio-medio, de esas que “bien, pero sin más”, o que “un día sí, pero al otro no”… Y, cuando dejas de sostener eso y dejas caer a esa gente, es como si hicieras limpieza de calcetines.

¿Ves cuando tienes un cajón de calcetines super desordenado en el que hay un poco de todo? Unos medio rotos, otros desemparejados, otros que no te gustan peroesquesoncalentitos, otros super viejos… Y un día ordenas, limpias, tiras…, y se quedan los buenos. Los que de verdad te alegran el día. Y, a partir de ahí, da gusto abrir el cajón. ¿Lo ves? Pues eso es lo que pasa cuando dejas de relativizar y de justificar al otro, que te quedas solo con los calcetines que te dan gusto.

Y en este post te estoy hablando de alguien que se cuenta que tiene que “relativizar más”, pero sería lo mismo si alguien se dice que tiene que ser menos impulsivo o pensarse dos veces las cosas antes de decirlas.

El problema de fondo podría ser el mismo: querer cambiar aspectos de ti porque tú te cuentas que te traen problemas en tus relaciones. Cuando, el verdadero problema, es que te llevan a conectar con la rabia, y la rabia te va a llevar a poner límites, y a ti te da miedo poner límites porque entonces podrías perder alguna relación que otra.

Y así, a fuerza de querer relativizar y de pensar que la culpa es tuya que eres demasiado exigente o que no sabes decir las cosas, es como muchas personas, sin darnos cuenta, terminamos sosteniendo relaciones de maltrato y manipulación.

Muy, pero que muy, por encima de nuestra propia dignidad.

Sí, la dignidad de sentir que te respetas y te valoras, a la vez que te haces respetar y valorar ante los demás, porque te sabes igual y con los mismos derechos que cualquiera.

Y para eso no hace falta que seas una persona dura, ni con mucho carácter. ¡No!

Solo que aprendas a ser una de esas personas seguras de sí mismas que dicen lo que necesitan decir y ponen los límites que haga falta.

De esas que saben decir las cosas sin callarse, y sin llevarse al otro por delante.

Eso es lo que aprenderás en el curso LÍMITES.

Ojo, que este curso no es para que te aprendas cuatro frases comodín y después, a la hora de la verdad, no sepas cómo plantarle cara a alguien.

LÍMITES es un curso práctico para quien quiere ir en serio. Hasta el fondo. Sin medias tintas.

Un curso para que tengas claro como el agua cuándo toca relativizar y cuándo decir “¡hasta aquí!” o “por aquí no paso”.

De buen rollo y sin montar pollos. Pero que nadie te tome el pelo ni se ría de ti.

Para que cuando te encuentres a una de esas personas que te hacen sentir incómoda e insegura, que te dejan cortada y que hacen que no sepas cómo responder, sientas que te haces valer y que las palabras te salen solas.

Aquí tienes toda la info.

Te llevará entre 5 y 6 meses, puedes empezarlo en cuanto te apuntes y puedes hacerlo tantas veces como quieras, porque tendrás acceso a la plataforma para siempre.

Sí, quiero aprender a poner Límites.

PD: Mira lo que dice Esther, una de las alumnas de Límites: “Estoy aprendiendo mucho, es una gozada lo didáctica y lo claro que lo explicas. Con tu ayuda hay un antes y un después. Muchas gracias”.

PD2: LÍMITES es un regalo para el precio que tiene. ¿O no vale eso el sentirte segura en tus relaciones e irte a casa tranquila y satisfecha de cómo has respondido en cada situación? Ya te digo yo que sí, y que cuando acabes el curso me dirás que es barato para lo que te ha aportado. Te apuesto lo que quieras ;-).

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Acerca de Vanessa Carreño

Trabajo con mujeres que se sienten inseguras, no se valoran ni tienen confianza en sí mismas, le dan muchas vueltas a la cabeza y se preocupan mucho por lo que piensen los demás.

Con mis programas de Autoestima, Relaciones Personales y Dependencia Emocional consiguen ganar confianza en sí mismas y sentirse seguras y capaces de alcanzar sus objetivos. Aprenden a valorarse, se atreven a ser ellas mismas y empiezan a disfrutar de su vida y de sus relaciones.

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4 comentarios

4 comentarios
  1. Vero 06/01/2024

    (Ya lo conté en otro post y…) Yo tengo un problema de ruido con los vecinos que no se puede solucionar legalmente. Oímos a nuestros vecinos y sus hijas gritar, chillar, golpear cosas todo el día, a todas horas, siempre que están. Es alucinante. Nos han dicho que no se puede hacer nada. Porque cuando se tienen niños todo vale, vale todo. Lo hemos hablado varias veces con ellos, y han hecho hasta más ruido. Tenemos la hipoteca pagada y ellos han comprado el piso. Me ponen literalmente enferma, no estoy exagerando. Lloro, me encabrito y me duele la barriga.
    Las niñas no me dejan dormir, ni la siesta, ni por la noche con sus llantos desencajados, aullando por una atención que no les dan jamás, y así es como me despiertan por la mañana o con sus golpes/juguetes, siempre hay juguetes, siempre hay gritos. Ya no puedo utilizar mi salón para ver películas ni trabajar desde casa, me tengo que ir a una biblioteca.
    Ya que por lo visto no hay solución, lo único que puedo hacer es volver a mi casa por la noche, cuando ellos ya se han acostado. Porque sé que la solución es el contacto cero y cuando menos me exponga a sus ruidos, mejor. Mis padres dicen que no les molesta, pero me pone muy triste que vayan a pasar su vejez con semejantes energúmenos. Es totalmente injusto. Nadie que sea alguien se comporta así.

    Responder
    • Vanessa Carreño Andrés 11/01/2024

      Guau Vero, que situación tan complicada. Recuerdo cuando la contaste la primera vez, sí. Entiendo que te genere mucha rabia y mucha impotencia no poder estar en tu casa tranquila y tener que irte a trabajar a la biblioteca. Sí, como bien dices tal vez lo más sabio sea dejar de desgastarte luchando contra lo que es y ver opciones, como eso que dices de estar en casa cuando no estén haciendo ruido. Pero sí, entiendo que es una situación muy difícil, lo siento mucho.
      Un abrazo grande,
      Vanessa

      Responder
  2. Vero 11/01/2024

    Hola Vanessa, muchas gracias por tus palabras.
    Con esta situación he aprendido que, aunque te encuentres contigo misma, puedes volver a perderte. De verdad que siento que mi problema nunca he sido yo misma, sino los demás, por situaciones como ésta.
    A mí esto me está afectando mucho mentalmente. Estoy cansada y embobada y con fármacos para la ansiedad. Y aun así, intuyo que podría ser peor.
    Muchas gracias por entender que desee el contacto cero. Mi madre dice que tengo derecho a usar mi casa, pero yo siento que ya no puedo.
    Un abrazo y buen día.

    Responder
    • Vanessa Carreño Andrés 12/01/2024

      Recuerda que en cualquier sistema tú eres una parte, y como parte implicada tienes poder de elección… Quiero decir que en ningún caso somos impotentes ante lo que nos pasa, que nunca son solo los demás, porque nosotras siempre podemos elegir qué hacer con ello.
      Un abrazo y mucha luz,
      Vanessa

      Responder

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