Hace un mes me fui a una isla tailandesa a pasar mis No Navidades.
Y no ha sido un viaje turístico. Ha sido un viajazo emocional. Y telita marinera.
No tengo fotos de templos, pero he sentido taaantas cosas a la vez que cualquier diccionario de sentimientos se me queda corto para poner en palabras lo que me ha ocurrido (y, por cierto, a mí esto me pone mucho más que las fotos).
Me alucina como he vivido estas vacaciones, a años luz de como lo habría hecho hace tiempo.
Hace años, cuando viajaba, yo no estaba presente. Estaba mi cuerpo, estaban mis miedos, estaba el control, estaba mi maleta llena de cosas “por si acaso”, estaba la lista de TODO LO QUE TENEMOS QUE VER… Pero yo, yo no estaba.
Y ahora sí he estado. Enterita y sin escapismos. Abierta a lo que fuera pasando, a lo que viniera, a lo que tuviera que ser… Abierta, sin más, a la vida.
Incluso en los primeros días, en torno a la nochebuena, que fueron bastante dolorosos, yo estaba ahí. Escuchando lo que me pasaba, dándome cuenta de mis automatismos cuando algo me duele, de cómo me engancho al sufrimiento, de cómo entro en ese bucle infinito…
Y lo observé. Y me abracé. Y esperé. Y no forcé nada. Y no me obligué a disfrutar porque “es que a eso hemos venido”. Y fui compasiva para poder darme en cada momento justo lo que necesitaba… Y la tormenta se pasó. Y me sentí super llena y reconfortada por haberla transitado así, con taaanto amor.
Y, a partir de ahí, empecé a flipar en colores.
Elegí esa isla, o ella me eligió a mí, vete tú a saber, porque allí hay un millón de talleres y clases relacionadas con la espiritualidad y el autoconocimiento. Así que cada día elegia algo que me apeteciera hacer entre las múltiples opciones disponibles.
Y cada vez que me encontraba ante un grupo nuevo, con personas desconocidas de todos los rincones del mundo, me volvía a sentir super afortunada por poder vivir algo así.
Me impresiona la magia que se genera en el trabajo terapéutico en grupo y lo parecidos que somos, aunque vengamos de rincones tan alejados en el planeta. ¡Que te vas a 11.000 km de distancia y nuestros miedos son los mismos!
Que da igual que seas holandés o australiana, todos necesitamos contacto y, a la vez, ¡todos nos asustamos ante el contacto! Y es taaan bonito verlo, y sentir la fuerza del grupo, y darte cuenta de que lo que te pasa allí es una diapositiva exacta de lo que te pasa fuera, en la vida real (ya, aquello también era real, pero para que me entiendas).
Que si fuera te quedas para no hacer daño al otro, allí también. Que si fuera te asustas cuando alguien pone distancia, allí también. Que si fuera te callas algo para evitar una mala cara, allí también. ¡Es como si la película de tu vida se proyectara tal cual en una sala de cien metros cuadrados!
Brutal, de verdad.
Brutal poder sonreír al niño interior de alguien cuyo nombre ni siquiera recuerdas y sentir que tu niña interior se estremece con ello. Brutal pedirle ayuda a un desconocido y que te tienda su mano. Brutal mirar a los ojos de alguien que llora y decirle que estás ahí sin pronunciar una palabra. Brutal brotar a llorar mientras bailas con los pelos de punta. Y brutal presenciar todo eso y sentirte taaan viva y resplandeciente…
Y terminar la clase en esas aulas de madera, sin paredes y con vistas al mar, e ir a sentarme a la orilla del agua para habitar uno de mis momentos preferidos del día…
Claro, por algo al acabar las profesoras siempre nos decían “no salgáis corriendo al bullicio de ahí afuera, dejaros un tiempo en este oasis de naturaleza para sentir y saborear lo que os acaba de pasar”. Y qué bien me sentaba a mí hacerlo así. Despacito. En silencio. Mirando al horizonte en el que se unen mar y cielo, y solo con el sonido de las olas y la charla entre algunos compañeros de fondo.
Y descubrir el ecstatic dance. ¡Guaaau! ¿Cómo he podido vivir todos estos años de mi vida sin eso? Creo que nunca había bailado así, tan liberada, tan juguetona, con mi cuerpo dejándose llevar por la música, sin una mente que lo controlara y le dijera qué hacer… (y sin alcohol ni drogas, que esa es la gracia de los ecstatic). Cien almas bajo una pirámide de cristal en medio de la jungla son capaces de mover una energía mayor que un misil. Lo corroboro.
Y el tantra. ¡¡¡Oooohhh!!! ¿Cómo se puede sentir tanto deseo y tantos escalofríos en tan poco tiempo? O, mejor dicho, ¿cómo podemos estar tan desconectados de nuestro cuerpo para no sentirnos así cada día? Buuuf, el cosquilleo de unas manos que juegan con las tuyas, compartir con alguien tus fantasías y tus miedos, dar un masaje con tanta entrega como si fuera lo último que hicieras en tu vida…
¡Y sacar mi sensualidad y mi fuego ante un desconocido! ¡Y mover el cuerpo como una bailarina del vientre sin bajar la mirada! Yo, que antes era doña vergüenzas, ¡proponiéndole a alguien seguir nuestra clase después de clase! Y qué gusto, oye. ¡Qué gustazo decir lo que te apetece sin morderte la lengua! (sí, esto también me lo he traído conmigo en la maleta ;-).
