El concepto de responsabilidad afectiva está de moda.
Lo que antes era tener empatía, tener en cuenta al otro o pensar en cómo se puede estar sintiendo, ahora se le llama responsabilidad afectiva. Y está por todas partes.
Se lo debemos al Tinder y a otras redes sociales, sí. Porque, en temas de pareja, antes lo peor que te podía pasar era que, ese chico del barrio que te gustaba, hoy te hablara y mañana no. Pero ahora, con tanta exposición y la posibilidad de hablar con tantísimos desconocidos cada día, las oportunidades para que alguien te dañe o tú le dañes son infinitas.
Así que sí, no me extraña que la responsabilidad afectiva se haya puesto de moda.
Porque vamos a un ritmo en el que corremos el riesgo de terminar deshumanizando las relaciones. Como si fuéramos teléfonos móviles que chatean con otro teléfono móvil. Como si no hubiera nadie real detrás de esa pantalla. Como si no hubiera alguien a quien le duelen las cosas o que sangra cuando le pinchas. Como si aquí nadie tuviera corazón…
Y te hablo del Tinder porque es la más habitual, porque estoy en ella, porque conozco a muchas personas que están y porque alucino con algunas prácticas y comportamientos…
Pero también me refiero a la responsabilidad afectiva cuando tratas con tu hermano, con una amiga o con el vecino que te encuentras en el ascensor.
La responsabilidad afectiva debería ser un modo de estar y de vivir 24 horas al día, pero a veces vamos tan ensimismados que nos olvidamos de tener en cuenta al otro…
O eso, o nos vamos al otro extremo, en el que tenemos tanta hambre de vínculo con el otro que nos dejamos de tener en cuenta a nosotras. Y, cuidado, porque lo peor de este extremo es que, si yo no me tengo en cuenta, tampoco seré capaz de escuchar cuando el otro no me está teniendo en cuenta.
Repito. Apunta esto bien grande: si tú no te respetas, no te vas a enterar de que otra persona no te está respetando. ¡Es imposible!
Y te contaras que eres demasiado susceptible, que deberías relativizar más, que no es para ponerse así, que, total, “si es alguien a quien conozco de dos días, no debería importarme tanto”, que igual es que soy altamente sensible o tonta perdida… Lo que sea, pero las culpas apuntarán a ti. Y te contarás que deberías pasar más de todo.
Y que te pase esto es un problema. Un problema grande.
Porque no te estás haciendo cargo de cómo te tratas ni de cómo te sientes con alguien. Que eso también es responsabilidad afectiva, por supuesto, pero contigo misma.
Porque, además, si yo no me legitimo que lo del otro me pueda hacer daño porque “es que solo llevo hablando con este chico cuatro días”, tampoco me pararé a pensar el efecto que puede tener mi comportamiento en él.
Es decir, si yo me cuento que a mí no me debería remover tanto lo suyo, seguramente también crea que a él le va a dar igual lo mío.
Y venga a insensibilizarnos y a querer comportarnos como si fuéramos de piedra…
Pues mira, el triángulo perfecto de la responsabilidad afectiva es ese en el que tú te respetas + te haces cargo de tu manera de tratar y respetar al otro + sabes legitimarte y defenderte de alguien que no te respeta ni te trata bonito.
Tus gestos y tus silencios pueden hacer daño
Pues eso, que me gustaría que este post fuera una invitación a que seamos más conscientes de que, cada día, tratamos con personas, no con máquinas. Y de que nuestro comportamiento puede activar las heridas del otro y hacerle mucho daño.
Y no es que haya que estar en hiperanálisis, pendiente todo el rato de que a nadie le moleste nada. ¡Nooo! Es tan solo pararte a pensar cómo puede recibir el otro eso que vas a hacer, y hacer lo posible por ser honesta, por ser clara y por decir las cosas con respeto y empatía.
Eso es la responsabilidad afectiva, simplemente eso.
Es darte cuenta de que, cuando ya no quieres seguir hablando con alguien, lo justo, lo valiente y lo respetuoso es decirlo: “mira, no siento que esta conversación encaje con lo que yo busco y prefiero dejarlo aquí”. En vez de esperar a que el otro se canse o se dé cuenta de que pasas.
