Siempre lo digo. Cometer errores es genial. Aprendes mucho de ellos. Por supuesto que también es genial no cometerlos, pero es poco realista. En la vida cuando te atreves, cuando haces algo por primera vez, cuando sales de tu zona de confort, es normal que metas la pata. Y lo importante es saber que no pasa nada por cometer alguno, siempre y cuando aprendas algo de él.
A mi, al menos, desde que los veo así me encantan. Porque se me ha quitado el miedo a cometerlos y porque gracias a eso me atrevo a hacer y a ser.
Pero en mi último error me di cuenta de que hay un tipo de errores que me gustan menos. Cuando metes la pata y eso afecta a otras personas. Eso ya no es tan genial.
Hace una semana di mi primera conferencia en León, “Entrénate para ser feliz”. Decidí que no hiciera falta inscripción previa para entrar, pero en mis redes sociales daba la opción de apuntarte en la web de Coaching en León si querías que te reservara un asiento. Era mi manera de dar prioridad a las personas de León que me siguen a través del blog o de las rrss.
Así fue como se empezó a apuntar gente, hasta casi completar el aforo de una sala con cien asientos. Y, mientras tanto, la publicidad que había por ahí, carteles y flyers, solo decía lo de “entrada libre”. Y yo sin darme cuenta de la incongruencia.
Hasta que la mañana de la conferencia alguien me comentó que parecía que iba a venir mucha gente y que sería difícil mantenerles de pie mientras los que tenían asiento reservado iban llegando. Me preocupé un poco y envié un email a todas las personas que habían reservado asiento para pedirles disculpas y que por favor llegaran con tiempo. Email que, con solo seis horas de antelación, muy pocos leyeron.
La conferencia era a las 8 y a las 7 y algo empezó a llegar gente. Las dos personas que estaban en la puerta ayudándome les decían que los asientos estaban reservados y que tenían que esperar de pie, pero la gente había leído en la publicidad lo de “entrada libre” y se iban sentando. No había manera de pararles. Llegaba y llegaba gente y aún faltaba media hora para que empezara. Quince minutos antes aquello estaba a rebosar, con todos los asientos ocupados y mucha gente por el suelo y de pie. A menos diez hubo que cerrar las puertas porque no cabía un alfiler. Y, claro, las personas con asiento reservado se lo habían tomado con más calma y faltaban muchas por llegar. Así fue como, por querer hacerlo lo mejor posible y que las personas supuestamente más interesadas tuvieran el mejor lugar, pasó todo lo contrario. Por eso mis primeras palabras fueron para todas esas personas a las que, habiendo querido favorecer, había dejado en la calle.
Al día siguiente me sentía triste. Iba respondiendo a los mensajes de felicitación de la gente, por el éxito de asistencia y porque a los que habían entrado les había gustado mucho, pero no terminaba de sentir plenamente esa alegría. La noche antes, al llegar a casa después de la conferencia, lo primero que hice fue enviarles a las personas de esa lista un email pidiendo disculpas. Pero todo me sabía a poco. En redes sociales seguí haciéndolo y aún a día de hoy, una semana después, sigo disculpándome alguna vez.
¿Aprendizajes de lo que ha pasado? Muchos, pero sobre todo me quedo con estos:
He aprendido a ponerme aún más en el lugar del otro cuando comete un error. Yo soy la primera que se habría enfadado si le pasa algo así. Hace años, si yo me quedo en la puerta de un sitio y eso me obliga a cambiar mis planes, me habría puesto como una fiera. Y habría protestado, vaya que si habría protestado.
Hace dos semanas, si me hubiera pasado, ya no me habría puesto como una fiera, porque gestiono mejor mis emociones y porque he aprendido a elegir las que me sientan bien. Y la ira o el enfado no me sentaban bien. Además en los últimos años también he aprendido a ser más flexible cuando hay imprevistos y tengo que cambiar mis planes. Pero hace dos semanas si me pasa esto sí que hubiera juzgado y criticado a esa persona por su error y se lo habría hecho saber de alguna forma.