Y, otra vez, un día más, volver a sentirme abrumada con tanta belleza y tanta autenticidad que mirar al cielo se me quedaba corto…
El Año Nuevo. Recibirlo en la playa, sin campanadas, en hawaianas y rodeada de semidesconocidos. Pero con uvas, oye. Aunque fueran trocitos diminutos. Porque si un español lleva uvas y no hay para todos, pues se cortan en cuatro pedazos y listo. Y si alguien nos mira raro porque no entiende lo que estamos haciendo, pues le explicamos que esta es una costumbre muy española. Y olé.
Y mi compañero de viaje, mi hermano del alma. Verme en su espejo. Ver mi dolor en el suyo y su luz en la mía. Observar lo que me mueve otro ser humano tan diferente y tan parecido a la vez… Darme cuenta de mis demonios, dispuestos a perseguirle cuando no hacía las cosas como yo esperaba, pero, ahora ya, sin dejarme arrastrar por ellos…
Hace años, cuando viajaba en pareja, recuerdo que tantos días pegados el uno al otro hacían que a mí me saltaran chispas cuando algo no era como yo quería. Y me ponía tensa, borde y a la defensiva. Pero ahora ya no. Ahora solo he visto al demonio, pero no me ha llevado con él.
De hecho, ha sido divertido pillarme y pensar “ay Vane, que ya estas con tus expectativas de que él lo haga cómo lo harías tu”. Y ver lo que era mío. Y separarlo de lo suyo. Y respetarle. Y dejarle ser. Y no seguir necesitando que el otro sea perfecto, porque ahora tampoco espero serlo yo.
Ma-ra-vi-lla.
Qué fácil es ver ahora que teníamos que hacer este viaje juntos. Y cuánto te agradezco que tú también lo hayas querido así, hermano 💕.
Y pensar que me fui de viaje para no sentirme sola en Navidad y ahora me doy cuenta de lo acompañada que me siento vaya donde vaya…
Sí, estando allí se me apareció como una iluminación todo el cariño que tengo aquí, las mesas que me tenían un hueco guardado entre polvorones, los corazones que me sostienen allá donde me encuentre… Blessed, que se dice en inglés y que viene a ser algo así como sentirte bendecida y colmada por taaanto. Pues muy blessed me siento yo.
Por si esto fuera poco, este viaje también me ha servido para valorar la vida que tengo aquí en casa. Con mis perros, con mis montañas, con tantos amigos preciosos que me escribían cada dos por tres para ver qué tal me iba, con este trabajo que me entusiasma acompañando a mujeres para que puedan sentirse así de amadas por sí mismas y por la Vida…
Quien vive en una isla como aquella cree que vive en el paraíso y que todo lo demás es ladrillo y hormigón al lado de eso. Así que todo el rato te insinúan que te mudes allí. Pues no sabes qué gustazo me daba poder decir, porque lo sentía así, “ahora mismo me encanta mi vida tal y como es”.
Me siento una puñetera privilegiada. Pero no por haberme ido a Tailandia o por cogerme un mes de vacaciones en pleno invierno (que también, y lo sé, y lo valoro).
Pero esta sensación de ser una privilegiada es por mí. Por sentirme tan abierta a la vida y a lo que me pasa, al dolor y al placer por igual… Y porque me guste tanto la mía, con la forma que yo misma le he ido dando….
Y por estar tan satisfecha de quién soy y de cómo soy… Por sentirme tan cerca de mí y tan lejos de todas aquellas capas de miedos e inferioridad que se han ido cayendo en el camino (y allí están bien, porque no eran mías).
Por gustarme sin “peros”, vaya. Que, cuando sabes lo que es sentir en tu propia piel una absoluta desconexión de quién eres y un gran rechazo a cómo eres, pues poder decir algo así es un lujazo tamaño XXL.
Y todo esto en primer lugar me lo debo a mí, que me lo he currado hasta la saciedad. Pico y pala para sentirme así de bien conmigo. Así de auténtica. Así de libre. Así de simplemente yo.
Tanto trabajo personal y tanto dinero invertido han sido para algo. Y ha merecido mucho la pena.
Pero tranquila, que aunque mi camino de amor a mí misma haya venido con curvas, a ti te lo voy a poner más fácil.
Porque sé bien los pasos que una mujer necesita dar para reconciliarse consigo misma y quererse tanto que se le llenen los ojos de lágrimas de felicidad al sentirse en su piel.
Y los tienes, bien masticaditos para que sepas cómo llevarlos a la práctica, en este curso de autoestima.
Lo sé, lo que cuesta AMOR no es nada comparado con cómo te vas a sentir cuando lo termines.
Cientos de mujeres lo han hecho ya y justo esa es una de las cosas que más me dicen, que ha merecido muy mucho la pena.
“Estoy haciendo el curso Amor y es maravilloso. Te doy mil gracias por el maravilloso trabajo que has hecho con el curso porque da resultados de verdad”. Julia
“Muchísimas gracias por este curso tan bonito, me ha gustado mucho. Y lo más importante es que me ha ayudado a volver a creer en mi, quererme, valorarme y conocerme más. Estoy muy contenta de haberlo hecho y de todo lo que me ha aportado y he aprendido en él”. Belén.
Si quieres unirte a ellas, y a mí, es muy fácil. AQUÍ.
Qué historia, y me encantan las aventuras. Cada navidad extraño a mi padre que no lo he visto en 8 años, también me da nostalgia, es una tristeza profunda y lloro por eso, estamos en la misma situación coach, solo que somos mujeres maduras. Tailandia es un pueblo con muchas tradiciones, hermoso viaje, felicidades.
Muchas gracias Yoly, sí que fue un hermoso viaje :-).
Llorar es sano, purga el cuerpo y limpia el alma… No sé tu historia, pero espero que si así lo deseas puedas juntarte con tu padre unas navidades.
Un abrazo grande,
Vanessa