Responsabilidad afectiva es admitir que, si hace cinco días le propusiste algo a esa persona y ahora ya no te apetece, pues dar rodeos, hacerte la loca o terminar yendo de mala gana, no es ser sincera, ni honesta, ni respetuosa. Ni contigo, ni con el otro.
Y que si te molesta algo de alguien pues lo sano es decírselo, en vez de estar más fría, o más distante, o dejar de contestarle a los mensajes.
Y confiar en que en “ese baile de decirte lo mío, y que tú me escuches y me respondas” se irá tejiendo el siguiente capítulo de nuestra relación, porque, según como tú lo recibas y cómo nos entendamos, veremos a dónde nos lleva esto… Lo importante es que diciéndote lo que me pasa me estoy haciendo cargo de mi parte, en vez de ponerme excusas y mirar hacia otro lado o salir por patas con mis miedos a cuestas.
En definitiva, responsabilidad afectiva es comprender que detrás de cada gesto tuyo, de cada cosa que te callas y de cada comportamiento que para ti no tiene importancia, hay una persona que puede sentirse confusa, herida y dolida, incluso aunque esa no esté siendo tu intención.
Me confieso defensora del Tinder
Mira, se supone que las redes sociales tipo Tinder tienen muy mala fama y que ahí solo te encuentras gente chunga. Y no estoy de acuerdo, porque he tenido la suerte de conocer a personas muy bonitas y respetuosas, y de llevarme muy poquitas decepciones.
Y creo que mi experiencia también tiene que ver con cómo yo me muestro. Con que, desde el momento en el que empiezo a hablar con alguien, esa persona se merece todo mi respeto. Que no necesita hacer nada para ganárselo, porque desde el minuto 1 ya lo tiene. Le respeto igual que a un amigo o a alguien cercano…
Y tal vez esa persona haga algo que le lleve a perder mi respeto, pero si eso pasa se lo diré, legitimando mi sentir. Y me despediré como me gustaría que se despidieran de mi si a alguien le molesta algo que yo haya hecho.
Incluso con alguien que no ha hecho nada, pero simplemente siento que esa conversación no fluye y que esa persona no es para mí, se lo digo. No es que haga un “no me interesas, y desaparezco”. Porque el otro es una persona que siente, porque yo no quiero que me hagan eso, porque no me haría sentir bien ser así y porque si todos hiciéramos esto habría personas que vivirían en una constante bomba de humo. Y eso no es plato de gusto para nadie.
Además, de verdad, ¿¿¿tan difícil es decir “mira, no me siento cómoda con esta conversación y prefiero dejarlo aquí”??? ¿O “no veo que encajemos y me quería despedir?”. Yo lo digo, y de verdad que me voy a dormir a gusto. Y siento que el otro también, y que me lo agradece, porque sabe lo que está pasando, incluso aunque le pueda doler.
Porque lo que nos mata en este tipo de situaciones no es tanto que nos rechacen o que alguien pierda el interés… ¡Es que no nos diga lo que le pasa! Que no sea claro, que tenga comportamientos que nos confunden, que nos llevan al vacío, a no saber qué está pasando, a no entender, a nuestras heridas…
Cuando no sabes si es que son sus ritmos, si es que está muy ocupado, si es que tiene poco interés… es porque el otro, en algo, no está siendo responsable contigo. Y, si tú te callas y no pones esa falta de claridad sobre la mesa, tú tampoco estás siendo responsable contigo.
¿Te das cuenta de lo sanador que seria simplemente saber lo que le pasa al otro? ¿Saber de verdad lo que le ocurre, en vez de tener que imaginártelo, con toda la angustia que eso supone? Pues de eso estoy hablando, de personas que puedan expresar lo que les pasa, porque tienen en cuenta al otro igual que quieren ser tenidas en cuenta.