Y eso es lo que me llevo de lo que ha pasado: ser aún más abogada del diablo de lo que siempre me han dicho que soy. Es cierto, siempre he sido muy de ponerme en el lugar de otros e imaginarme mil motivos por los que puedan haber hecho lo que han hecho. Pero a partir de ahora lo seré aún más. Para entender que pueden haber sucedido muchas cosas que yo desconozco y que tal vez no haya sido intención de esa persona lo que ha pasado. Que no tengo la suficiente información para criticarla y juzgarla, aparte de que no creo que eso sirva de nada.
Hay personas que se lo han tomado con humor y me han dicho que no pasa nada, que se tomaron unos vinos a mi salud :-).
Otras, con toda la razón del mundo, se han quejado de que cambiaron sus planes o montaron una quedada con amigos para ir a escucharme y se dieron con la puerta cerrada en las narices por aforo completo.
De otras no tengo ni idea. Me dicen que se quedó mucha gente fuera, pero no sé cuántos de esos estaban apuntados.
He pensado mucho en cómo compensar a esas personas y por el momento lo único que tengo claro es que a la próxima conferencia que dé en enero solo se podrá acceder habiéndose apuntado antes y que esas personas que la semana pasada estaban en la lista de asientos reservados serán las primeras que tengan la oportunidad de apuntarse a la próxima.
También he aprendido a olvidar, a perdonar más fácil, a que cosas poco importantes no me afecten… Por ejemplo, ayer me di cuenta de que había perdido toda la música de mi ipod. Eso, hace un par de años, me habría dejado enrabietada y malhumorada al menos un día entero. “¡Mi músicaaaa! ¡Noooo! ¡Qué horror! ¿¿¿Qué va a ser de mí???” :-).
Esta vez sonreí y me olvidé en cinco minutos.
Me acuerdo del psicólogo Rafael Santandreu (el de las gafas de la felicidad) cuando contaba que muchas veces llegaba a una de sus conferencias y decía que se le había olvidado que la tenía y que perdonaran, pero que no llevaba nada preparado. Resulta que lo hacía para transmitir a los que allí estuvieran que nada es tan importante, que no pasa nada por perder el dinero de una entrada (en su caso eran conferencias pagadas), que lo importante es uno mismo y los que nos rodean, tener para comer, ser capaz de disfrutar, de ayudar a otros, de ser y estar, tranquilos y felices… “Así que relax con los imprevistos”, decía. “Todos tendremos adversidades en nuestra vida y esto no es para tanto”.
Yo, sin que fuera a propósito, he hecho algo parecido.
Aun considerándome alguien que cuida a su gente, esta vez he fallado. Y si hay algo que me gustaría que superan esas personas, si alguna lee esto algún día, es precisamente eso. Que sigo cuidando a mi gente, que lo seguiré haciendo, que os seguiré dando prioridad, aunque a veces, como ésta, falle y meta la pata.
¿Qué opinas? Puedes contarme tu último error en los comentarios. Me encantará sentirme acompañada ;-).
He aprendido que todos cometemos errores y lo mejor es dejarlos pasar, ya que si los llevas cargando te será más difícil el seguir tu camino. Yo cometí el error de molestarme y alterarme cada vez que me pasaba algo mal en mi día y a causa de eso me la pasaba triste y después me venia el remordimiento por que remataba con las personas que me rodeaban. De un tiempo para acá pienso las cosas mejor y ya no me altero de cualquier cosa, he reflexionado bastante con tus publicaciones y he aprendido a conocerme mejor. Pienso que el error más grande que he cometido es no dejarme ser como verdaderamente soy.
Mary,
Te aseguro que ese es un error bastante habitual y que hay muchas personas que no se dejan ser como verdaderamente son y ni siquiera lo saben. Siéntete orgullosa de haberte dado cuenta y de estar en el camino de serlo. De ser contigo misma como quieres ser y de tratar a los demás como quieres tratarles :-).
Un abrazo grande,
Vanessa