Y me alucina esta gente que ni se plantea despedirse de alguien con quien se estaba escribiendo, pero que ya no le interesa… Que lo que hace es ir tardando en contestar y dejar que la conversación decaiga, sin mojarse ni decir nada… Como quien tira un chicle usado a la papelera o deja que un papel se lo lleve el viento… ¿Nadie se da cuenta de lo frustrante que puede ser para esa persona acumular conversaciones que se desgastan sin saber por qué? Porque, oye, igual eres la primera de la semana que ha dejado de contestarle… ¡Pero es que igual eres la décima! Y, cuando llegas tú, esa persona ya está en el límite de su aguante emocional…
“Bueno, si él no me está diciendo nada será que tan mal no lo está pasando”, podrías pensar.
Ya, pero eso no lo puedes saber. Puede ser que esté super rayado con no saber de ti y que no sepa cómo gestionarlo o qué decirte. O puede ser que le de igual, quién sabe… La cosa es que la gestión que tenga el otro NUNCA debería ser excusa para que la tuya no sea clara ni honesta.
Imagínate saber que alguien es honesto
¿No sería maravilloso encontrarnos solo con personas que nos dieran la seguridad de que, si se quieren ir, nos lo van a decir? ¿Saber qué si alguien ya no está a gusto, o ha conocido a otra persona, o no siente lo que quiere sentir, nos lo va a contar y se va a despedir como Dios manda?
De verdad que, sin animo de echarme flores, no creo que esto sea ni tan difícil ni tanto pedir, porque yo lo hago, así que entiendo que cualquiera puede hacerlo… Y esto siempre empieza por una misma, por ser una misma la que se haga cargo de generar relaciones reales y profundas (en vez de esperar a que lo hagan los demás…).
Y tal vez te estés preguntando, ¿pero hay que estar informando de todo, todo el rato? Pues no, seguramente no. No hace falta decirle a alguien “mira, estoy pensándome si me gustas… Y también es que hay un chico con el que todavía no he quedado y quiero conocerle, así que tengo un poco de lío…”.
No, no se trata de decirlo todo. Se trata de tener en cuenta al otro y, sobre todo, de decir lo que tú ya sabes, lo que en el fondo ya sabes, pero a veces no te interesa decir.
Porque a todos nos gusta tener un comodín por si las moscas, porque siempre es agradable que alguien te escriba a ver que tal el día, porque “a ver si me adelanto y después me arrepiento”… Por nuestros vacíos y nuestros miedos, que muchas veces son los que nos impiden ser responsables con los sentimientos de los demás.
Pero la vida es reciprocidad. Y claro que dar lo mismo que tú quieres recibir no te va a garantizar que nadie te haga daño, pero sí que tú, de verdad, vas a poder estar en paz con cómo eres y con lo que los demás reciben de ti.
Y, solo entonces, también, tendrás la claridad y la seguridad para decir que no a quien no te trate bonito.
Y poder ponerle a esa persona los límites que tu dignidad necesite.
Si tienes un problema con los límites, los tuyos y los de los demás, te recomiendo este curso práctico para que lo hagas por tu cuenta en unos cinco meses.
Ojo, este es un curso para quien quiere ir en serio. Para quien quiere meterse en el fango. Para quien quiere mojarse bien, pero tener resultados.
“Me está gustando muchísimo, me encanta que lo puedo hacer a mi propio ritmo y me estoy tomando el tiempo para repasar los audios que son mas relevantes para mi. Es muy útil limpiar la resaca de lo que trae uno, y también para mis hijos, saber como llevar y soltar esas relaciones toxicas…”, dice Ariane, una de las alumnas.
LÍMITES va a hacer que te sientas segura, sepas decir las cosas y te hagas valer en tus relaciones. Y, ¿cuánto cuesta eso? Pues la verdad es que tiene un precio de risa para el valor que va a aportarte, puedes estar segura. Yo lo estoy, y las personas que ya lo han hecho, también:
“¡Me gustaría que algunos amigos hicieran tu curso! No paro de decirles “chicos, ¡esto es brutal!”. Y respeto que no se sientan preparados o no sea su momento. Pero, qué publicidad te hago, ¡porque es un bien para la sociedad!”, me escribe Inma, otra alumna de Limites.
Pues sí, yo también creo que es brutal. Tienes toda la info de LÍMITES y cómo apuntarte AQUÍ.
Con todo mi cariño, como siempre. Y muy, pero que muy, Feliz Navidad.
PD: A mí este curso me parece un regalo de Navidad mucho más útil que todas las colonias, jerseys y bonos varios para los mejores spas del mundo. Para ti, que ya es hora de que nos hagamos regalos a nosotras mismas, o para esa persona que sabes que lo necesita. Ya sabes, aquí.
¿Y si es la otra persona la que desaparece sin decir nada y cuando tú pensabas que estabais conectando y hablando bien? ¿Qué hacer entonces?
Muchas gracias, me ha gustado el post.
Hola Cynthia,
Sí, esto pasa. Que tú tengas responsabilidad afectiva no significa que los demás la tengan. Creer esto sería como pensar que el toro no va a embestirte porque tú eres vegetariana…
Pues te digo lo que hago yo, que a mí me sirve mucho y me deja muy en paz. Siempre siempre, pase lo que pase con alguien, me escucho dentro de mí lo que necesito, y actúo en función de eso. Por ejemplo, si alguien con quien estoy hablando a gusto deja de responder y de escribirme, puede ser que le pregunto qué ha ocurrido y le diga cómo me he sentido con eso, de la forma que me salga en ese momento con esa persona, dependiendo de cómo fuera nuestra conversación.
Y si es alguien con quien yo tampoco estaba a gusto y, antes de que me diera tiempo a decírselo, el otro me deja de responder, o directamente desaparece, pues si veo que no necesito nada más, lo dejo estar y me quedo en paz…
Quiero decir que para mí no es que “siempre que pasa A hay que hacer B”. Para mí es un saber escuchar cómo te sientes con alguien y actuar desde ahí. ¿Que no es fácil y que hay que estar muy conectada contigo misma? Sí. Pero te aseguro que cuando logras esa conexión es mágico, y se vuelve muy sencillo gestionar este tipo de situaciones.
Un abrazo,
Vanessa
Bueno, ves, yo no estoy muy de acuerdo con este post. Son tantas personas que entran a hablar en las App de citas que al final decides no dar demasiados explicaciones o quizás acabas despareciendo por que hay personas muy pesadas,. etc.
Yo al principio de estar en el mundo de las APP de citas no entendía por que desaparecían, pero al final acabé entendiendo y aplicando, que no hace falta dar demasiadas explicaciones a alguien que no conoces.
Hola RQ,
Muchas gracias por comentar, seguro que hay personas que se sienten identificadas con lo que cuentas.
Sí, claro que hay personas que desaparecen. Igual que puede haber personas pesadas, personas que no se implican en una conversación, personas que no te preguntan nada y solo responden con monosílabos… Y, en el otro lado de la balanza, también hay personas que se explican, que cuando quieren irse se despiden, que se interesan en conocer al otro, que profundizan en las conversaciones… Entonces, en mi opinión, se trata de elegir de forma consciente de qué lado quieres estar tú, a qué grupo quieres pertenecer, a qué parte de todo lo que es el tinder quieres contribuir tú, qué sensaciones quieres dejar en las personas con las que hablas…
Para mí cualquier persona con la que hablo en una app merece un respeto, igual que alguien a quien me cruzo en la calle. Por ejemplo, a veces me pasa que tengo alguna discusión o algún roce con alguien por el tema de los perros cuando les saco de paseo por el río. Puede darse con otro dueño de perros o con algún runner o cosas así, y hay días en que por lo que sea yo estoy más nerviosa y salto o respondo peor. Y, aunque no conozca a esa persona de nada, si a mí no me ha gustado mi reacción, le doy una explicación tipo “disculpa, te he hablado mal, estoy cansada y he explotado. Lo siento”. Porque, aunque no conozca a esa persona, para mí se merece un respeto. Simplemente por ser persona, por ser alguien con quien me he cruzado, por ser alguien que en ese momento ha dejado una huella en mí y yo he dejado una huella en él… Y me gusta sentir, al irme al dormir, que estoy satisfecha con la huella que voy dejando en los demás :-).
Un abrazo grande,
Vanessa